miércoles, 31 de agosto de 2011

Guiones


Siempre me he preguntado por qué en los libros

- hablan con un guión delante.

Y he imaginado a la gente echando guiones por la boca, pidiendo la palabra, gritando de placer, insultando.

- porque todo queda más claro, quizás

- o porque es la forma que el personaje tiene de decir “eh, oiga, tengo un guión delante, hágame caso”.

Las comillas es otro cantar.

- pero otro cantar que queda mejor con guión.

Así que parece que todo discurre sin problemas narrativos, pasando por las descripciones y por las historias de alguien y otros más, navegando por los párrafos, descubriendo lugares nuevos y sentimientos por explorar.

- y de golpe llega el guión alterándolo todo.

Por eso si te tengo que decir que te quiero mejor lo hago sin guión.

- porque no necesito guiones para que quede claro

- porque no tengo que pedir la palabra

- porque todo queda por explorar

- y todo son lugares nuevos

Te quiero y punto.

- sin guión.

Y sin comillas.


martes, 30 de agosto de 2011

32

Se despertó y agosto seguía allí, en plan plagio e ironía mordaz de la existencia, ambas cosas. Era 32 por primera vez, y fue extraño todo, porque no le llamó la atención y siguió su rutina habitual de café, ducha, telediario de la uno mientras volvemos a la realidad po-co-a-po-co. La locutora dijo claramente “hoy 32 de agosto” y entonces reaccionó y decidió volver a ponerse el pijama y a la cama.

Tuvo un sueño interesante, sin más. Volvió a sonar el despertador. Y ahora sí, era 1 de septiembre, con todo lo que implica y mucho más.

Septiembre

No quiso ir a trabajar y se quedó en la bañera.

Nadie le había dicho que a las tres horas comenzaría a disolverse como una pastilla efervescente, y eso fue lo que pasó.

De ella quedaron unas burbujitas muy pequeñas, diminutos suspiros que dejaba escapar el agua y que recorrían el líquido de norte a sur.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Dual

“Mi cuerpo está profundamente ligado al cuerpo de mi mujer. Tengo en realidad dos cuerpos, y de hecho es mi vida entera la que es doble. Aunque careciera de cerebro, como un animal de laboratorio, mi cuerpo seguiría estando enamorado del cuerpo de mi mujer [...] Cuando hacemos el amor, nuestra intimidad es lo más precioso, y nuestro placer depende totalmente de ella. En realidad hacen el amor dos cuerpos que se conocen infinitamente y que, no obstante, no se sacian nunca de redescubrirse”.

Mircea Cartarescu, Por qué nos gustan las mujeres (fragmento)


Últimamente una pareja de amigos ha comenzado a vivir de forma simultánea en los cuerpos de uno y otro. Tienen una existencia dual, solidaria y compartida, con sentimientos, emociones y experiencias comunes. Podría decirse que ahora tienen una mente y dos cuerpos, con todo lo que implica de romanticismo, ternura y fantasía de pareja. Están encantados, sobre todo con los momentos de éxtasis místico y terrenal, altamente satisfactorios. Siempre se los apuntan satisfactorios.

A mí me pasó hace tiempo también con una novia finlandesa que tuve. No sé si es que es cosa común allí en los países nórdicos, pero a ella no le llamó demasiado la atención. A lo mejor es que era sosa, sin más.

Yo, sinceramente, pasé pronto del rollo éste de la existencia simultánea, de vivir a la vez en su cuerpo y en el mío. Ya en la primera regla vi que eso no era para mí, no sólo por el insoportable dolor, sino porque soy más bien asquerosito. Además, sigo buscando el romanticismo en el hecho de ir tantas veces al cuarto de baño –sumen a las suyas, las mías y con todo lo flatulento y etcétera– y en una existencia propensa a la migraña. Si a esto añadimos una profunda y dolorosa vida interior, un complejo de Electra sin superar y una hipocondría crónica, mi existencia tuvo de todo menos ternura y pasión. Ella tampoco lo tuvo que pasar bien con mi gingivitis, faringitis, hipertensión, egocentrismo, tanorexia y tendencias depresivas. Del sexo no nos quedaron ni los restos, por cierto.

