miércoles, 29 de abril de 2009

Pobrezas


Desde que te fuiste ha sido todo ir de un lugar para otro, extraviado. Ayer, por ejemplo, empezó a llover y yo estaba en la calle, pero me dio igual. Seguí andando. No me detuve debajo de la marquesina de siempre, sino que seguí andando. Llevaba unos auriculares en los oídos y escuchaba Detener el tiempo para no tener que escucharme a mí mismo. Sólo digo pobrezas y poco más y para qué escucharlas. Sólo son pobrezas y poco más.

Y crecí tratando en vano de desentrañar todo lo que el miedo esconde...

Hoy, muy de mañana, me encontré contigo. En realidad no estabas, pero yo me encontré contigo o quise hacerlo. Me giré de aquella manera. Ya sabes, cuando te abrazo en sueños, que es la única manera en la que te abrazaba. Y me encontré contigo. Estaba haciendo lo que hago últimamente: ir de un lugar para otro, extraviado, en aquella cama que provoca más pérdidas que encuentros. Entonces apareciste y te abracé en sueños. Se abrieron puertas por todas partes. O eso recuerdo, porque todo estaba bastante oscuro. No sabía qué hacer conmigo, más que callarme no sé qué hacer. Porque para decir pobrezas, mejor callado. Y entonces te abracé en sueños y se abrieron puertas. Pero en realidad no estabas.

Y aunque el miedo se volviera a manifestar para entonces ya sabía que no me abandonaría...

No estabas y no estarás más, me dijiste. Comencé a extraviarme, primero en la proximidad. Ahora estoy agotado de ir de un lugar para otro, sembrando decepciones, asfixiando, perdiendo la fe. Escucho las pobrezas de mi vida, rememoro horas insoportables, me convenzo de que no estoy muerto, no sé para qué. Y en mi casa, todo sucio de supervivencias y, de vez en cuando, de náuseas. Pobrezas, también hay pobrezas y poco más. Porque tú ya no estás.

Tan presente como el miedo se hizo la verdad y ahora que los tengo enfrente sé que seguirán ahí siempre

domingo, 26 de abril de 2009

Sombras primitivas


“La nostalgia es una sombra primitiva,
una suerte de escozor
entre verbos conjugados

nunca al azar”

José I. Encinas


Me hablan de arraigos y de ausencias y se me destila el pensamiento. Yo, que no sé nada de separaciones y de nostalgias, me retuerzo cuando viajo sobre sombras primitivas.

O quizás sé demasiado y en eso reside el problema.

Pero si algo sé no es porque lo busque, que voy pasando por aquí más con la razón que con la víscera –bien lo sabes– y miro a otro lado cuando juegan conmigo al recuerdo. De este modo, las ausencias se me evaporan, como si no existieran. Como si nunca hubieran existido.

Me han dicho también que aquello está lleno de cristales húmedos, que ha llovido mucho, que nunca deja de llover y que sopla el viento. Así que espero que entiendas que no deje al azar el sonido de los pasos y que me guarde de tener curiosidad por lo de más atrás. Incluso le he puesto una alambrada y he tirado la llave al fondo del East River. Encontrar supervivientes allí es difícil.

El escozor se me conjuga en tiempo pretérito. Ya puede haber futuros militares y cuatro paredes y color de ladrillo, que la incertidumbre no me espanta. Sin embargo, el pasado lo dibujo con garras en lugar de manos. En el pasado no esquivo los disparos. En el pasado siempre me caigo y me matas. En el pasado me dejas (porque es conveniente). En el pasado recibo llamadas a las seis de la mañana y, después, no hay más ventanas resplandecientes.

Y eso que yo no sé nada de separaciones y de nostalgias.


viernes, 24 de abril de 2009

Cuento infantil


La librera quería ser cuento infantil. Al principio nadie la tomó en serio, amparándose en argumentos de inequívoca racionalidad e incuestionable experiencia. Precisamente por eso la librera no hizo ni caso a los que la persuadían para que dedicase su vida a propósitos más tangibles, como la carrera de administrativa o las oposiciones a policía nacional.

Pero ella quería ser cuento infantil. No policía nacional. Qué lástima.

Y se compró un tucán que, en el fondo, era un gato, un búho que tenía miedo de la oscuridad, una bruja malvada y un lobo afónico. Y más tarde un platafín. Esto último le costó encontrarlo, ya que no existe, pero si por algo se caracterizaba la librera era por su perseverancia.

