lunes, 31 de diciembre de 2007

Infestar

“Infestar es una palabra interesante. La gente normal no infesta, por más que se empeñe. Nadie infesta nada, sólo las pulgas, las ratas y los judíos. Cuanto te pones a infestar, estás buscándote un lío. En cierta ocasión, un hombre con quien estaba de charleta en un bar me preguntó a qué me dedicaba. Yo le contesté: ‘A infestar’. Me pareció una respuesta de lo más irónico, pero el tipo no lo cazó. Creyó que le había dicho: ‘A invertir’, y a continuación empezó a pedirme pistas sobre dónde colocar su dinero. Le sugerí, por consiguiente, que invirtiera en construcción. El muy comemierda”.

Sam Savage, Firmin

Feliz 2008 :-)

jueves, 27 de diciembre de 2007

Feliz complejo (Clásico revisitado número 10)

Llegué a su casa. Como todos los años, llevaba conmigo una botella de licor, algunos dulces y un par de libros, aquéllos en los que había subrayado más páginas durante esos doce meses. Esta vez el salto cronológico fue furioso. Por su rostro corrían infranqueables surcos y el brillo de su mirada ya no tenía la intensidad que me había hecho dudar alguna vez sobre mi destino. Ahora los ojos reposaban en la sombra, el deseo se había apagado, la ilusión parecía haberse quedado en ruinas.

[Siempre he evitado los encuentros con los antiguos compañeros de escuela o con las mujeres que amé. No soporto toparme con el paso del tiempo de una manera tan violenta. Es una burda forma de necrofilia en la que el único que disfruta es el que hace las preguntas, no quien las responde; éste tiene que realizar un esfuerzo intelectual, memorístico y emocional sólo comparable al sufrido en las terapias de grupo]

Al poco de abrazarla, busqué una excusa y me encerré en el cuarto de baño para mirarme en el espejo. ¿Habían transcurrido en mí los años de la misma forma? La luz blanca y gélida de la estancia no era aliada, pero solté un suspiro de alivio. Abrí el grifo, me mojé la cara con agua (helada) y me observé de nuevo. Todo seguía en orden.

[Nada como darse de narices con la vida de los demás, para ser consciente de las miserias, o bondades, de la propia]

Hablamos de libros no leídos, de amigos pasados, de risas marchitas, de juguetes, de cine revisto, de bodas ajenas y crucifixiones propias. Pero cuando cuestionó mi decisión una vez más, me di cuenta de que, los mires como los mires, los adultos siempre serán adultos y los niños siempre seremos niños. Así que abrí la ventana, dije adiós Wendy y salí volando.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Suerte


El inspector tomaba notaba nota en su cuaderno de espiral mientras uno de los testigos, aquel hombre del traje estrafalario, le relataba su versión de los hechos entre hipos y tics. A veces parece que me paso la vida entre muerte y muerte, advirtió. Observó de nuevo a su interlocutor y su cara colgante, su sombrero de papel, las gafas de color verde y el San Pancracio de la pechera. Qué visión, pensó, y le invadió una sensación de lástima, pero a la vez no pudo contener la hilaridad y se le escapó una sonrisita burlona
- Entonces, ¿cuándo le perdió de vista?
- No sé, no sé, no sé.
El muerto, ahora cubierto por una sábana, tenía un tono azulado. En su cara el inspector pudo ver un rictus de ilusión, como si se hubiera precipitado hacia la otra vida con impaciencia.
- ¿Vinieron ustedes dos solos?
- No sé, no sé, no sé.
Imposible sacar nada de este lunático, concluyó el inspector, y reanudó el examen de la escena esquivando como pudo los millares de bolas de madera de boj que inundaban el recinto. En realidad, cuando sacaron al infeliz del bombo podían haber tenido un poco más de cuidado, pero quién se iba a suponer que llevara ya horas muerto, enterrado entre los 85.000 números.

domingo, 16 de diciembre de 2007

La bestia (Clásico revisitado número 9)

Ensanché la mirada como buenamente pude. Hacía frío, lloviznaba, y el viento se colaba por entre los pliegues del abrigo como un montón de hormigas diminutas. Dentro de quince minutos iban a ser las tres de la madrugada, una hora en la que la oscuridad había más que devorado a la luz, y me mantenía en pie con algún que otro whisky y paquete y medio de Gauloises. La noche, así, iba transcurriendo de incógnito, sin sombras y con muy poca poesía.

El monstruo apareció de forma obscena. Primero se oyó un rugido que ahuyentó las nubes – sólo en la guerra, creí recordar, había sentido algo semejante–, y pareció como si la muerte comenzara a correr detrás de mí. Después, bufidos, baladros, resuellos, un aperitivo de lo que vino más tarde, cuando su figura se hizo palpable. No tardaron en aumentar los ruidos y, de repente, el olor nauseabundo. Sin duda se trataba de un ser horrible. Su tamaño era difícil de calcular a simple vista, pero bien podía hacer cuatro o cinco metros; era una inmensa mole de piedra, una titánica masa simiesca que parecía estar sujetada por los contrafuertes de los brazos, que eran como serpientes peludas y enrolladas sobre sí mismas. Pero lo más terrorífico era la expresión de su cara – si es que podía llamarse cara a esa construcción casi inerte de rasgos poliédricos–, rematada por unos ojos diminutos y enmarcada por la brutal mandíbula. Del labio superior asomaba un colmillo, que imaginé todavía cubierto por la viscosidad sanguinolenta de la última víctima.

Sobrecogido como estaba, me costó mucho acercarme, pero al final logré pasar a su lado sin que la bestia se percatara. O eso me pareció.

De repente sentí un tacto frío en la espalda. Sus garras. Su voz:

- ¿Estás en la lista? Esto es una fiesta privada, chaval.


martes, 11 de diciembre de 2007

Una de aforismos


Arthur Schnitzler, médico y escritor, despiadado analista de las relaciones humanas. Como muestra, varios botones sin ojal:

“Cuando una relación que nació a lo grande cae en la mediocridad, no puede prolongarse si no es a costa de dolorosos y vergonzosos sacrificios. Es más sabio disolver sin más el hogar espiritual común que dejarse la piel en el empeño por recortarlo”.

“Toda relación amorosa atraviesa tres estadios que se suceden imperceptiblemente: el primero, en el que somos felices estando juntos en silencio; el segundo, en el que nos aburrimos estando juntos en silencio; y el tercero, en el que el silencio se hace carne y habita entre los amantes como un enemigo maligno”.

