viernes, 30 de diciembre de 2011

Interrupción



Resulta que quería escribir sobre las interrupciones, pero me interrumpiste, y todo se quedó en este cuento que acaba aquí, en el principio de todo, en un gesto de relato interrumpido por tus urgencias.
Luego quise retomarlo, pero el cuento ya había madurado y era otra cosa; no tenía toda aquella frescura de la que hablan los críticos y todo comenzó a sonar a impostado y a asuntos propios que a nadie interesan. Suerte que me interrumpiste con otro triunfo esporádico de los tuyos, y nos pusimos con aquello de mirarnos.
Después ya no tenía ganas de escribir más sobre las interrupciones, y además me interrumpiste y luego nos fuimos a California a beber vino.
Las semanas siguientes fueron dolorosas y decepcionantes, y como de carácter simbólico. Me dio por la audacia argumental, la precisión imaginativa y un realismo lleno de aventura y agudeza, y me pasé a la novela entre llantos.
Así que ahí quedaron mis ganas de escribir sobre las interrupciones.
Y entonces me interrumpiste. Y ya.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Intermedio



“Dejó que el teléfono se le cayera de la mano y se quedó llorando un rato, en silencio, sacudiendo la cama barata. No sabía qué hacer, no sabía cómo vivir. Cada cosa nueva con la que se cruzaba en la vida lo impulsaba en una dirección que lo convencía plenamente de que era la correcta, pero de pronto surgía ante él otra cosa nueva y lo impulsaba en la dirección opuesta, que también se antojaba correcta. No había una línea argumental: se veía a sí mismo como la bola puramente reactiva de una máquina del millón, en un juego cuyo único objetivo era seguir vivo por el mero hecho de seguir vivo”.
Fragmento de Libertad, de Jonathan Franzen

domingo, 18 de diciembre de 2011

Cuento sobre la lista de la compra



A pesar de que había dedicado una hora y cuarenta y cinco minutos a elaborar la lista de la compra, al subir del súper se dio cuenta de que se había olvidado la harina. No era una tragedia, porque todavía quedaba un poco de la última vez, pero decidió bajar de nuevo. Por si acaso, pensó. Como todavía no se había quitado ni el abrigo, la solución parecía rápida y obvia.
Y así fue, porque en cuatro minutos treinta y siete segundos exactos estaba de vuelta con la harina en una bolsa de plástico, abriendo la puerta de su piso y entrando directamente en la cocina. Después se quitó los zapatos y volvió a hacer inventario de lo comprado: lo tenía todo, parecía, así que se puso a hacer las galletas.
Nunca hacía galletas. Lo de aquella tarde había tenido el capricho. Sobre todo le apetecía mucho el olor en casa, que toda la tarde se respirara a galletas.
Mezclando la masa se dio cuenta de que la leche que tenía era de soja. Blasfemó. ¿Cómo quedarían unas galletas con leche de soja? Sirvió un poco de ese líquido en un vaso y observó su aspecto amarillento. Luego probó un poco así, a palo seco, y le vino un simulacro de arcada. Y después la pereza. Buscó en el fondo del armario de la leche y nada, sólo la leche de soja amarillenta, y en la nevera los limones de siempre y un yogur de frutas del bosque.
Así que bajó de nuevo al súper y esta vez tardó tres minutos cincuenta y ocho segundos, porque subió las escaleras corriendo, y cuando subía las escaleras corriendo podía ir más rápido que el ascensor, aunque llegara al sexto sudando y con las rodillas a punto del . Tenía la leche no de soja para añadir la masa a medio hacer, y sin quitarse los zapatos reanudó la mezcla. La masa, sin embargo, se había quedado adherida al bol, así que decidió comenzar de nuevo y resulta que no tenía suficiente de nada, y tenía que bajar al súper de nuevo.
Y esa es la explicación de que el vecino del sexto entrara en un bucle infinito hace dos días.
Ahora sólo nos queda cruzar los dedos para que el vórtice no se abra de nuevo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Hipervínculo



Ayer me puse a mirar las opciones del Word con curiosidad malsana y pulsé la opción “hipervínculo”.
Salió un señor pequeñito de la pantalla (como los de Murakami, supongo, aunque sin varias lunas) y me comenzó a hablar de los beneficios del matrimonio y de la necesidad de los hijos y de todo eso, que todo es metatexto y que para qué esbozos y guardagujas y que déjalo y vete a Kerouac:
“De pronto caí en la cuenta de lo absurdo de mi humanidad de necio acuclillado también, la gilipollez de forma infinitamente vacía, como si de pronto me oyera estornudar en la Calle silenciosa en plena noche & sonara como si fuera otro”.
Y he aquí la causa de mi cambio de opinión.
Un botón del Word y mi curiosidad malsana. Y la promesa de sexo periódico.
Si a Murakami le funcionan estas cosas, ¿por qué a mí no?

martes, 6 de diciembre de 2011

Día libre



Me levanté un momento y ella se quedó esperándome tumbada. Se sujetaba con la mano izquierda la cabeza y miraba hacia el techo, evaluando la situación a la que la había conducido la penumbra.
Qué peligrosa la penumbra y sus fronteras.
Se imaginó en aquella cama, con los pechos desnudos y fríos, los remolinos en el pelo y el maquillaje derrotado, y se le cerraron los ojos como trámite para huir de aquella casa. Podría relajarse y pensar que no estaba tan mal, que la cama estaba limpia y el chico parecía culto y aseado, y que aquello no parecía impostado, sino que sin duda formaba parte de su cotidianeidad.
Le habían sorprendido los libros encima de la cama. Le pareció un poco perverso que allí se follara en medio de Doctorow y Vargas Llosa. Y petulante. Aunque tal vez el chico se divertía mirando los títulos de los volúmenes y recitando en voz baja los nombres de los autores mientras penetraba a sus amantes. O a lo mejor el asunto iba más allá y aquello era una forma de considerar a la poesía un punto de partida de todo, o una excéntrica manera de relacionar lo genital con lo tipográfico o lo alegórico.
Además, pensó, el chico gana desnudo. Últimamente había tenido que recoger demasiadas babas viejas y estaba cansada de las nalgas arrugadas de los hombres con traje, y del sudor fétido y del olor a semen rancio y del aguantar tanto peso y tanto pelo sobre las piernas abiertas.
Esto era un descanso. Casi como un día libre. Me imaginaré que es mi novio, se le escapó mientras dormía.
Pero yo había pagado por adelantado y grité y la desperté y la llamé puta.

 
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