lunes, 30 de noviembre de 2009

Viento

Hoy el viento se ha llevado lo que estaba escribiendo y cuando lo he ido a buscar estaba dos manzanas más allá. Ha hecho bien, el viento es sabio, porque te estaba escribiendo mentiras que hasta me daba cosa leer. Eran unas frases deslavazadas acerca de unas cuantas catástrofes y de lo mucho que te deseo, acerca de que me sigues pareciendo guapa y que al mirar tus fotos me sale enamorarme en este planeta y en los que lo rodean y en los confines del universo.

Mejor así.

Supongo que si al viento le da por leer lo que estaba escribiendo a lo mejor se pone a sangrar por la nariz. Cuando miento me sangran la nariz y las encías. Me ha dicho el médico que es por el aumento del torrente sanguíneo, porque cuando miento tengo que pensar mucho las mentiras y se me sube la sangre a la cabeza y acaba saliendo por cualquier orificio, como cuando te escribí aquello de que me alteras los resortes, que haces transparente cualquier leyenda, que me pones entre paréntesis, que me conviertes en especialista.

Son mentiras que, ahora, hasta me da cosa leer.

Como lo de que me excitaba que me desnudaras y me soltaras tu aliento de ciencia-ficción, que me provocabas orgasmos con sólo tocarme o lo de que sin ti mi vida no sería habitable y me tendría que conformar con músicas insoportables que nada tienen que ver con Nacho Vegas, y que te miraba como los niños miran las películas de dibujos animados.

Frases deslavazadas, nada más que eso: mentiras para no buscar al verdadero responsable, palabras mágicas para no dejar de tenerte. Para perder la poca sangre que me has dejado.

Ahora todo esto que estaba escribiendo se lo ha llevado este viento que precede a diciembre, y está dos manzanas más allá. Y es mejor así.


viernes, 27 de noviembre de 2009

Dickens sucks (Clásico revisitado número 23)

Que eso de estar durmiendo y que te despierte un fantasma no es algo común, digo yo, por mucho que esté previsto en mi historia y que lo haya escrito aquel inglés de Portsmouth –que, por otra parte, no le gusta a nadie, lo tengo hablado con todo el mundo–, que me da la sensación de que es más bien locura -que estaría bien estar loco de vez en cuando, como para dormir mejor nada más- o al menos sospechoso. Si me pongo a pensar así racionalmente, ni es un fantasma ni niño muerto, y para ser el fantasma de una Navidad tenía más bien pinta de vieja senil, de ésas que miran todo con odio o resentimiento, como evidenciando con los ojos que lo han vivido todo y que ya se les ha terminado la fiesta.

Estaba sentado en mi cama y tenía una guitarra en las manos. Me quiso dar conversación, aunque pareció más capricho que otra cosa, porque no paraba de hablar del futuro y no del futuro de aquí en cuatro o cinco días, sino del futuro-futuro, de ése que es jodido simplemente por el hecho de que todavía no ha ocurrido y que te cuentan con una batería de efectos incorporada.

Me cantó algo de un ser que sólo escribe y que lo acompaña el humo, conceptos teológicos, cientos de libros, un silencio rabioso, un gato obeso que se frota contra los bajos de los sofás y recuerdos difuminados y puramente funcionales.

Ganas de evangelizar que tenía. Y algo huele mal cuando la gente tiene demasiada necesidad de enseñar cosas.

Y ya está, porque me di la vuelta después de estamparle la puta guitarra en la cabeza. Que digo yo que para ser un fantasma sangraba como un cerdo y su sangre tenía la misma textura que la mermelada. Si es que hasta el rigor de la inmortalidad, en los tiempos que corren, parece de juguete.


domingo, 22 de noviembre de 2009

Loop

Entonces entró en un loop y para salir de los loops no son suficientes ni los viajes, ni los cuentos, ni siquiera unas pinturas Plastidecor con las que dibujar el futuro. Para salir de los loops hay que atreverse a buscar lo inhóspito, aunque sea en contra de toda ética y biología, dejar de pedir siempre yogur de postre, apuntarse a un club de fans, pasarse a la Pepsi, besar a desconocidas.

Y a las conocidas también. Y a las que le sonaban de vista.

Era como tomar vermut para aliviar la resaca, dejar de comer por haber comido, eliminar una ansiedad con otra o calentar más la atmósfera con el aire acondicionado. Los loops tienen esas cosas. Y él estaba en un loop en el que cada vez entraban más instrumentos. Instrumentos imperfectos y colesterol del malo.

El suyo era un loop civilizado, de un automatismo elegante y educado, que pedía permiso y gracias hasta cuando le pisaban. Era un loop un poco opaco, que, como las cosas opacas dicen en su definición, no dejaba entrar la luz y se dormía agotado antes y después de comer. Era igual que aquellos dibujos de ilusiones ópticas que la gente todavía manda por correo electrónico creyendo que son originales y son los de siempre, porque la gente no lo sabe, pero también han entrado en loops y no saldrán de ellos al menos que tiren cócteles molotov contra su propia existencia y busquen los puntos álgidos de la nada más cerrada, y así en un loop conseguirán extinguirse, a pesar de los coches deportivos, de las tetas de silicona, de los gin-tonics.