“El sentirnos atados y anhelar constantemente la libertad, y el hecho de que intentemos atar a otras personas sin estar convencidos de tener derecho a ello: eso es lo que hace tan problemática toda relación amorosa”.

“Todo puede seducir: la indiferencia o la pasión, el insulto tanto como el halago. La seducción no es más que el deseo de ser seducido”.

“Una regla para las deudas de amor: mejor dejarlas prescribir que cobrarlas demasiado tarde”.

“El matrimonio es necesariamente una ecuación irracional, porque los sentimientos cambian, mientras que las responsabilidades y las obligaciones se mantienen o incluso se incrementan”.

“No está claro qué es más estúpido: convertir a tu amante en tu esposa o a tu esposa en tu amante”.

Arthur Schnitzler, Relaciones y soledades

sábado, 8 de diciembre de 2007

La panne

Sucedió al poco de marcharnos. El conductor se detuvo para ver de cerca una gallina de Guinea y el motor se puso a canturrear de forma amarga, como si fuera un caballo moribundo. This is Africa, man, dijo y, con enérgica diligencia bajó del coche para ver qué pasaba. Las máquinas no tienen conciencia de vida y expiran sin advertencias, tanto en compañía como en soledad, lo mismo les da; lo de las lágrimas en la lluvia quedará para generaciones venideras. Y por eso ahora estábamos parados, el guía y yo, en mitad de la sabana, haciendo frente al crepúsculo. Había luz todavía, aunque, presintiendo su agonía, saqué de la mochila la linterna y la metí en un bolsillo de los pantalones. La atmósfera era de humedad estancada y desprendía emanaciones de actividad nerviosa. Todo crujía, como cuando alguien camina con sigilo. Me entraron ganas de ponerle un cerrojo a la selva para hacer parar a todos esos ojos parpadeantes que nos rodeaban, pero pensé que ese cuadro de sombras no estaba hecho para la cautividad. Tendrán que pasar siglos de tinieblas antes de que podamos recorrer estos pasillos sintiéndonos dueños.

Una cosa me resultó extraña: el rumor mecánico había cesado. Me apeé del vehículo para interesarme por el guía, pero no estaba. Había desaparecido. Estaba solo. Solo. Me sentí como una esponja a la que se inundaba de horror. Oí pies, patas, bocas, lenguas sibilantes, y deseé que ninguno de los ruidos parase, porque sólo mientras eso sucediera podría tener la absoluta certeza de seguir vivo.

martes, 4 de diciembre de 2007

Fama salvaje


Se adentró en la selva de tierra no terrenal, acostumbrados como estamos a verla bajo la forma encadenada de un monstruo dominado, Conrad dixit. La luz se evaporó a la sombra de las gotas de agua que flotaban entre las ramas de los árboles. En el suelo, barro. Un barro negro, espeso, pegajoso, envolvía de penumbra los neumáticos y dotaba a la marcha de un ritmo paquidérmico. En la maleza, muecas horribles y miradas brillantes, ruidos de bestias, gritos de aciago destino. Un riachuelo se cruzó en el camino. En el agua, ojos y orejas. Creyó distinguir una forma familiar en la copa de uno de los árboles de la orilla. Sí, era lo que parecía: un leopardo dormitaba y todo se aceleró. Dos segundos después, estruendo de motores, focos y máquinas fotográficas. Tres, cuatro, diez, veinte jeeps se agolparon en torno al animal, que ronroneaba indiferente. Flashes, clics, murmullos. El leopardo entreabrió los ojos y observó la escena. Estaba acostumbrado a los safaris, pero, aun así, la estupidez de los humanos no dejaba de sorprenderle.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Hatari!


"La habitación estaba en silencio y tan desierta como un claro de la selva un caluroso mediodía. Las paredes eran lisas y bidimensionales. En ese momento, mientras George y Lydia Hadley se encontraban quietos en el centro de la habitación, las paredes se pusieron a zumbar y a retroceder hacia una distancia cristalina, o eso parecía, y pronto apareció un sabana africana en tres dimensiones; por todas partes, en colores que reproducían hasta el último guijarro y brizna de paja. Por encima de ellos, el techo se convirtió en un cielo profundo con un ardiente sol amarillo."

La sabana, Ray Bradbury


P.S. Nos vemos a mi vuelta, ya en diciembre. De nuevo, cruzad los dedos para que los aeropuertos me respeten. Les tengo más miedo que a todos los leones juntos.


domingo, 18 de noviembre de 2007

Mi amante fiel (Clásico revisitado número 8)

A todo esto llegó Odiseo a Ítaca, más muerto que vivo, más en tercera persona que en primera. Diez años viajando por entre Calipso, Nausícaa, Alcínoo, feacios, cicones, lotófagos, cíclopes y Circe, y aún bastante quedaba de él, que en su boca todavía había una lengua (más negra) y por su nariz seguía entrando aire. Sin embargo, estaba muy cansado, y matar ahora a los pretendientes de Penélope se le hacía una montaña. Pero ¿cómo dejarlo para mañana? Quería dormir en su cama, en sus sábanas de seda, de rey, y sólo con ver el aspecto del palacio después de tanto tiempo de ausencia le hervía la sangre. No era amante de escenas, por mucho que dijera aquel ciego embustero. Lo del arco, tal y como lo había imaginado, se le antojó una frivolidad, demasiado espectáculo para quien tan poco se lo merece. Se asomó a la sala y allí estaban todos, como esperaba, borrachos, aniñados, tragando noches pegajosas, perdidos en un laberinto orgiástico. Entre ellos, encima de una mesa apareció una figura conocida. Era ella. Y se reía y repartía besos y tactos y se desnudaba y se vestía y se desnudaba. Cuando lo vio observando la escena, gritó entre carcajadas.

- Odiseo, ya te advertí que las relaciones a distancia no son lo mío.

viernes, 16 de noviembre de 2007

La cinta VHS



Qué enorme homenaje para uno de los objetos en torno a los que giraba mi adolescencia y la de muchos. Al verlo, no dejo de sentirme un poco miserable, ya que soy uno de los grandes culpables del culto al DVD.

