lunes, 25 de abril de 2011

La Nube (Historias de Twitter 5)

“Como ya se preveía, cada vez existen más modelos de negocio basados en la nube en cualquier sector” (leído en Twitter el 25/4/11)


Esta mañana me he levantado y, como es día de fiesta, me he puesto a navegar por Internet. Antes adoraba amanecer un domingo y desayunar leyendo el periódico. Ahora me encanta despertarme y entrar en Twitter. Ya no bajo a comprar el periódico. No me critiquen: ustedes también lo hacen.

Hoy he leído en Twitter acerca de la Nube. Es decir, he visto que existía un lugar que llaman la Nube y que es allí donde está el Saber. Me sonó a Tierra Prometida del Curioso. Así, con mayúsculas todo, que parece que posee más entidad aunque en realidad no la tenga. Tengo que ir a ese sitio, pensé. Me imaginé un paraíso lleno de libros, donde todo el mundo es culto y te dejan entrar en el vagón de metro antes de salir y los coches se paran en los pasos de cebra y la gente te saluda en el ascensor y sólo escucha música en privado y se pone desodorante y unos días va en bici y otros huele a lomo de ángel y no se cuela en el supermercado y da las gracias y no come palomitas en el cine y recoge las cacas del perro. Un lugar donde las bolsas del súper se abran a la primera, todas las galletas estén intactas, las madres no pregunten cómo vas de amores, la gente no use la letra K y no exista el Cirque du Soleil.

Por supuesto, busqué vuelos baratos y compré uno de ida y vuelta. Si me gusta, me quedo.

Voy en verano. Ya les contaré.


jueves, 21 de abril de 2011

Barrio rojo

Todo empezó en el bar aquel cuando alguien no paraba de hablar de esa ciudad y de lo increíble que era, que si todo es sexo y drogas; de rock and roll, poco, pero para qué si de lo otro había para repartir, que cuando sobra de lo primero, realmente la música empieza a disfrazarse de prescindible atrezzo. Así que nada más llegar a casa se conectó a

www.todosahacerflashback.com

y compró un billete de avión a Amsterdam en una aerolínea de bajo coste y al día siguiente para allá que estaba viajando. Ni maleta llevó, que para qué si de lo otro había para repartir.

Aterrizó el avión y comenzó a esquivar bicis y a esperar a que pasasen los tranvías para cruzar la calle, y a los veinte minutos ya estaba en el Barrio rojo, con todas aquellas luces y la gente caminando en círculos por los canales sin mirarse, porque es el único lugar del mundo donde la gente no se fija en los demás y sí en las luces, y después entró en un bar y comió uno de esos pasteles y fumó uno de esos cigarrillos dulces, y al poco ya estaba fuera otra vez, con todas aquellas luces y la gente caminando en círculos sin mirarse y los carteles anunciando sexo y vibradores de colores y hombres gritando y mujeres sacando la lengua y alguna cosa más pero poco más.

Hasta llegar a aquella calle estrecha, con luces en todas partes, que fue cuando la vio y ella llamaba con los ojos y los pechos y las caderas y el pelo rojo y la luz roja dibujando círculos y unos labios que lanzaban susurros en otro idioma y la piel serena y sin interrupciones y una promesa de calor inmediata y luego un tacto fugaz y le abrió la puerta y con él dentro corrió las cortinas.

y hasta aquí.

Un segundo después ella había desaparecido. Sólo quedaba él en aquella habitación, un cubículo que desde fuera era todo tonos de fucsia, y que dentro olía a semen y a pis de gato.

Quiso salir de allí. Corrió las cortinas.

Se colocó los pechos.

Y comenzó a susurrar en otro idioma.


domingo, 10 de abril de 2011

Loading


Vida es lo que transcurre mientras la página está cargando.


Esta mañana me he levantado temprano y, en vez de ir a por el periódico –últimamente los suplementos dominicales son una caca– me he puesto a ordenar los armarios. La ola de calor me ha cogido con las botas puestas y el jersey de cuello alto como única alternativa posible a la camisa de pana y había que poner fin a este sindiós.

