domingo, 22 de abril de 2012

Y ahora



Allá en el fondo de tus ojos,
instantes antes de cerrar los míos,
paz verde y luz dormida
Ángel González

Y ahora que todo es demasiado grande, no encuentro entre mis palabras nada que se te acerque. Quisiera ser Ángel González y poder dar lecciones de buen amor y decir que para qué, si las frases son inútiles, si ser espía de palabras es absurdo cuando lo que quisiera –y ya está, y nada más– es llegar a tu cuello con mi boca.
Y ahora que vamos a entrar en nuestras murallas a sembrar recuerdos me da por hojear libros y repasar fiestas y qué pena. Sí, qué pena que no estuvieras en todo esto, porque ahora lo que nos queda
El resto de la vida
Me parece poco.
Y ahora pienso que tardamos mucho en encontrarnos, por ser escrupulosos, quizás, o por buscar motivos de orgullo, o por no saber arrojarnos de trampolines demasiado altos, no sé.
Y ahora, que nos queda
El resto de la vida
Qué pena haber estado lejos y no saber encontrar entre mis palabras nada que se te acerque.
Porque ahora, que vamos a entrar en nuestras murallas, y que sólo nos queda
El resto de la vida
Mejor dejar de perseguir palabras que se te acerquen porque para qué, si lo que quiero es llegar otra vez a tu cuello con mi boca, y que lo que nos queda


El resto de la vida


Me parece poco.

sábado, 14 de abril de 2012

Primavera



Se levantó y, todavía desnuda, se subió a la silla del estudio y miró por la ventana de su habitación. Al otro lado de la calle habían plantado varios árboles, unos plátanos que invadían de sombra toda la acera, incluida la terraza del bar de abajo.
- Qué lástima.
Le gustaba tomar el vermut de los domingos en aquel bar y le pareció indignante aquella invasión de la naturaleza
o de la artificialidad natural, más bien, porque los plátanos gozaban de formas extrañamente homogéneas; mucha mano del hombre se veía ahí
Maldijo un poco todo lo verde, todo lo que daba sombra, y, por unos segundos, odió los árboles, las plantas y hasta los arbustos de monte. Bajito, pero lo hizo.
Y entonces fue que le vino el retortijón violento, de tal intensidad que no tuvo otro remedio que bajar de la silla y ponerse de cuclillas. No había conocido jamás aquel dolor. Era como si unos cristales pequeñitos se desintegraran en los ovarios y luego recorrieran todos los intestinos para fundirse en el estómago.
Creyó perder la conciencia por un instante, justo antes de sentir el alivio, justo antes de dejar de luchar y derrumbarse, en el mismo momento en que una extraña hiedra comenzó a brotarle del cuerpo y se le quedaba pegada en la piel, desde el cuello hasta el final de la espalda, por los pechos y hasta el pubis.
Cuando todo terminó, se levantó de nuevo, todavía desnuda. Se subió a la silla del estudio y miró por la ventana de su habitación.
Al otro lado de la calle habían plantado unos árboles.
- Qué bonitos.

lunes, 9 de abril de 2012

Esta parte



Esta parte de tu cuello y de tu espalda. Ésta de aquí. La que recorro hasta perder el equilibrio y que me corrijas –un poco más arriba o más abajo– para caer al vacío desde uno de tus muros.
Caigo al vacío desde tu cuello
Por la espalda
Al vacío
Caigo
Desde
Tus
Muros
Y vuelvo a esta parte de tu cuello y de tu espalda. Ésta de aquí.
La recorro, dos años después, y sigo perdiendo el equilibrio.

miércoles, 4 de abril de 2012

Haga usted lo que haga...


“Haga usted lo que haga, no deje nunca de escribir, porque no podemos permitirnos el lujo de perdernos un solo pensamiento suyo: son demasiado puros y bellos como para dejarlos encerrados dentro de su cabeza”.

Charles Dickens, en una carta a Hans Christian Andersen

lunes, 2 de abril de 2012

Mickey Mouse



Leía tebeos de Mickey Mouse para sentirse mayor, a pesar de que su intención era seguir siendo niño durante, por lo menos, cuarenta años más.
No lo consiguió, porque pasó el tiempo de los peter panes –ahora todo el mundo envejece sin remedio– y se convirtió en un adulto que leía tebeos de Mickey Mouse. Para sentirse niño, dijo, durante, por lo menos, cuarenta años más.

domingo, 1 de abril de 2012

Niebla



Me gusta ir a la playa los días de niebla. Siento el sol a través de las nubes. Me baño en el agua humeante, aparto los vapores mientras nado.
Cuando salgo del mar, me pierdo buscándote, y tú me llamas. Apareces entre la niebla y el silencio de la nada, aislada de todo, asomando como un fantasma. Me tumbo a tu lado y me quitas el agua con las manos y me miras ensimismada, sin decir palabra, y me peinas con los dedos, y me besas en la mejilla y luego te vuelves.
Sigues leyendo mientras yo miro alrededor, a la niebla y a esa luz informe y extraña que cubre la arena, el aire, tu cuerpo adormilado.
Descubro que no hay nada más que tú, la niebla y la playa.
Me da igual el sol; lo siento a través de las nubes.

 
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