P.S.: Después de tanto noviembre en blanco y negro, hoy me apetecía color.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Deserción

Por un instante reinó el silencio. En la trinchera esto era noticia, acostumbrados como estábamos a los ruidos de amputación, a las explosiones de mortero, a los silbidos de la ametralladora. Antes, el cielo en ruinas ya había dejado caer un par de gotas que despejaron la bruma formada delante de los ojos de los soldados, hartos de tanto miedo. Ahora, la calma casi hacía daño en los tímpanos. No sé si fue sólo eso o también tuvo que ver el frío de tumba, pero parecía como si el tiempo se hubiese congelado, igual que en esas películas malas en las que los segundos se hacen minutos y los minutos no pasan. Incluso, si se prestaba atención, podía oírse el crepitar de los cadáveres en descomposición y la angustia avanzar como hiedra seca. Al poco, una risa áspera interrumpió la quietud. Era ella, vestida con un quimono japonés de color negro, que se paseaba por el campo de batalla con la serenidad que da saberse en casa. A pesar de llevar meses en el frente, no la había visto nunca aparecer de un modo tan desvergonzado. Y tan de cerca. Se acercó con paso seguro al teniente y, sin dedicarle el saludo reglamentario, le dijo cuatro palabras: “Estoy harta. Me voy”. Y se fue. Nos dejó con nuestra guerra, ahora más absurda que nunca, huérfana de muerte.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Jaikus de Kerouac


Este mismo mes, Bartleby Editores publica "Libro de jaikus" de Jack Kerouac en edición bilingüe (traducción de Marcos Canteli). Todo un acontecimiento de 500 textos de tres líneas, diecisiete sílabas:

No telegram today
only more leaves
fell

(No hubo telegrama hoy
Sólo más hojas
cayeron)

The moon,
the falling star
- Look elsewhere

(La luna,
la estrella fugaz
- Mira a otra parte)

Nodding against
the wall, the flowers
Sneeze

(Cabeceando contra
la pared, las flores
estornudan)

How many cats they need
around here
For any orgy?

(¿Cuántos gatos necesitan
por aquí
para una orgía?)

The moon
Is a
Blind lemon

(La luna
es un
limón ciego)

Ah who cares?
I´ll do what I want
Roll another joint

(Ah!, ¿a quién le importa?
Haré lo que quiera
liar otro porro)

God´s dream
It´s only
A dream

(El sueño de Dios
es sólo
un sueño)

domingo, 4 de noviembre de 2007

Excusas

¿Era realmente indispensable descolgar? El teléfono sonó otra vez, pero seguía lejos. En los diez minutos que habían transcurrido desde la última llamada el aparato no se había acercado ni un centímetro. No se movía, ni siquiera hablaba. Seguro que era ella, pero ahora no era el momento de mantener esa conversación. Todavía no. Hoy había trabajado todo el día, tenía el cuerpo deshecho y la mente para pocas fiestas y para menos discusiones. Además, la embriaguez le tenía sumergidas las ideas en formol. Antes había intentado mantenerse en pie, pero era demasiado difícil; la habitación le daba vueltas, la mesa parecía que iba a tocar el techo, las sillas comenzaban a bailar y el estómago se ponía a rivalizar con la nuez. Se sirvió unas gotas más para ganar valor. Entonces el teléfono dejó de sonar. Brindó por el silencio y por el aire viciado, muera el oxígeno puro. Como ensayo general no había ido mal. Veremos cuando llegue el momento del estreno. Sonó otra vez a los pocos segundos. El miedo volvió y de nuevo echó un trago. Vamos, dame la mano y coge el teléfono. Y habla con ella, aunque sea para divertirte un rato. Acepta el reencuentro. No. No pudo aguantar el terror a sí mismo y a esa repugnante herencia de cobardía. Su ausencia era muy tangible aún. Rió de forma nerviosa, quiso alargar el brazo, pero no. Muy lejos. Dio una calada y cambió de canal. Silencio. Mañana. O el sábado. Sí, se lo diré el sábado.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Espejos deformantes

El poeta mediocre miró a los ojos de ciénaga de su amante, le dijo te quiero, sin más, y las goteras de su estómago cesaron de golpe. A él no le costaba nada pronunciar esas dos palabras. Tienen una fuerza letal en crudo, es obvio, aunque pensó que más despiadado es quedarse sin ellas. Su amante era como todas las que había tenido. Ni más ni menos bella, ni más ni menos horrible, ni más ni menos perspicaz, ni más ni menos estúpida. Tampoco tenía un nombre sonoro; ni un cuello curtido por las caricias; ni una voz de ceniza, de sollozo o de pájaro cantor. No llegaba tarde. No llegaba pronto. No tenía perro, gato, loro ni caballo. Su sexo no estaba más o menos definido que el resto de los humanos, al contrario del de Bárbara Lynch, y sus lágrimas no empapaban las querencias. Todo lo que se dice una mujer en la que dios no puso demasiado esmero, pero en la que tampoco dejó de lado el pudor de la creación.

El poeta mediocre volvió a mirar a los ojos de ciénaga de su amante, repitió te quiero, sin más, y el tuétano se le llenó de espuma. Con ella la rima de otoño, retoño y Logroño era excelente, y suspiraba enamorada cuando le escuchaba aquel ripio con primavera, abrazadera, avellanera y aceitunera. Le reía con pasión los versos de las níveas alas, almas lívidas y carmines flamígeros y, al contrario de los críticos, creía magnífico eso de “castillos de amor se edifican en tu corazón”, “placeres culposos, nada melosos y lluviosos para consolar a leprosos” y “mi piel tiembla como aguamiel con tu tacto abstracto de paloma y carcoma”.

El poeta mediocre volvió a mirar a los ojos de ciénaga de su amante, repitió te quiero, sin más, y se olvidó de la poesía.

jueves, 25 de octubre de 2007

Arrepentimiento (Clásico revisitado número 7)


Sólo quería beberse el zumo e irse a la cama. Hoy el día había tenido demasiadas horas, demasiados gritos infantiles, demasiados llantos pueriles y demasiadas súplicas menudas. En realidad no acababa de comprender cómo se le había ocurrido esa idea tan descabellada. Con los ratones había sido sencillo, pero esto era distinto. Ahora se arrepentía. No porque no se lo merecieran, que cuando le daba por razonar con el corazón en la cabeza, sobre todo cuando las luces del día se extinguían, no hacía más que encontrar motivos que justificaban su actitud. Por muy censurable que fuera a la luz de la ley de los hombres. Y de la de los dioses. La apariencia quedará siempre por encima de la esencia, pensó. Y le entró un remolino de edad en el estómago. Había sido pasional, una vez más. ¿Pero qué se podía esperar de un músico? Su arroyo interior sólo circulaba por sentimientos y emociones, sus sueños eran como una jauría de motos que no deja oír nada más excepto la jauría de motos. La semana pasada fue como si esa jauría de motos hubiera rugido con mucha más fuerza. Todo se nubló, hizo aquello y ahora estaba agotado, rodeado de niños pequeños y preadolescentes que no paraban de pedir, de pegar, de babear, de preguntar. Le apetecía leer un libro, ver una película, ensayar para el concierto del próximo sábado. Y descansar. Y dormir. Pero era imposible. Gritos, llantos, súplicas. Por el aire circulaba varicela-zóster. Había enfermado de parotiditis. Hace seis y cuatro días tuvo dos gastroenteritis infecciosas agudas. Hasta aquí. Agarró la flauta con las dos manos y, un golpe seco con la rodilla, la partió por la mitad.