Espero, pues, que mis amigos se metan la existencia común por donde les quepa. Por cierto, últimamente no hay quien los soporte con la mierda de la telepatía.


martes, 23 de agosto de 2011

El rompeolas

Te vi de pie sobre el rompeolas. Mirabas el mar como buscando algo, como quien revuelve en una montaña de libros y quiere el que está más enterrado. Creo que te fijabas en un velero que estaba bastante lejos, o quizás en un extraño envoltorio que bailaba, mecido por el agua; la cuestión es que estabas absorta, ni mucho menos miedosa, sino tranquila, sin frío ni miseria, de pie sobre el rompeolas. Ya te había visto alguna otra vez por el pueblo y me habías gustado, pero ahí en el rompeolas me pareciste mía. Deseé abrazarte y besar tus labios de niña, quise notar tu sudor en mis mejillas, descubrir el tacto de tu espalda en mis manos. Eso lo deseé nada más verte en el rompeolas, en unas milésimas de segundo. No sé si era el sol y las sombras que se te formaban en la cara, o el viento, que en ese momento se había despertado travieso y quería meterte el pelo en los ojos, pero me vino como una revelación súbita y eché a correr hacia ti. Te quería, siempre te había querido, y lo grité, y la gente se giró para mirarme y seguramente pensar que qué loco está éste, pero me daba igual, porque ansiaba desnudarte y sentir tus pechos moverse con mi respiración y jugar con tu vello púbico y recorrerte las piernas con mi boca. Y lo grité y la gente se giró. Y tú también te giraste, asustada. Pudiste hacer un montón de cosas, pero sólo se te ocurrió saltar al vacío y perderte en el rompeolas. Cuando llegué ya era tarde y me quedé mirando, buscándote, revolviendo el mar para encontrarte. Deseé abrazarte y besarte, pero en el mar sólo había un velero, bastante lejos, y un extraño envoltorio que bailaba, mecido por el agua.

lunes, 22 de agosto de 2011

Por qué me gustas con tacones


Cada tarde de agosto paseabas hasta el muelle y te sentabas en la barandilla. Explicabas que así se sentía más el viento, que las palabras te salían más fácilmente, que se te iban todas las preocupaciones o cosas por el estilo. Yo me quedaba abajo. Te decía que era porque me venía el vértigo, pero era para mirarte en plano contrapicado, que es el que me gusta. Si hiciera una peli sería toda en plano contrapicado, como Ciudadano Kane. ¿Te acuerdas cuando la vimos en el Bretón? No nos fascinó a ninguno de los dos, nos aburrimos bastante, pero no nos atrevimos a criticarla, porque en aquella época no éramos de poner verde a los clásicos aunque se lo merecieran. A mí me gustó lo del plano contrapicado, que siempre se vieran los techos y los cielos, aunque en el fondo Welles lo hiciera por pura arrogancia, quién sabe. Cuando te sentabas en la barandilla era como tenerte en ese plano contrapicado de Ciudadano Kane. Me mirabas agachando la cabeza y tu voz sonaba como más sonora, o eso me parecía a mí, y tu nariz dejaba de desagradarme, y tus pechos se hacían más grandes, y las piernas se te volvían más largas. Quizás fuera eso simplemente, vete a saber. Y quizás fuera por eso por lo que me gustas con tacones, porque ahora no tenemos muelle y es tu forma portátil de sentarte en la barandilla para que te dé el aire o cosas por el estilo, y yo te mire desde abajo, sin vértigo, en ese plano contrapicado de Ciudadano Kane.

Indignado


El verano es tiempo de experimentos y de mucha realidad terrenal y de libro en prosa. En verano te da por pensar en cosas. En verano me confesé por última vez y diez minutos después me hice agnóstico por no volverme ateo, que me parecía demasiado fuerte, y siempre he sido de talante más bien moderado. En verano decidí ser heterosexual y en verano abandoné las bicis por las películas y los libros.