Sí, llevo camisas de pana. Soy de esa clase de tíos.

No sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había ordenado los armarios, pero he descubierto cosas sorprendentes, y no hablo de unas bolas de alcanfor mutantes o de un abrigo de visón zombie, aunque habría estado bien. Hablo de mi caja de los 80, porque yo fui un niño en esa década decidí guardar algunas cosas en una caja para las generaciones venideras, tal y como hacían en las pelis malas –de los 80, claro. Yo mismo he resultado ser la generación venidera. Si tengo que esperar que a alguien del siglo XXII le interese algo de esta caja, voy apañado. De hecho, tampoco creo que le interese a nadie del siglo XXI, ni siquiera ahora que los 80 están de moda. Aun así, explicaré lo que guardaba en ella, para que, ahora que tirado su contenido, quede testimonio en alguna parte.

En la caja había un álbum de cromos de la liga 86-87 (completo salvo por el cromo de un delantero del Barça, Amarilla), un chinito de la suerte de color rojo, el cococrash lila sin resolver, dos chapas con los “maillots” de Perico y Robert Millar y el Amstrad CPC 464, aquel ordenador con la pantalla verde monocromo y una especie de radiocassette en la parte derecha del teclado.

En un principio me ha hecho ilusión y todo, y me he puesto a mirar los cromos, a montar el rompecabezas –sin éxito– y a emular una carrera ciclista en la que ha ganado Perico sin discusión. Después he cogido el ordenador y, para mi sorpresa, estaba encendido.

Llevaba encendido desde 1986. Sí, ya no hacen las cosas como antes.

Y sí, aún no había cargado el juego de Fernando Martín. En la pantalla ponía “Loading”.

Digan lo que digan los libros, la paciencia la inventamos nosotros: los niños de los 80.


domingo, 3 de abril de 2011

Sueños


“Mientras los individuos de gris imaginación, que son incapaces de la menor ensoñación diurna, tienen de noche sueños que les dejan honda huella e impresión, nosotros, que tenemos una imaginación desbordante, hemos soportado siempre sueños nocturnos tan mediocres que, desde hace tiempo, soñamos despiertos”

Enrique Vila-Matas, Al sur de los párpados (fragmento)

Ayer tuve el mejor de los sueños posibles. Una de aquellas historias dignas de aparecer en el Fotogramas con cinco estrellas, pero no porque el crítico sea amigo del director ni nada de eso. Fue el Ciudadano Kane de los sueños, la unión de los dos Padrinos menos el tercero, la versión onírica de Centauros del desierto sin el coñazo de John Wayne; impecable en su planteamiento, nudo y desenlace –porque no olvidemos que mi mente es clásica y no se pone a innovar en cuestión de discurso ni de estructura–, en el desarrollo de personajes e, incluso, en la construcción de tramas secundarias, fue un sueño con lo más cómico de Haneke y lo más dramático de Wilder, o al revés. Y, lo que es mejor, sin nada de cine francés.

Ni de Kiarostami, ni de Angelopoulos. Que seguiría durmiendo, tengan en cuenta, y volví a la vigilia a las 9:23 de esta mañana. Mi mujer me comentó que dormía con la sonrisa tonta, ésa de cuando éramos novios, y se ilusionó y me empezó a besar, y me preguntó cuéntame qué soñabas y yo le dije que será el primer sueño que se estropee por contarlo mal y yo me levanté rápidamente, intentando fijar en la consciencia el máximo de aquello, que comenzaba a esfumarse sin títulos de crédito, y lo escribí, primero en una cuartilla, y luego aquí, en el word.

Ya estoy deseando que llegue esta noche, para dormir y soñar. Hasta he comprado palomitas, de ésas que se meten en el microondas. Mi esposa me ha besado otra vez y me ha dicho pobrecito, si durmiendo no podrás comerlas.

- Cállate, mujer –le he contestado–, si tú no sabes nada de cine. Voy a hacer el montaje del director.


 
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