domingo, 21 de octubre de 2007

Teatralidad


La nota tenía la tinta corrida y estaba amarillenta. Sólo había dos palabras y una firma familiar, desdibujada y rota. Al leerlo, no se murió de repente; le pareció poco aristocrático eso de caer rendida a los pies de la cómoda, con los ojos abiertos y la lengua fuera, los miembros flácidos y el cuello desencajado. Se le dibujó en la mente la imagen de una marioneta agrietada por la falta de uso y se horrorizó. Quería haber muerto con un ceremonial que arrancara en la primera página, a lo Santiago Nasar o Aureliano Buendía. O bien rubia, rodeada de espejos y mil veces, como Elsa Bannister, o en brazos de su padre a la puerta del teatro de la ópera. Estaba dispuesta a ser destripada en las calles de Londres, quemada en la hoguera de Ruán o envenenada por la tinta de libros aristotélicos. De cualquier forma menos ésta, vulgar, estúpida, insípida desde el punto de vista intelectual.

Cuando el presagio de la muerte aumentó la ansiedad, dejó la nota en el lugar original, se sacudió el vestido y apretó el interruptor de la luz, dejando la habitación a oscuras.

- Si me tienen que ver sin vida, que sea rodeada de color negro.

jueves, 18 de octubre de 2007

No sirves para nada


Al final, puedes correr el riesgo de creértelo.


"Cuando yo era pequeño

estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo la cabeza: hijo mío
no sirves para nada.

Después me fui al colegio
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño
no sirves para nada.

Vino luego la guerra
la muerte –yo la vi-
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo:
no sirves para nada.

Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
cambió de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.

En la calle en las aulas
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes
me perseguía siempre
la triste cantinela:
no sirves para nada.

De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo y era alegre:
no sirves para nada.

Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña a la que a veces digo
también con alegría:
no sirves para nada".

José Agustín Goytisolo,
No sirves para nada

domingo, 14 de octubre de 2007

Crisis del 29 (II)


Y llegó uno de esos días sin sentido, de ésos en los que nos levantamos sin saber por qué ni para qué. “¿Es esto tener una depresión?”, te preguntas sin ningún criterio médico donde apoyarte, y buscas argumentos para creer que sí, que estás deprimido y que deberían darte la baja laboral para revolcarte un rato más en la cama.

-

¿Tiene usted idea de cuántos granos de arena hay en una playa? No le estoy hablando del desierto, le estoy hablando de una playa, un conjunto de arena mucho más pequeño, que quizás sea abarcable con unos cuantos camiones. Pero aún así son infinitos, seguro. De esta forma me siento, como alguien que tiene que contar todos esos granos de arena un día tras otro y que nunca comprende que esa tarea es imposible.

-

Usted me está escuchando, toma notas en su cuaderno de rayas, mira el reloj, y, cuando acabe el tiempo, me despedirá, se quitará los tapones de los oídos, se lavará las manos y se irá a sonreír a su esposa, incluso con el convencimiento de que yo sigo contando los granos de arena de esa playa. ¿Para qué sirve tener sed? Bebemos para no tenerla, aun a sabiendas de que después tendremos que ver más y más veces. ¿Para qué nos vamos si tenemos que volver de nuevo dentro de un rato? ¿Por qué me levanto si me voy a tener que acostar? ¿Por qué el tiempo pasa tan deprisa?

- …

Puntos suspensivos… ¿Eso es todo? Como al lobo estepario, me aparecen revueltos el dolor y el placer, lo antiguo y lo nuevo, el temor y la alegría. Me da por correr por las calles, y luego me paro si llueve y me quedo mirando al vacío para esperar a que todo se detenga. Pero, como mucho, hay un golpe y salta en astillas. Y Mozart no me está esperando.

- En efecto, no es Mozart; es Brahms. Pero, salvo ese pequeño detalle, lo veo mucho mejor que la semana pasada. Enhorabuena. Esa crisis del 29 está superada, sin duda. Nos vemos el martes que viene.


jueves, 11 de octubre de 2007

Reivindicación de Philip Roth

Por si alguien no lo conoce, Philip Roth es uno de los más grandes escritores norteamericanos vivos. Yo lo descubrí hace unos cuantos años, cuando llegó a mis manos la edición que de El lamento de Portnoy hizo Bruguera para su colección Club Bruguera (en concreto es el numero 32). Era ésta una estupenda colección en tapa dura de clásicos de la literatura, de venta en quioscos, que una generación entera de españoles compró para regocijo de sus descendientes más directos, entre los que me incluyo. El libro comienza de manera profética con “La persona más inolvidable que he conocido”. La primera frase me enamoró y me provocó una sonrisa: “Estaba tan profundamente incrustada en mi consciencia que parece como si durante mi primer año de escuela yo hubiera creído que cada una de mis maestras era mi madre disfrazada”. Después de esa sentencia ya no pude parar de leer ni El lamento de Portnoy ni a Roth. Es curioso que todavía hoy no le hayan concedido el Nobel de Literatura. Es uno de los eternos candidatos, junto con Mario Vargas Llosa, pero nunca se lo han dado (se lo acaban de otorgar, merecidamente, a Doris Lessing, así que un año más y un año menos). Y eso que es capaz de inventar historias como ésta:

“Soy un pecho. Un fenómeno que me han descrito de diversas maneras, como ‘un influjo hormonal masivo’, ‘una catástrofe endocrinopática’ o ‘una explosión hermafrodítica de cromosomas’, tuvo lugar en mi organismo entre la medianoche y las cuatro de la madrugada del 18 de febrero de 1971 y me convirtió en una glándula mamaria sin ninguna relación con ninguna forma humana, como sólo podría aparecer, habría pensado uno, en un sueño o una pintura de Dalí. Me dicen que ahora soy un organismo con la forma general de un balón de fútbol norteamericano o de un dirigible; dicen que tengo una consistencia esponjosa, peso setenta y tres kilos (antes pesaba setenta y cinco) y que sigo midiendo metro ochenta de altura”.