Después se encerró en casa con todos ellos y se dejó llevar, a ver si el cuento fluía, pero la bruja malvada se puso a jugar al póker con el búho que tenía miedo a la oscuridad (de día), el lobo se volvió adicto a los programas de testimonios y al tucán le entró angustia existencial. Lógico, ya que, en el fondo, era un gato. Del platafín poco hay que decir, porque no existe, por mucho que la librera le pusiera perseverancia.

Qué absurdo es todo, pronunció la librera. Y trató de poner orden, primero de forma suave, luego gritando, indignada ante tal falta de profesionalidad fabuladora. Fue imposible: la bruja malvada tenía una escalera de color, no era buen momento; el búho correteaba nervioso porque se hacía de noche; el lobo había descubierto un programa nuevo en Antena 3; el tucán que, en el fondo, era un gato, jugueteaba con una hojilla de afeitar. Y el platafín... el platafín seguía sin existir. A pesar de la perseverancia de la librera.

Fue en ese momento cuando la librera cambió súbitamente de vocación y le arrebató la hojilla de afeitar al tucán (que en el fondo era un gato). No puedo contar lo que sigue, ya que esto dejaría de ser un cuento infantil –y yo siempre he sido muy respetuoso con el género.

Resulta que la librera ahora quería ser novela negra.

Y no hizo ni caso al platafín, que apareció de repente, envuelto en una humareda ferroviaria.

lunes, 20 de abril de 2009

Como un detalle


Cuando estaba triste, le daba por cantar a Jobim. Lo hacía para ahogarse más. Creía que espantaba la tristeza. Pero se quedaba y se reproducía.

También le daba por Hubert Giraud. Sobre todo cuando la abandonaban.

Je suis partie un soir d'été
Sans dire un mot sans t'embrasser

Los vecinos la escuchaban y dejaban las puertas entreabiertas, para ahogarse con ella.

Después tomaban té con pastas. No era falta de sensibilidad. Sólo un detalle. Para no ahogarse con ella.

Sans un regard sur le passé, le passé
Dès que j'ai franchi la frontière

Cantaba. Pero quizás no lo suficiente. Tampoco lo fluido o lo bastante rápido, porque los vecinos seguían haciendo sus cosas envejecidas, con las puertas entreabiertas y su té y sus pastas. Para no ahogarse con ella, como un detalle.

Hubo uno que una vez subió el volumen de la televisión, pero duró poco en el vecindario.

Le vent soufflait plus fort qu'hier
Oh quand j'étais près de toi, ma mère, oh ma mère

Cuando la abandonaban, todos querían ahogarse con Giraud y la esperaban con las puertas entreabiertas. Después comenzaba a cantar y entonces era cuando tomaban té con pastas. Para no ahogarse.

Je suis partie un soir d'été
Sans dire un mot sans t'embrasser

Cantaba canciones de Hubert Giraud detrás de una puerta cerrada. Para ahogarse más.

Pobrecilla, se oía desde alguna puerta entreabierta. Pero luego se ponían a tomar té y pastas. Para no ahogarse. Como un detalle.


viernes, 17 de abril de 2009

Racionalidad


Tengo guardado un arrebato en la mesilla de noche. Me da miedo abrir el cajón, y más ahora, en esta época. Ahora todo adquiere proporciones fantásticas. Y los arrebatos, además, se contagian, aunque sean livianos. Eso me ha dicho el médico. Qué sabios, los médicos y sus gravísimas consecuencias.

Llevo tres días sin dormir. Quizás ayer dormí algo, pero no soy consciente de haber perdido la consciencia, pensando como estaba en este arrebato de la mesilla de noche. ¿Necesitará aire para respirar? ¿Se habrá comido ya la caja de ibuprofeno? ¿O sólo permanece, inactivo, pero amenazante y, por supuesto, arrebatador? Hoy en más de una ocasión he encendido la luz. Me lo imaginaba allí, en una esquina del cajón, detrás de un paquete de clínex. En mis pensamientos, ahogados por el insomnio, parecía inofensivo, ingenuo, con una sonrisa párvula e infeliz, así que estuve a punto de liberarlo, como poniéndome un paño frío en la frente. Pero esa confusión me duraba segundos. Después me hacía cruces.

No sé qué hacer con él. Intentaré venderlo, aunque ahora vender algo es difícil, y más los arrebatos, que te pueden llevar a la ruina. Si se adopta un punto de vista científico, jamás nadie compraría un arrebato. Y mucho menos a un desconocido. Hubo una época en la que la gente compraba arrebatos a cualquiera, pero eran otros tiempos, también muy buenos para la lírica fácil y las puntas de los nervios afiladas.