Entonces entró en un loop y para salir de los loops no son suficientes ni los viajes ni los cuentos, ni siquiera unas pinturas Plastidecor para dibujar el futuro. Para salir de los blogs hay que atreverse a escribir

Stop.


lunes, 16 de noviembre de 2009

Efervescencia


Ahora es cuando te conviertes en polvo, en sudor y en suciedad, en pelos en mi cama, en insomnio, en lugares inhóspitos.

Cuando sólo me queda de ti un idioma aprendido y escenas de sexo en el suelo de tu casa.

Cuando dejas de lanzar señales inequívocas y miras para otro lado.

Ahora es cuando te llevas hasta mi luz apagada.

Cuando dejas lo imprescindible y te vas.

Te disuelves en un vaso de agua.

Anhídrido carbónico.

Carbonato sódico.

Y burbujas.


jueves, 12 de noviembre de 2009

Blablabla


Tengo en la cabeza una frase genial, pero a estas alturas del relato más vale no malgastar frases geniales, porque sólo pensar que me quedan tantas líneas que escribir me entraría una ansiedad más que justificada, y cuando me entra ansiedad me sudan las manos y los dedos se me resbalan entre las teclas del ordenador y comienzo a utilizar demasiadas conjunciones copulativas e inevitablemente pienso en cópulas y eso me multiplica la ansiedad por cinco o seis mil y entonces sí que las teclas adquieren vida propia y asdfgñlkjh, porque las teclas no saben escribir más que eso, y también qwerty, blablabla e incoherencias semejantes que no llevan a ninguna parte, como tú y yo, que tampoco sé si vamos a alguna parte, como las teclas de mi ordenador cuando me resbalan entre los dedos y se mezclan entre sí y adquieren una poderosa y adulterada inercia que me lleva i-ne-vi-ta-ble-men-te a tus caderas con aquellos pantalones exagerados; no, no es sobre tus caderas la frase genial, y aún es pronto para usarla, porque todavía estamos por la mitad del relato y aún queda mucho por delante, y muchas vueltas y visitas al diccionario y distracciones en forma de ventanas que se abren, que a veces querría dejar los sentidos aparte cuando escribo y te pienso, y te siento y te busco y me pierdo a pesar del vértigo que me da cuando me miras y me haces preguntas y me reduzco a un estadio muy primario de mi evolución, cuando no se me ocurrían frases geniales y sólo me salían balbuceos prendidos con chinchetas, y me dan ganas de meterme en un espacio dentro de otro espacio dentro de otro espacio y de construir varios muros entre tú y yo, y colocar cámaras de videovigilancia para que no se te ocurra nunca más mirarme de esa manera en la que me miras, como si nunca hubieras mirado a nadie antes, atándome de pies y manos y agobiándome las metáforas y reduciendo a ruinas mis frases geniales; y de éstas me quedan pocas, muy pocas como para gastarlas en relatos que no hablen sólo de ti y de tus caderas y de esa mirada que me ata de pies y manos y me agobia las metáforas y no me deja escribir sin pensar en cópulas y multiplicar la ansiedad por cinco o seis mil, blablabla.


martes, 10 de noviembre de 2009

Olvido


"Me pregunto dónde se irá la memoria cuando morimos. Porque la memoria, como concepto teológico, me parece mucho más interesante y lleno de posibilidades que el alma. Después de todo, quizás el alma sea la memoria"

Rodrigo Fresán


Ayer tu olvido se apareció en mi casa, insolente. Me esperaba escondido debajo del rellano de la escalera, y, cuando pasé delante de él, salió y me arañó en la cara y se fue.

Con la mano derecha me toqué la mejilla. La sentía líquida. No era así, no era eso, porque me miré al espejo y me toqué la mejilla otra vez, y no había sangre, sino una cicatriz como importada, un poco sórdida, casi más de una descarga eléctrica que de un arañazo.

Entré en el cuarto de estar, y allí estaba tu olvido de nuevo, retador, tumbado en el sofá. No le conté nada, no le quise contar nada, tampoco hablarle. Quizás por no molestar, que los buenos modales nunca me han faltado. Mucho más que la intuición; mucho más que la malicia; mucho más que las ciencias exactas. Creo que los buenos modales justifican, en parte, mi existencia. Y me olvido de las tácticas de supervivencia por culpa de ellos, que lo normal habría sido agarrar a tu olvido y gritarle y echarlo a patadas.

Pero me quedé a un lado, mirándolo, hasta que se le antojara irse, o no pudiera quedarse. Sólo me faltó ponerle una alfombra, invitarle a una cerveza y limpiarle los mocos. E incluso invitarlo a dormir en mi cama. A lo mejor así los pies no se me quedarán fríos, pienso.