Philip Roth, El pecho

domingo, 7 de octubre de 2007

Rechazo (Clásico revisitado número 6)


La última, no te lo vas a creer, querida, pero tú no veas el manuscrito que nos ha llegado hoy. No me acuerdo del nombre del autor, pero invendible. Cero comercial. Y el libro, por temática, encajaría, que podría ir en la nueva colección de novela negra, o a lo mejor en la de histórica, que ésa ya sabes que se vende como churros, sea lo que sea. Que del último, "El último grial de los cátaros", hasta he perdido la cuenta de cuántas ediciones llevamos hechas. Pero, a lo que iba, que el que me ha llegado hoy es de traca mayor, que la gente ya no sabe qué escribir. Va de un príncipe que tiene visiones, y en una de ésas ve a su padre muerto, que le dice -ojito con lo enrevesado del argumento- que ha sido asesinado por su hermano, o sea, el tío del príncipe. Y, además -espero que estés sentada- ¡que se ha casado con la pobre viuda! Ah, ¿y sabes cómo el malvado tío se cargó a su hermano el rey? Pues nada más y nada menos que echándole veneno en la oreja. Me meo. Espera, que no he hecho más que empezar. Claro, el príncipe buscará vengarse, pero no se limita a matar a su tío y ya está, no. Monta una obra de teatro en la que representa la forma en la que su tío mató al rey, ¿me sigues? No me extraña que te pierdas, hija, que a mí me costó un rato entenderlo, como si el tiempo me sobrara. Bueno, y después es mucho peor: que si ser o no ser, que si mandan al príncipe a Inglaterra, que si luego el primo quiere matarlo con una espada envenenada, que si luego se arma la de Dios es Cristo y acaba muriendo hasta el apuntador. Ah, y en medio una loca se ahoga en un río, que no sé muy bien a qué venía eso. No, ni le voy a contestar, no tengo tiempo. Aunque ganas no me faltan, que encima la obra está escrita como para teatro, que ya ni se lleva ni nada. Hay una gente suelta por el mundo que no veas, maja...

jueves, 4 de octubre de 2007

Crisis del 29


Leer a Gil de Biedma no me está ayudando a superarla, desde luego.

"Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.


Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra".

No volveré a ser joven, Jaime Gil de Biedma

domingo, 30 de septiembre de 2007

Mimetismo


A pesar de llevar puesto su vestido de seda azul entallado en las caderas, la cantante de ópera se agazapó tras el escritorio con sigilo gatuno. Allí detrás olía a ceniza y a jazmín y a amor sin amor; ¿cuánto tiempo hacía que no limpiaba ese rincón de la casa? Dirigió la vista hacia donde estaba su protegido. Nada estaba exento de ironía: ella, condenada al olvido; él, enfermo de éxito.

La cantante de ópera, que había visitado todos los teatros del mundo y había seducido a todos los directores -a los verdaderamente importantes-, y a todos los cantantes -sólo a los que la adulaban-, se veía ensombrecida y ninguneada por la voz de su protegido, su amante. Habían pasado muchos años ya de cuando lo presentó en sociedad. Al principio, recordaba, la habían tachado de excéntrica. Pero esas críticas enmudecieron cuando lo escucharon. Poseía, en su diminuto físico, unas cualidades vocales excepcionales, una voz caudalosa, un timbre rico e insinuante, un registro agudo insultante en su potencia y brillantez y un registro grave cálido, redondo y sonoro. Sólo ella se le podía comparar. Pero la crueldad infinita del tiempo la había tratado peor. De ella sólo quedaban ruinas. A él le esperaban muchas Medeas, Normas, Violettas y Leonoras.

La cantante de ópera lo observó. Permanecía ajeno a toda maquinación femenina y entregado a la contemplación del paisaje invernal de la ventana. Iba cubierto, cómo no, por ese traje verde y rojo, y miraba con su ojo sin párpado, torcido por el alcohol en las noches de estreno.


La cantante de ópera, cazuela en mano, se abalanzó sobre él. De poco sirvieron los aletazos del loro, que, con dramatismo mortal, sólo pudo llegar a pronunciar "Con onor muore chi non può serbar vita con onore".

jueves, 27 de septiembre de 2007

Suicidio número 5


Al escritor de best-sellers le encantaba mirar su biblioteca. En realidad sólo había leído el diez por ciento de los volúmenes que allí había, siendo generosos, pero estaba orgulloso de la variedad y el orden de sus libros. Las estanterías estaban repletas de Proust, de Racine, de Céline, de Borges, de Scott Fitzgerald y de Bolaño, de obras maestras en las que no había podido pasar de la página cuarenta sin que la mente comenzara a viajar por las citas de ayer y de mañana, por las firmas de ejemplares en la FNAC, por las entrevistas en los magazines de tarde y por las cenas con su agente. Su agente. No se lo podía quitar de la cabeza. Le había llamado hacía unos minutos para recordarle (claro que se acordaba, cómo se iba a olvidar) que le quedaban tres días para entregarle el primer capítulo de "Potro de Atenas volumen VIII", su esperada nueva novela de la que se agotarían 33 ediciones con relativa facilidad. Pero el escritor de best-sellers no iba a componer ni una línea, ni un párrafo más que comenzara por "El tiempo iba transcurriendo" o "De repente, la luz se apagó" o "El sol anunciaba un día espléndido y radiante, con un nítido cielo azul" o "Tenía que parecer un accidente". Se lo había dicho a su agente y al otro lado de la línea había oído un ruido sordo, seco. De nada sirvieron las súplicas, las promesas de Premio Nadal, Premio Planeta y Premio Nacional de Literatura. El escritor de best-sellers había decidido convertirse en poeta.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Matrimonio

