sábado, 29 de mayo de 2010

Tos


Por aquella época me daban muchos ataques de tos.

Y lo mejor, me dijo el médico, era no toser, porque “si tose usted, se irritará la garganta y toserá mucho más”.

Entonces lo de la tos es como el rascar, le contesté.

Exacto, replicó.

Pues nada, a no toser. Como si fuera tan fácil, pensé.

Cuando salí de la consulta del médico, me empezó a picar la garganta, claro. Era obvio que iba a pasar. Eché mano de la botella de agua que siempre llevo en la mochila y aquello se serenó por unos momentos. Pero fue una sensación tan perecedera como ilusoria: el cuerpo me reclamaba a gritos una generosa y, a ser posible, escandalosa expectoración.

Tragué saliva y, cuando mis fluidos pasaron por la glotis, el cosquilleo se hizo insufrible y pensé que estaba todo perdido. No obstante, cerré los ojos y controlé el espasmo concentrándome en el aire respirado. Tranquilo. Relajado. Aspirar. Expirar.

El aire, sin embargo, empezó a acariciar con la delicadeza de una pluma de oca el centro de mi tos, fuera el que fuese, provocándolo con la fuerza del deseo carnal. Un ciclón giratorio amenazaba mi organismo desde el paladar a la tráquea y convertía el oxígeno en un alambre de espinas. Me sentía con las facultades humanas aniquiladas. Habría preferido la muerte a sufrir ese metal fundido que me atravesaba.

Así que no tuve más remedio y tosí. Tosí de forma descomunal, poética, cuatro, cinco veces, con tanto vigor que no hay onomatopeya posible para reflejarlo en este texto. Ni cof, ni cough ni nada que ver. Tosí y la masa compacta que hasta ese momento cubría mi garganta se desprendió violentamente y salió por mi boca en forma de esputo. Me sentí en metamorfosis.

Cuando recuperé el centro de gravedad, observé asombrado que de lo vomitado emergía un extraño ser.

Ni una flema ni un salivazo. Era una hipoteca subprime.

La vi unos segundos nada más, porque se levantó y, al sentirse libre, salió corriendo.

Quiero pensar (y deseo) que eso no fuera el principio de todo. Pero tengo dudas, así que tosan ustedes. Tosan libremente. No le hagan caso a su médico.


lunes, 24 de mayo de 2010

Síndrome de Estocolmo. Casey Station (III)


Hielo.

Soy hielo.

El hielo y el cadáver. Son lo mismo.

Lo que antes era blanco ahora es azul, muchos azules distintos.

Una atmósfera azul rodea mi cuerpo, construyendo un mapa de colores azules que me llevan a veranos cálidos, a los mares sin explorar.

En el hielo me siento en una oscuridad cálida, como si estuviera en las entrañas de un animal vivo. El olor es limpio, de lluvia sobre la hierba. Aquí no se sabe nada de la guerra, no se sabe nada de los hombres, de sus religiones y de sus arquitecturas, de las mutilaciones. Aquí no hace falta brillar.

El hielo brilla por ti. Mil kilómetros de hielo azul rodeándome, en el centro de una hoguera, de la noche. La edad es una paradoja, el dolor es una fantasía compuesta de cientos de islotes, las normas sólo son las de la naturaleza. En este hielo azul no hace falta quitar el polvo. La calma es infinita en esta alfombra de hielo. La música alcanza la perfección de lo incorruptible, porque aquí nada tiene final.

El hielo y el cadáver construirán un solo ente en forma de un enorme bloque de agua, como este iceberg de letras en el que me consumo y me fundo. La última bocanada de aire la convertiré en un mapa de azules, en más hielo para este universo de sueño eterno. Será la última puerta que se cierre y después el silencio. El vacío encharcará mis pulmones y será el último acto de destrucción de mi organismo antes de revelarse como puro azul. Es puro placer este orden. Es la paz como ningún hombre la ha conocido. El hielo y el cadáver. La atmósfera azul. El mar sin explorar. El iceberg.


domingo, 16 de mayo de 2010

Simulacro

Éste es un simulacro de texto. Aunque parezca lo contrario, nadie saldrá herido. Es todo de mentira, como en las películas, así que no llamen todavía a su abogado.

Esperen a que acabe, a que sean evidentes los chirridos de las palabras y su teórica enorme importancia, a que se abran las ventanas de la moraleja y así continúen con su velada repleta de otros epítetos. Y descuiden: soy el primero que no soporta el moralismo fácil de algunos relatos, así que no esperen encontrarlo aquí.

Primero han llegado las advertencias del prólogo, que dan paso al planteamiento y sus dudas y dificultades. Es posible quedarse en silencio, por lo que es un momento clave para arrancar de raíz las ideas que, en mi caso, brotan de la melancolía y de sus animales de compañía, qué lástima. Tocan la vulnerabilidad y las cenizas y los lugares comunes de las lágrimas y fraudes emocionales. Lo típico, para qué engañarnos.

A continuación, el nudo, qué bonita y vaporosa palabra, con sus lazos y sus retazos y tramas primarias y secundarias y puntos de giro. Nada grave, de todas maneras, bastante alejado de cualquier sentimiento amoroso ya. Hace un poco de frío y suele recurrirse a lugares comunes, a instrumentos de medición y a rutinas de sofá, sonriendo forzadamente. Así, con adverbio en mente, sin demasiada elaboración, y fingiendo algo.