Este verano me ha dado por la rebeldía y he probado a no cepillarme los dientes, a ver qué pasaba. Todas las noches desde que tengo conciencia me he lavado los dientes, primero con Colgate Junior –el de la estrellita– después con el Colgate azul y más tarde con dentífricos de marca blanca. En la adolescencia incorporé el cepillado matutino y antes de los veinte, frente la experiencia de la primera caries y el primer empaste, lo de lavarme los dientes después de cada comida, con cepillo eléctrico y colutorio complementario. Desde entonces he cumplido con rigor infinito con este ritual, e incluso cuando las circunstancias del alimento y la bebida han dificultado abluciones posteriores, siempre he buscado la forma de quitar todo resto de comida de la boca y, en la práctica, esterilizarla completamente. Además, he cumplido de manera diligente con los consejos de las autoridades sanitarias y cada año visito al dentista; en realidad, voy a dos, por aquello del contraste de opiniones.

Aun así, mi historial dental resumido se compone de doce caries, cuatro reconstrucciones, dos puentes y cinco prótesis, además de una gingivitis crónica y una halitosis que hacen que mi vida sea ligeramente desagradable.

Por eso me he rebelado y he dicho basta a la higiene bucal. Soy un indignado más. Y miren que desde la última ocasión que un cepillo me tocó los molares han transcurrido ya dos meses y mis encías no han vuelto a sangrar, mi aliento sólo huele a menta y hasta me han desaparecido dos caries que ya amenazaban con cargarse un premolar. Además, en el tiempo que no dedico a lavarme los dientes ya he escrito una novela y una colección de cuentos –de dudosa calidad, eso sí.

Es decir, que gracias a esta decisión he recuperado la salud bucal y he ganado en alegría y paz de espíritu. Les animo a probarlo: no se cepillen los dientes, no enseñen a sus hijos cómo hacerlo –que elijan ellos mismos su camino cuando sean mayores– y, sobre todo, olvídense de las visitas al dentista, que ahí no se aprende nada. Indígnense.


domingo, 21 de agosto de 2011

Kilos

- ¿Si pesara trescientos kilos me seguirías queriendo?

Bam. La pregunta de las vacaciones. Precisamente hoy, que se me acaban y que empiezo a ver cómo se abre el ascensor en la planta doce y que me ciega aquel resplandor blanco de lo que hay que hacer y que tú desaparecerás casi todo el día y que te veré cansada y aparentemente seria y terriblemente bella y que luego volverás a desaparecer.

Precisamente hoy, me haces esa pregunta.

- ¿Si pesara trescientos kilos me seguirías queriendo?

Ante mi silencio, repites. Ya te escuchado, aunque me falte la función fática en los gestos y tenga la memoria corta y el entendimiento poco capaz, pero a veces prefiero precipitarme a la tumba antes que contestarte. Como aquella vez que arqueaste las cejas y me interrogaste sobre filosofía alemana o cuando te dio por repasar los fundamentos teóricos de tus preocupaciones más genuinas.

- ¿Si pesara trescientos kilos me seguirías queriendo?

Sé, cariño, que se te ha ido la mano con el jamón este mes, pero para qué están las vacaciones si no. Te miro y remiro y pienso en las gambas, las navajas y chipirones, los solomillos de ternera y aquellas botellas de vino en los merenderos de mediados de agosto, y en lo felices que brindamos por Orwell con cava extremeño, que era lo único que había. No estaba mal, por cierto.

- ¿Si pesara trescientos kilos me seguirías queriendo?

Te respondo por fin, por huir del modo interrogativo y calmar la ansiedad y la generación de ficciones inútiles.

- Si te quiero con cuatrocientos, te querré también con trescientos. El amor no se disuelve en la grasa.


viernes, 5 de agosto de 2011

Felices vacaciones

- Ay, cariño, me gustaría meterme en tu maleta y que me llevaras contigo.

Dicho y hecho.

No eras precisamente pequeña y tuve que prescindir de varios jerséis y todos los calcetines, pero cupiste. Y sin mutilaciones, que en cierto momento las creía necesarias.

Llegaste deshidratada, deformada y, por supuesto, muerta, pero llegaste.

Ahora estamos juntos, también en vacaciones.

Felices vacaciones.


 
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