Se despertó a las seis de la madrugada y miró de reojo a su esposa, que seguía durmiendo. Estaba tumbada boca arriba y, la garganta taponada por las flemas, roncaba a un volumen de tendera de ultramarinos. Anoche, borracha, había olvidado desmaquillarse y alrededor de sus ojos se había acumulado una pasta viscosa de color negro que reflejaba los despojos de la fiesta, perceptibles también en los remolinos del cabello que le tapaban la frente. Los orificios de la nariz se abrían y cerraban de forma obscena, dejando ver un bosque espeso de pelos negros y gruesos que, en contraste con el blanco níveo de la piel, construían un paisaje grotesco. De la boca roja, abierta, amarilla, palpipante, caía un hilo de baba sólida que abría un surco por entre el maquillaje y ponía al descubierto una nube de pelusa que se acumulaba en la barbilla. No estaba tapada del todo, por lo que su sudada desnudez se asomaba entre las sábanas. Desde el otro lado de la cama, alcanzaba a ver, casi los tocaba, el relieve de las arrugas de su cuello y un pecho fofo, macilento, repleto de estrías. Un escalofrío la recorrió y la piel se le convirtió en un tapiz de círculos de carne. Antes de que él se decidiera a arroparla, con un acto reflejo tiró de la manta que yacía a sus pies. El vestido blanco de tafetán con pasamanería y flores se cayó al suelo.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Ícaro (II)


Mi experiencia viajera de agosto, teñida de pérdida de maletas, retrasos interminables y registros vejatorios, me obliga a ser insistente en el asunto aeroportuario (remember: Ícaro): con respeto hacia los presos de Guantánamo, en el aeropuerto -y, por extensión, en el avión- los derechos humanos no existen. Os dejo con las palabras de Michel Houellebecq:

“Coger un avión actualmente, sea cual sea la compañía o el destino, equivale a que a uno lo traten como a una mierda durante toda la duración del vuelo. Encogido en un espacio insuficiente, cuando no ridículo, del que es imposible levantarse sin molestar a los vecinos de asiento, a uno le reciben de entrada con una serie de prohibiciones que las azafatas se encargan de anunciar enarbolando una falsa sonrisa. En cuanto subimos a bordo, lo primero que hacen es apoderarse de las cosas de todo el mundo para encerrarlas en los portaequipajes, y nadie vuelve a tener acceso a ellas, bajo ningún pretexto, hasta el aterrizaje. Durante todo el vuelo, se las arreglan para multiplicar las medidas vejatorias e inútiles, haciendo que cualquier desplazamiento, por no decir cualquier acción, resulte imposible, salvo las que entran en un catálogo restringido: degustación de refrescos, vídeos norteamericanos, compra de productos libres de impuestos. La sensación constante de peligro y la inmovilidad forzada en un espacio limitado provocan un estrés tan intenso que algunos pasajeros han muerto por culpa de una crisis cardiaca durante vuelos de larga duración. La tripulación se las apaña para aumentar al máximo el estrés al prohibirnos combatirlo con los medios familiares. Nos vemos privados de cigarrillos y de lectura y, cada vez con más frecuencia, de alcohol”.

Plataforma, Michel Houellebecq

domingo, 16 de septiembre de 2007

Showgirls


Creo que cuando la vi, con su vientre imponente y su lentitud congénita, me vino una arcada y quise correr sin mirar atrás más que para no olvidar de quién estaba huyendo.

- Hola, mi amor. ¿Te vienes arriba?

- No contigo, querida– lo dije sin intensidad, pero con una expresión de asco en la cara. Ella respondió sin la ternura anterior y se fue de mi lado, tambaleándose, arrastrando su barriga amorfa. En la distancia me propinó un cabezazo de realismo con el dedo corazón. Vacié el refresco en la copa y la removí; de forma idiota, ya que parte del líquido se derramó sobre mi mano derecha.

- Cuidado, que se te va a caer. Déjame.

Era ella. La había visto alguna vez más, en mi cabeza, durante las masturbaciones, cuando la obligaba a ponerse de lado para concentrarme en sus caderas, gruesas, redondas, con el tacto de una catarata de terciopelo. Hoy llevaba los ojos envueltos en sombra verde, los pómulos en rugosidad morada y tenía la sonrisa arañada por el gris y el amarillo. Su belleza era más burda ahora que se había materializado desde el recuerdo, como el eco de un tren. En su mirada, sin embargo, sólo parecía haber acumulado olvido. Se acercó un poco más, cogió mi mano, empapada por la ginebra y la tónica, y la chupó, recreándose en el espacio entre los dedos.

- Deberías tener más cuidado, guapo. Aquí las copas son muy caras– me dijo.

Me había dejado su olor a saliva agria en la mano. El mismo olor. Siempre el mismo olor a acero frío. Aprendí a amar ese olor.

- ¿Cómo te llamas, guapo?

Tenía algo dulce e irresistible en la voz. Miré su cuello. Lejos de apiadarme, se me apareció como un animalito desvalido y me excité aún más.

- Para ti, Jack.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Chapter one



"Chapter One. He adored New York City. He idolized it all out of proportion. Uh, no, make that: "He-he...romanticized it all out of proportion. Now...to him...no matter what the season was, this was still a town that existed in black and white and pulsated to the great tunes of George Gershwin." Ahhh, now let me start this over. "Chapter One. He was too romantic about Manhattan as he was about everything else. He thrived on the hustle...bustle of the crowds and the traffic. To him, New York meant beautiful women and street-smart guys who seemed to know all the angles." Nah, no...corny, too corny...for...my taste. I mean, let me try and make it more profound. "Chapter One. He adored New York City. To him, it was a metaphor for the decay of the contemporary culture. The same lack of individual integrity to cause so many people to take the easy way out...was rapid ly turning the town of his dreams in--" No, it's gonna be too preachy. I me and, you know...let's face it, I wanna sell some books here. "Chapter One. He adored New York City, although to him, it was a metaphor for the decay of contemporary culture. How hard it was to exist in a society desensitized by drugs, loud music, television, crime, garbage." Too angry. I don't wanna be angry. "Chapter One. He was as...tough and romantic as the city he loved. Behind his black-rimmed glasses was the coiled sexual power of a jungle cat." I love this. "New York was his town. And it always would be."


Manhattan
, Woody Allen

domingo, 9 de septiembre de 2007

L'amour fou

Le agarró la mano, se la acarició como cuando todo era voluptuoso, con el esmero de un amante real, con la locura y la rabia de los primeros tactos, como cuando te duele todo si no tocas. ¿Recuerdas? Siempre en un constante arrebato físico y trapisonda interna, sometido a una embriaguez pasional, como un animal desplumado y náufrago en una concha flotante. Bebíamos infusiones juntos, sentados en la cama, curándonos las borracheras. Comía rosas de tu boca, con las entrañas desordenadas y la piel dorada. Nos olvidábamos de la suciedad y el mal olor y todos los humores eran amables. Todavía tenías las manos pequeñas y yo bruma en la cabeza. Tú me abanicabas con una revista cuando tenía calor y yo te recorría la desnudez pálida con los ojos; todas eran más feas que tú, y engordaban y se morían. Incluso dábamos de comer a las palomas y perseguíamos a los gatos callejeros, rotos como estábamos de la fiebre amarilla o roja o rosa. No había horas de cenar, ni de comer ni desayunar. Escribíamos manifiestos de locura, y celebrábamos ceremonias diarias para alborotarnos las querencias.

