sábado, 24 de marzo de 2012

Dos de la madrugada



- 35 euros.
Me pareció un precio muy razonable por verla. Había previsto un mayor desembolso aquella noche y llevaba conmigo varios billetes de cincuenta euros.
Y ya que tenía tanto dinero encima, después iría a celebrarlo a los bares de confianza.
A pesar de mi manifiesta alegría, el portero no cambió de gesto y simplemente cogió el dinero y se limitó a correr la cortina.
El interior no me sorprendió demasiado. Era un local bastante cutre, con los techos bajos, las paredes oscuras y una decoración más bien escasita: algún póster de películas de los 80, un neón desgastado y grasiento y las típicas letras en vinilo que recitaban frases de algún latinoamericano. En el fondo, unos cuantos jugaban al billar americano. La barra estaba entrando a la derecha. Detrás de ella, una camarera con tetas colgantes y demasiado lápiz de labios servía un par de cubatas.
- What’s your poison?
Me preguntó en inglés. Claro, en un lugar tan límbico sólo se podía hablar en inglés.
Más que límbico, hipotético.
- Un Bacardi con cola, por favor –dije educadamente en castellano.
Ella me entendió perfectamente, porque sin titubear comenzó a arrastrar unos hielos a un vaso de tubo.
- ¿Eres tú? – le pregunté.
No contestó, sino que sólo sonrió y fue a por la botella de ron.
Sí, sin duda era ella, y, sinceramente, me quedé bastante frío. Tenía muy idealizada esa hora perdida entre las dos y las tres de la madrugada y descubrir que era una simple camarera –y encima inglesa y bastante fea – fue como el preludio de un bostezo.
- ¿Qué esperabas? – me pregunté en voz alta.
Y sin más, adelanté mi reloj, y donde eran las dos fueron las tres y me quedé con las ganas de reclamar mis 35 euros.

sábado, 17 de marzo de 2012

Primo



Como era demasiado vehemente, fue al médico, y el médico le dijo que su problema consistía en que sólo era divisible por sí mismo y por la unidad.
Claro, era un número primo, es fácil pensarlo. Pero no. Ni siquiera era un número. Era una de esas personas que, aunque despreciables, las siguen llamando “de carne y hueso”, como si pudieran ser de otros materiales. Es decir, yo una vez vi a una mujer que se estiraba mucho y era capaz hasta de hacerse sexo oral a sí misma, aunque éste no es el tema.
El médico también le dijo que no era grave, pero se quedó preocupado. Es normal. A mí me habría pasado lo mismo. Como es lógico. Y no porque ya de por sí me cueste mucho enamorarme o porque se me dé mejor usar la razón que dar el pésame, sino porque esto es un síntoma claro de otra cosa peor. Pero los médicos eso no lo reconocen. Siempre se guardan varios ases en la manga para amargarte las consultas y hacerte volver.
Él se quedó preocupado, pero encaró su nueva existencia como ser indivisible de la mejor manera posible: fue al mercado y se compró kilo y cuarto de decimales.
Seguro que me serán útiles, pensó. Yo también lo pensé y cuando finalmente lo partí en dos y lo dejé desangrándose, me llevé la bolsa de decimales para comérmela viendo alguna peli mala. Me quedé bastante aliviado. Estaba harto de su vehemencia.

domingo, 11 de marzo de 2012

Meta



Estaba a punto de ganar la carrera –100 metros lisos, un clásico– y ocurrió aquello de las malas películas o los libros mediocres, que toda su vida le pasó delante de los ojos y se acordó de cuando era pequeño y jugaba a ver quién corría más en su calle, desde la cochera de su tío a la escalera de la muralla. Lo hacían después del colegio, a las cinco y diez, antes de que su madre se asomara a la ventana y gritara
- La merienda.
Que qué más daba, si siempre merendaba bocadillo de Nocilla y eso no se enfriaba ni nada. Seguro que su madre gritaba aquello para sentirse acompañada, que eran muchas horas sola en casa y ya has salido del colegio y ponte a hacer los deberes. Pero antes echaba una carrera en su calle, y casi nunca ganaba. Quedaba segundo o tercero, según el día.
También se acordó de las veces que tenía que correr para que no cerraran la residencia y su novia se quedara fuera y se llevara bronca de sus padres. Pensándolo bien ahora, con la sabiduría sedimentada por la experiencia, eran carreras sin mucho motivo, porque si se hubiera quedado fuera, seguramente habrían dormido juntos y habrían aprovechado por fin el tiempo perdido por las horas y los libros, y ella quizás no se habría ido con el primero que no se preocupó por si llegaba tarde a la residencia. Seguro que carreras sin motivo eran también las de cada mañana, antes de coger el metro, por si acaso lo pierdes, se recordaba, ni que el metro te fuera a esperar si te ve con prisa; llegues cuando llegues el metro se irá si pita tres veces y se cierran las puertas, pero la oficina seguirá allí por mucho que desees que el metro no te lleve a ella.
Y después volvió a aquella carrera al hospital, cuando lo de su padre, y de aquello del dolor, el alivio y la rabia y del susurro ése que le salió de
- Mamá.
Porque cuando se caía era lo que gritaba, y fue el grito que le salió cuando estaba a punto de ganar la carrera.

domingo, 4 de marzo de 2012

Cara de foto



Me pregunté:
- ¿Qué pasaría si le saco una foto al fotomatón?
Lo hice y en ese momento saliste del fotomatón y me miraste con tu cara de foto, pero al cuadrado. Fue una doble cara de foto, lo que quiere decir que te pusiste seria, porque no te gusta tu sonrisa y miraste a la nueva cámara con los ojos con los que miras las cosas insustanciales, como la tortilla de patata de los jueves o los libros de autoayuda. Con la mano derecha sujetaste la cortina del fotomatón, mientras con la otra contabas hasta seis.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco.
En el seis pulsé el botón de la cámara y ahí se quedó tu cara de foto. Es decir, tu cara de foto al cuadrado, porque ya tenías cara de foto antes de salir del fotomatón.
Después quisiste quitarte tu cara de foto y sólo te pudiste quitar tu cara de foto al cuadrado.
Es por eso que te quedaste con tu cara de foto.
Ahora, cuando me miras, lo haces con tu cara de foto y con los ojos con los que miras las cosas insustanciales, como las películas de Rob Marshall o ese polvo de los rayos de sol. La culpa es mía, por sacar fotos al fotomatón.

 
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