Lo normal habría sido un poco de histeria, un toque de desequilibrio como el de tu luna llena. Pero no, ahí me quedo, mirándolo y sonriendo a la nada.

Porque el uso de las mayúsculas no es para mí. Ni siquiera para tu olvido, arañándome en la cara, e invitándome a pensar en fórmulas científicas para aprender a odiarte y espantar tu insolencia sin notas al pie.


jueves, 5 de noviembre de 2009

Ejercicio introspectivo a las tres


Giré la esquina y me encontré conmigo. Fue como entrar de repente en una tormenta perfecta, sean como sean estas tormentas, que mucho nos ha enseñado el cine, pero yo todavía no he visto ninguna. Sí me las imagino con lluvia horizontal y desbordada, con gente corriendo de lado a lado y hacia ninguna parte, con golpes de efecto y viento y fuego y un montón de cosas más. Claro que yo tengo mucha imaginación y también he visto demasiadas películas. Quizás una tormenta perfecta sea un simple chaparrón con algún árbol arrancándose y poco más.


La cuestión es que giré la esquina y ahí estaba yo y mi tormenta perfecta. Me hice el loco, como otras veces que me había encontrado a mí mismo por la calle, pero esa vez no me sirvió de nada, porque ahí estaba, frente a frente conmigo, casi tocándome.


Quise pasar de largo con una maniobra de despiste, pero me agarré del brazo. No me imaginaba que tuviera tanta fuerza, porque cuando intenté zafarme -siempre quise utilizar esta palabra en un relato-, fue imposible: tantas mañanas en el gimnasio habían dado sus frutos y ahora se ponían en mi contra.


No pronuncié palabra y me comencé a pegar de forma crispada y compulsiva, con ganas. Lo cierto es que nunca había pegado a nadie, así que supongo que toda esa violencia reprimida durante años salía ahora con la fuerza de un huracán. O de una tormenta perfecta: por eso hablaba antes de la tormenta perfecta. Comencé dándome un puñetazo en el estómago, me encogí del dolor, y al agacharme me solté un rodillazo en los morros. Me puse a sangrar por la nariz; sangro muy fácilmente y, si me pegan rodillazos, mucho más fácilmente, así que me puse a sangrar. Luego, conmigo en el suelo, me llovieron patadas por todas partes. Tanto suplemento cultural leído y ahí me tienen, a puntapiés conmigo mismo. Y en absoluto silencio, que es lo más curioso.


No sé en qué momento perdí la consciencia. Algo soñé, creo. Supongo que algo relacionado con el dolor de cabeza.


Cuando me desperté, yo seguía ahí. Y lejos de soltarme charlas filosóficas acerca del significado de la violencia y las espirales de autodestrucción, simplemente me senté a mi lado y me quedé callado. Bueno, sólo me dije una cosa. Bastante decepcionante, en realidad. Y luego me quedé callado.


lunes, 2 de noviembre de 2009

Lunes

Abrí la puerta del armario y me di cuenta de que algo raro pasaba –llámenme perspicaz– cuando sentado sobre la pila de las camisetas se hallaba un hombre de unos cuarenta y largos que, absorto, leía unos papeles.

Oiga, le dije.

El hombre se asustó, se le cayeron los papeles y acabó por revolver todo el armario. Curiosa reacción, pensé, cuando ahí el que realmente se debería haber sorprendido era yo: en contra de lo que puedan pensar, mi conducta fue más bien flemática. Y eso a pesar de que no suelo encontrarme con señores entre mi ropa, la verdad: era lo que me quedaba por ver esta semana.

Tranquilo, no se alarme, pero es que está usted en mi armario, comenté.

El hombre se recompuso como buenamente pudo. Recogió los papeles, que se habían repartido por el suelo de mi habitación, y se colocó las gafas. Después se pasó la mano derecha por el pelo y habló.

Disculpe, a estas horas debería estar debajo de su cama, pero me he despistado leyendo.

¿Y qué es lo que lee?, le pregunté.

(En realidad, igual que ustedes, estaba más intrigado de por qué ese hombre estaba en mi casa que de la literatura que lo distraía, pero en ese momento me salió así).

¿No lo sabe? Pues lo que viene. Leo lo que viene.

¿Cómo?. Yo no había entendido un carajo, por supuesto.

Sí, deje que le explique. Por lo que he leído, hoy se va a poner esta camiseta roja de aquí, la americana negra y los pantalones de pana. Después se va a lavar los dientes, dirá “mierda, llego tarde” y saldrá corriendo de casa. Luego subirá al autobús número 20, discutirá con el conductor porque no tendrá suelto, pisará a una señora y le dirá “perdone”. Yo estoy aquí para recordárselo.

Ajá, pronuncié. Así que es usted mi apuntador.

Eso es. Encantado de conocerle.

Lo mismo le digo.

Y cogí la camiseta roja, la americana negra y los pantalones de pana. Después cerré el armario y me fui a lavar los dientes.

Mierda, llego tarde, dije.


 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.