- Perdone que le interrumpa –dijo el abogado–. Intentemos no desviarnos, que tengo prisa. Estábamos hablando del régimen de visitas.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Finales felices

Se despidió a medianoche sin mediar palabra. Había aparcado cerca, al girar la esquina, y fue jugando divertida con el control remoto a encender y apagar los intermitentes. Parecía como si el coche la echara de menos después de unas horas de ausencia. Subió y, antes de acomodarse en el asiento, cerró el seguro desde dentro; era de natural desconfiada, a pesar de que el barrio no invitaba a serlo. Quizás le inquietara el silencio –sólo alcanzaba a oírse alguna sirena a varios kilómetros–, la improbable presencia de delincuentes agazapados en las sombras, armados con cadenas y bates de béisbol –es curioso que un deporte tan tremendamente aburrido sea más violento fuera que dentro del campo de juego– o la imposible aparición de bestias mitológicas, al acecho en la copa de árboles cercanos –antes invadidos por el estrépito de los gorriones. Decidió salir por la autovía, más allá de donde la calle se alargaba. Estaba cansada, demasiadas horas despierta, demasiado trabajo en las manos, demasiado mirar atrás con ira, pero feliz; de hecho, la carretera se le aparecía en las pupilas como fotogramas de actos de amor. El medicamento que tomó puede producir somnolencia, pero los ojos como ovnis. Al girar por el antiguo camino de la estación, muy cerca del cementerio, miró hacia los lados, buscando una tumba digna para él, cuyos pedazos reposaban en el maletero. Era un cabrón, pero hasta los cabrones, cuando mueren, merecen descansar al cobijo de las miradas de los vivos.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Primer día

Se cargó la mochila a la espalda, resentida de forma inmediata por el muy pesado libro de Conocimiento del Medio, dio un beso –de los sonoros– a su madre y salió de casa cabizbajo. Tenía recursos para no parecer triste y penetrar como si(n) nada en la caótica vida de un artista delirante; no le hacía falta mirar en las páginas amarillas para salir de las tinieblas, toda una forma de especialización tapizada de optimismo. Pero ahora se le habían desatado los cordones de las botas. Mientras se agachaba, recordando cómo era el secreto de las lazadas que le había enseñado su padre, se imaginó la puerta del colegio tapiada, con chicle en la cerradura, convertida en un negocio de chuches y palomitas o en un iglú con esquimal, agujero en el hielo, oso polar y todo lo demás que tienen los iglúes. No hacía frío, no paraba de llover, no había hecho caso a su madre, no había paraguas. Buscó complices en la acera, mochilas cargadas con piedras del río, con conchas de nácar y cubos de plástico, con barajas de Heraclio Fournier, con parches de bicicleta, con ranas y tirachinas, con dinosaurios, con balones de baloncesto, con carreras de sacos. Buscó una bienvenida a la realidad menos agria, pero se dejó contagiar por el humor sombrío de la calle. Parecía de noche.

martes, 28 de agosto de 2007

Esferas tornasoladas


“En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”
El Aleph. Jorge Luis Borges


Al comenzar a llover, se despegó de la almohada manchada de saliva. Miró más allá del ventanal del autobús, salida de socorro, y se sintió diminuto y oscuro en medio de una marea lunar. Vayan saliendo, gritó el conductor como sólo los conductores de autobuses saben hacerlo; de un modo grotesco, parece que se les va a reventar la garganta y los pedazos van a seguir torturando los tímpanos. Abrió la puerta. Llegó el éxtasis, la corte del neón, todo el mundo llega tarde en esta ciudad sin puestas de sol, donde está prohibida la horizontalidad y huele a ruido y a colesterol y los pies parecen subir una interminable escalera de caracol y las miradas viajan hacia la difuminación. Las conversaciones, lánguidas, obligan al consumo perenne –emo ergo…– y no hay calidez en los besos y los guiños siempre provocan. Deprisa, deprisa, que hay cola, chillan. Una pistola dispara, un viejo se muere, una luz se apaga, pero nadie se percata y los corredores siguen bebiendo su café de plástico. Hay tantos que seguro que existen dos iguales. Resopló. ¿Una isla vacía? Más tarde quizás. Ahora le apeteció alquilar un palco aquí. Welcome.

domingo, 5 de agosto de 2007

The city that never sleeps



Start spreading the news
I'm leaving today
I want to be a part of it, New York, New York
These vagabond shoes
Are longing to stray
And make a brand new start of it
New York, New York
I want to wake up in the city that never sleeps
To find I'm king of the hill, top of the heap
These little town blues
Are melting away
I'll make a brand new start of it
In old New York
If I can make it there
I'll make it anywhere

It's up to you, New York, New York.




I want to wake up in the city that never sleeps
To find I'm king of the hill, top of the heap
These little town blues
Are melting away
I'll make a brand new start of it
In old New York
If I can make it there
I'll make it anywhere
It's up to you, New York, New York.


Nos vemos a mi vuelta, si consigo salir con vida de los aeropuertos.

martes, 31 de julio de 2007

Ícaro


Siempre me ha fascinado – a veces de forma positiva, a veces de forma negativa– la pasión del ser humano occidental por viajar. Basta pararse y sacar una foto. El hombre desea volver al Neolítico, abandonar la formación de poblados estables agrícolas y ganaderos y recuperar su condición salvaje de cazador-recolector. De sedentarios a nómadas. Es el nacimiento del hombre-maleta, que renuncia a esperar a la muerte habiendo conocido un solo lugar y mueve los brazos para que le rescaten de su sitio, que huye antes de ser cadáver y se transporta en el tiempo y en el espacio como necesidad. Y se pone alas de cera y vuela hasta el sol para luego caer al mar y ahogarse. Sobrevive para seguir viajando y construye templos imperfectos y ásperos a Hermes en forma de inmensos hangares. Sueña con peregrinaciones por pasillos fríos repletos de cintas que inutilizan las piernas. Pura arrogancia; una impertinencia ambulante que merece ser castigada por sus semejantes condenando a este inestable emigrante a ser protagonista de una película neorrealista (italiana, por supuesto) ambientada en un aeropuerto. Como aquí y ahora.