Creo que lo más fácil será regalarlo. Me acercaré a los almacenes del puerto, donde se suele traficar con este tipo de cosas, y se lo intentaré colocar a algún pobre infeliz que esté sediento de llamas, envidias o deseos varios. Otra opción es ir a la puerta de algún banco, donde no me van a faltar clientes.

Pero primero tengo que sacarlo de la mesilla de noche. Y me da miedo. Y más ahora, en esta época.


martes, 14 de abril de 2009

Inspiración


Miró hacia atrás para asegurarse. Sí. Tal y como sospechaba, le estaban siguiendo. Aunque sólo era un emú de tamaño medio, no era como para despreciar la amenaza. Si te están siguiendo, más vale tomarlo en serio, aunque sea un emú de tamaño medio, una comisión ecológica o Franz Kafka. Se volvió así de precavido, así de anticipatoriamente ansioso, cuando hace unos meses fue asaltado en pleno barrio de San Ángel por un país de Europa del Este. No fue grave, un susto nada más: aunque desprovisto de telón de acero, el país de Europa del Este consiguió impresionarle por lo súbito de la aparición, sin tratado de no agresión de por medio. Desde entonces no conseguía salir a la calle sin asegurarse las certezas.

Cuando tenía el emú de tamaño medio a pocos metros, giró por la calle de la izquierda y se metió en el primer portal abierto que encontró en su camino. El emú de tamaño medio pasó de largo, confuso, moviendo de manera febril el cuello, que no es tan largo como el del avestruz, pero sí el típico característico de la familia Dromaiidae. No estaba muy acostumbrado a perder de vista a nadie y se sintió turbado. Y la turbación para los emúes, como todo el mundo sabe, es fatal. Así que allí se quedó, turbado y con poco tiempo que perder.

Él se quedó esperando unos minutos en el portal, contento por haber disipado la amenaza, pero todavía cauteloso, porque con los emúes nunca se puede despistar uno. Al rato -sólo pasó un rato- decidió quedarse a vivir en el portal, que era mucho más cómodo que su casa, por otra parte. Además, en el portal no había teléfono, con lo liberatorio que resulta eso, y recibía visitas cada día, un contacto humano que le ayudó a superar la manía persecutoria.

Cuando salió del portal, el emú de tamaño medio seguía allí.

Luego cambió de animal y se inventó eso del dinosaurio para darle glamour y quitarle complejidad. También creyó que si el personaje se despertaba el relato ganaría en comercialidad.

Pero en el fondo sucedió así.



domingo, 12 de abril de 2009

Rain


Por casualidad aparezco en Londres y resulta que la lluvia es buena para la ficción. Estoy al otro lado de los cristales traduciendo caracteres conocidos. Mientras, saboreo las cualidades de un steak and salad en lo que parece un domingo eterno. Abro un ejemplar de The Guardian por la sección de economía y constato que el futuro es igual en todas partes. Acabo un prólogo. Cedo a la fuerza de la cerveza y la certeza. Siento la levedad de los tópicos. Dejo una propina de siete libras. Salgo con aparente normalidad. Como si nada.

Debajo de la lluvia, no tomo té. Sólo fumo cubierto por un toldo negro.

La gaseosa se vuelve luminosa debajo de la lluvia. Y las voces se confunden entre alusiones y verdades a medias entre desconocidos. No hay subtítulos. Escucha bien lo que te digo: no hay subtítulos, pero lo que dicen es nítido. Aquí no hay distancias, ni narradores, ni personajes. Nos queda robar historias, como en otros lugares. Así que mantén los oídos aquí y allí.

Debajo de la lluvia, las ventanas parecen más abiertas, como ojos vacíos. Todo transcurre más lentamente: no basta con amanecer. Hay un placer latente cosmopolita, hay historias moribundas y recién nacidas, aunque no basta con amanecer para llenar los intervalos, sino que hay que alcanzar la normalidad y acariciarla. No quedarse sólo en los relojes o en las abadías. No subir a las norias después de cenar. No pasear por los parques sin lupa.

Resulta que la lluvia es buena para hacer crecer la ficción. Mira a tus pies.

¿Verdad que tiene todo aire de intuición?


lunes, 6 de abril de 2009

Se me ha perdido la ficción



Se me ha perdido la ficción. Sí, ya he buscado donde suele estar, debajo de la almohada, pero no está. También he mirado debajo de la cama, por si se había escondido entre las pelusas de polvo y, al no verla, me ha entrado el pánico. A esto he estado de llamar a los bomberos. O a la policía.

¿A quién hay que llamar cuando se pierde la ficción?