Y, al final, el desenlace, caminando hacia la luz del final del túnel, como la Swanson, sin cables de suspensión. Pero con red, porque es un simulacro.

Así se acaba, sin aplausos.


viernes, 14 de mayo de 2010

Casey Station (II). Cristalización


No es la primera vez que muero de frío. Esta sensación que me invade no me es desconocida.

En verdad, ahora que soy de cristal me parece que lo he sido siempre. La única diferencia es que este color gris ahora está libre de matices. Ahora se acerca sin titubeos, sin compartir la pena, a la transparencia. Soy de cristal. Como lo he sido siempre. Pero ya no se me aplican filtros. Precisamente ahora, que me había resignado a ello.

Lo prefiero así. Ahora me siento libre de pena. Estoy al margen del asco, soy, más que nunca, un convidado de piedra en esta procesión hacia el óxido. Me concentro en la muerte, me sumerjo en ella. Me siento líquido y luego sólido y luego líquido.

Muero de frío y me da igual la belleza, no me importa su nombre. Tampoco apresuro el paso, no me avergüenza. Ya nada hace estragos, ni a golpe de martillo.

No es como unas náuseas. Esto no me coge por sorpresa. Es más bien como contar hacia atrás, buscando el cero en pleno espejismo.

Ahora que me muero de frío, que soy de cristal, me olvido. Por fin, consigo olvidarme.


domingo, 9 de mayo de 2010

Se busca



Hoy me apetece asesinar a un lector.

Es esto de escribir en sótanos, que abre el apetito homicida.

Será el primer lector asesinado por un cuentista. Piensen que es una ocasión única, que más tarde se pondrá de moda, seguro, y los escritores rivalizarán entre ellos por ver cuántos lectores matan. Es tentador. Y no pienso sólo en los críticos.

Es ahora. Hoy es el momento extraordinario y deslumbrante, la noticia hiperbólica y sensacional que aparecerá en todas las portadas de las revistas, culturales o no.

Es una muerte romántica, ¿no creen? Olvídense de suicidios trágicos y perfumados con Chanel número cinco, avispados en Pozoblanco o accidentes en puentes parisinos. Doten de algo de glamour a su vulgar óbito.

No se apuren: dejaré un cadáver más que exquisito y concederé la inmortalidad de las letras. Todo un asesinato ilustrado, oigan, que se morirá estupendamente. Dotaré de un sufrimiento razonable y el humorismo necesario para espantar las horribles y habituales muecas de terror. De sangre, la justa; de gritos, los mínimos.

Sin desfiguraciones ni teatralidades accesorias.

Razón aquí.

Léanme mal si se animan.


miércoles, 5 de mayo de 2010

Casey Station (I). 66º 17' S. 110º 31' E


Aquí estoy, en las coordenadas exactas. Aislado. Donde la inercia duele y todo es tan descomunal que ni se acerca ni se aleja. Siempre está en la inmediatez, aquí, en las coordenadas exactas.

Aquí, en las coordenadas exactas, he dejado de distinguir entre el sueño y el hielo, entre el miedo y el olvido, entre el frío y la muerte. Hablo, grito, me río con el eco para engañar al silencio.

Aquí, en las coordenadas exactas, no hay barro ni humedad. Ni siquiera noche. Para qué.

Para qué la sangre aquí, en las coordenadas exactas.

Aquí estoy, en las coordenadas exactas. Aquí he descubierto que el tiempo es áspero, que se ha quedado atascado entre el pasado y el futuro, cubierto por una capa de escarcha.

Aquí, en las coordenadas exactas, las sombras son tan espesas que han dejado de existir, nadie las mira. Han optado por difuminarse en la bruma y entre el resto de nada.

Aquí, en las coordenadas exactas, no hay tristeza ni teorías. Ni siquiera angustia. Para qué.

Para qué las palabras aquí, en las coordenadas exactas.

Para qué el llanto.


domingo, 2 de mayo de 2010

Imperfección


“Sólo había una cosa que le recordara a Pierpont Morgan su humanidad, y era una enfermedad cutánea crónica que se había apropiado de su nariz y la había convertido en una fresa gigante como las que cultivaba el mago de la horticultura californiano Luther Burbank. Aquella enfermedad le aquejaba desde su juventud. Según se iba haciendo mayor y más rico, la nariz le iba aumentando de tamaño. Aprendió a lanzar miradas disuasorias a la gente que se le quedaba mirando, pero cada día de su vida, cuando se levantaba, la examinaba al espejo y efectivamente le parecía enorme, pero exquisitamente satisfactoria. Le daba la impresión de que cada vez que hacía una compra, sacaba rendimiento a unos bonos o se hacía con el control de una industria, aquel rojo pericarpio adquiría una renovada lozanía. Su historia literaria favorita era el cuento de Nathaniel Hawthorne titulado La marca de nacimiento que contaba la historia de una mujer extraordinariamente encantadora, de belleza perfecta a excepción de una pequeña marca de nacimiento en la mejilla. Cuando su marido, que era científico, le hizo beber una poción ideada para eliminar aquella imperfección, la marca de nacimiento desapareció; pero en el momento en que se desvaneció el último resto de su piel y alcanzó la perfección, murió. Para Morgan, la deformidad de su monstruosa nariz era una huella dejada por Dios, la prueba de su mortalidad. Aquélla era su convicción más firme”.

E.L. Doctorow, Ragtime (fragmento)


 
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