- Le estamos pidiendo que coopere, nada más. Si nos ayuda, le dejaremos ir. Can you hear me? Can you see me? El pasaporte, por favor. La tarjeta de embarque, en los dientes. Los líquidos, en la bolsa de plástico. Vuelo de Lufthansa jotakacuatrocientoscincuentayseis con destino Frankfurt. Puerta becuarentaydos. Flight Lufthansa yikeiforjandredanfiftysix, destination Frankfurt. Gate number bifortytu ¿Ahí lleva un ordenador? Descálcese y enséñeme los pies. Aquí, los zapatos. Die you bastard ¿Algo que declarar? Fuck off. Abra la maleta. Come on, motherfucker. Desnúdese.

domingo, 29 de julio de 2007

Niñez


“Me han dicho alguna vez o lo leí en alguna parte – lo recuerdo ahora – que durante la infancia nos hacemos treinta y tres preguntas por hora y que, con el paso del tiempo, cada vez nos preguntamos menos cosas, porque las respuestas están ahí, pensadas por otros y dispuestas a ser adoptadas por nosotros antes de que ni siquiera se nos ocurra cuestionar el cómo y el porqué de lo que nos rodea y nos tiene acorralados. De este modo, acabamos conformándonos con la seguridad de las respuestas ajenas sintiéndonos vencedores cuando en realidad deberíamos luchar por mantener el riesgo constante de las preguntas privadas.

Sí, se nos educa para ser débiles, pero para cuando lo comprendemos ya es demasiado tarde. Alcanza con mirar fotos de niños que alguna vez fueron y compararlas con las fotos de adultos que estos niños resultaron ser para que nos invada una sensación de triste extravío, de resignado desconcierto ante lo imposible de recuperar. Esta boca y esta nariz pueden llegar a coincidir con aquella nariz y aquella boca; pero algo se ha quedado para siempre en el camino: el brillo desafiante de una mirada, la curva cruel de una sonrisa pura y bestial, la estatura perfecta y la silueta aerodinámica, óptima e inasible para alcanzar la mejor velocidad cuando se corre pero nunca se huye. Felices enanos perfectos que, misteriosamente, aparecen anacrónicamente adultos en esos brillantes papeles viejos”.

Fragmento de Mantra, de Rodrigo Fresán, un autor que no me canso de recomendar.

miércoles, 25 de julio de 2007

Creación (Clásico revisitado número 5)


“Dios todavía no ha creado el mundo; sólo está imaginándolo, como entre sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso”.

Augusto Monterroso, El mundo



Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desierta y vacía y las tinieblas cubrían el abismo y el espíritu de Dios revoloteaba sobre la superficie de las aguas.


Y dijo Dios: Haya luz. Y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena y puso Dios separación entre la luz y las tinieblas; y llamó Dios a la luz, día, y a las tinieblas, noche, y hubo tarde y mañana: día primero.


Y dijo Dios: Fuera la luz. Y la luz se fue. Vio Dios que la oscuridad era mejor que la luz y, goma de borrar en la mano derecha, decidió suspender la creación por cuarta vez. Dios tuvo el presentimiento de algo iba a ir mal y se cansó de su omnipotencia; y no pudo conciliar el sueño. Así que Dios arrojó la última versión de su proyecto por la ventana y vio que el vuelo de los papeles era bueno y lo dejó todo en manos de la ciencia: día segundo.

domingo, 22 de julio de 2007

La monarquía

En un primer momento pensé en poner el vídeo del testamento de Franco (que puede estar muy contento de cómo se están desarrollando las cosas por aquí), pero seguro que los de El Jueves prefieren que nos tomemos con humor la noticia del secuestro de su último número.


miércoles, 18 de julio de 2007

Compromiso

Las pupilas recuperaron el tamaño de pupila y allí estaba el espejo, teñido de tiempo. Bostezó y el bostezo provocó que la cabeza se convirtiera en una espiral de luz que le cegó el entendimiento, todavía demasiado joven, demasiado temprano. Cómo puede ser que las cuencas me estén matando los ojos –pronunció sujetándose con una mano en el mármol del lavabo y rascándose un muslo con la otra–; seguro que todavía estoy borracho. La boca parecía sin lengua, como la cueva de un dragón, y con el sabor de la cueva de un dragón que ha bebido demasiadas princesas. Cuando consiguió separar los sueños del cuarto de baño, se balanceó hacia su cepillo de dientes. Sintió que flotaba sobre el ruidito molesto que precede a las pesadillas.

No había cepillo de dientes.

Había cepillos de dientes.

Junto a su cepillo –verde, cerdas rojiblancas, lotengoquecambiar–, había un cepillo extraño –rojo, cerdas blancas, demasiado nuevo– que miraba rabioso. Con furia quebrantahuesos y un movimiento de máquina trituradora, abandonó su letargo de cepillo, se enderezó aún más y sepultó, con movimientos verticales de barrido, la durmiente placidez del cepillo verde. Una muerte instantánea: sólo quedaron trozos de plástico y cerdas desperdigadas. Él, todavía al borde de la noche, se frotó los ojos, se rascó el muslo.

Le vino un cosquilleo al cuello. El cepillo rojo sonreía, clavado en su yugular.

domingo, 15 de julio de 2007

Just like honey


Algunas despedidas son tan dulces como la miel...


“117 EXT. TOKYO STREETS – DAY

Bob gets out and rushes down the streets to where he saw Charlotte. The street is crowded with JAPANESE PEOPLE, and different colored umbrelllas (it’s sunny out with a light rain).

Music blasts from speakers on the streets, and there is some promo going on with GIRLS handing out little cologne samples. Bob looks around for her, but only sees dark hair, umbrellas, and super tan JAPANESE KIDS.

In the distance an umbrella moves to reveal Charlotte.

BOB

Charlotte!

But she can’t hear him over the loudspeaker. He rushes to her.

C.U. she turns and we see she is crying.

The music swells. He embraces her, holding her close to him in the crowd.

BOB

Why are you crying?

CHARLOTTE

I’ll miss you.

He kisses her, hugs her good-bye.

BOB

I know, I’m going to miss you, too.

He holds her close.

CUT TO:

Charlotte watches Bob as he reaches his car, he turns and looks at her.

She smiles at him, and is lost in the crowd.

Bob gets into his car.

CUT TO:

Charlotte walks with the crowd as they go on their way”


Sofia Coppola. Lost in translation

 
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