He llamado a mi madre, que, aunque siempre ha sido más bien de arte y ensayo, no deja de ser una madre que todo lo sabe. Pero, después de indicarme que la ficción tenía que estar “en su sitio”, sugerirme que saliera de casa para que me diera un poco el sol –que estás muy pálido– y recomendarme que me dejara de pamplinas, no ha aportado nada útil a mi búsqueda.

También he ido a visitar a mi vecino, al que –recordarán– le habían desaparecido las sístoles el mes pasado, por si me podía dar algún consejo para afrontar la pérdida. Sin embargo, como lo que he perdido ha sido la ficción y no la mala suerte, resulta que el individuo estaba en una tensa reunión con una botella de Paternina. Nada que hacer.

Así que he optado por una solución desesperada: he actualizado mi estado en Facebook, he expresado mi dolor y he solicitado ayuda, pero nadie me ha tomado en serio. Incluso he creado un grupo (“Ficciones perdidas”) y sólo se ha apuntado una persona.

Quizás le haga caso a mi madre y salga de casa a ver mundo. Que estoy muy pálido.

Aquí os dejo por unos días. Voy a buscar la ficción que se me ha perdido.


domingo, 5 de abril de 2009

Hace tiempo me hablaste de fluorescencia


Hace tiempo me hablaste de fluorescencia.

También me hablaste de lugares de equinoccios permanentes, de mundos paralelos y de flores del desierto que se diluyen entre los dedos. Del sabor de las tortugas.

También del fin del mundo y del olor de la muerte. Y de la nostalgia. Pero no te creí.

Yo, con mis sílabas cortadas, sólo te escuchaba hablar de todo eso: que usabas la linterna para encontrar planetas nuevos, que te gustaba huir de ti misma. En moto. También me dijiste que querías volver a una isla, que sólo en un lugar con límites naturales podrías controlar tus llamaradas, aunque no estés hecha para velos ni para poner puertas al campo. Ni para contar las hormigas, que no se pueden contar. Pero tú te empeñabas en contarlas.

Y querías probar la sal de todos los mares, me dijiste. Y que te gustaba investigar fantasías paralelas, hundirte en mares de caracolas, descubrir qué guarda el silencio tan celosamente. Que conocías a un cantaor flamenco que se reía. Y que te conmovía la ternura de las ballenas.

Que te gustaba frecuentar casas de citas, apartamentos clandestinos, que una vez te llevaron de país en país, que amabas acostarte en uno y amanecer en otro.

Me dijiste tantas cosas.

Lo que no me dijiste es que, de forma cautelosa, la fluorescencia se iba a ir instalando en mi vida, primero amable, disimulando, y luego a empujones. Que no se va. Que te frotas y no se va. Y no es cosa mía. Porque froto. Todos los días froto.


jueves, 2 de abril de 2009

El amor en tiempos de alergia


A veces noto los instintos adormecidos. La lengua se me queda pegada al paladar, esperando en vano solicitudes indignas; llegan, han llegado, están aquí, pero se evaporan. Los miembros, descuartizados, se me mueven al batir de un viento que no sopla más, y mientras, tú, ahí afuera, me esperas con un chal de cualquier color. El otro día fue gris. Me gusta cuando llegas de verde. O de ese color que sabes que me duele.

Quisiera sentir lo que no siento. Pienso en mis ojos como si nunca hubieran visto, como si los cubriera una membrana opaca y filtraran la novedad y le colocaran encima una bolsa sucia. Después sólo quedan pedazos de cosas que nunca ríen, puertas que se cierran y direcciones equivocadas. Entonces, sobre todo entonces, es cuando me entran ganas de borrarlo todo y forrarlo del terciopelo rojo con el que lo cubro todo aquí, en mi celda.

Al anochecer es cuando huelo el fuego, los labios, la seda, las horas, lo invisible. Pero hay momentos, como hoy, en los que intento dibujar los aromas y sólo hay productos de limpieza. Y grifos que gotean. Y palmaditas en la espalda. No encuentro la forma de huir de ese frío, ni cuando me apoyo en tu mejilla, que a veces huele a café, ni cuando me hablas en la cama y me pides cosas y me hurtas la boca. El otro día olías a gas licuado, o a claustro de iglesia gótica, no lo recuerdo bien. Sí me acuerdo que te toqué y que, aunque me llamabas, te resbalaste.

Quizás te fuera superfluo, quién sabe. Seguramente pensabas más en las bambalinas que en ahora: por eso tu tacto sonó hueco y me pareció más un suspiro que un tacto.

A veces noto los instintos adormecidos. Quizás sea cosa de este tiempo de alergia, que me tiene deshecho y viviendo sin caerme muerto, como después de un parto.


 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.