jueves, 31 de diciembre de 2009

Año nuevo


Ese 31 de diciembre al año no le salió de las gónadas acabarse. Era más bien poco espiritual y eso de las tradiciones lo consideraba opuesto a toda evolución, por lo que el argumento histórico no sirvió para convencerlo. Que no iba a terminarse, que no quería, y ya eran más de las once de la noche. Y no iba a dar el calendario a torcer.

Otros años se habían cerrado fetén –siempre quise utilizar esa palabra– con eso de las uvas y el último anuncio y los especiales de Martes y 13, pero, ciertamente, los recientes habían sido más bien sosos. Un tragarse la cena y repartir besos al aire bastante regular, con poca alma, carácter y fuerzas, sin el instinto de aniquilación y de pasión por la novedad de otros tiempos. Será cosa de los videojuegos, de tanto programa de testimonios o de los móviles con conexión a Internet, quién sabe. La cuestión es que el año no quería acabarse, y ni recurso a la lógica temporal ni gaitas.

Así que dieron las doce campanadas, con los cuartos y todo eso, y los chillidos y los atragantamientos. Y luego los besos al aire y las felicidades impertinentes. Pero, a pesar de que la gente disimulara, afuera el año no se había acabado. Y nada que hacer, porque ahí ponía eso de 32 de diciembre que nos dejó bastante fríos a todos, que nos cayó mal el vodka con naranja y los saltos de esquí no fueron lo mismo.

Lo peor fueron los días posteriores, cuando aquello seguía un curso antinatural un poco impermeable, y se llegó al 40 de diciembre, y ahí todos con cara de tontos y sin muchas energías ya. Y sin saber qué hacer con los nuevos calendarios, con las agendas electrónicas, con todas las cosas más importantes.

No era cosa de detener el tiempo, que a todo se acostumbra uno, y arrancó la décima quincena del mes y comenzaron a venir los calores y el año no se acababa. Los expertos decían que aquello se había enquistado, que no había nada que hacer.

Hubo que recurrir a métodos violentos, entiéndanlo. Fue necesario el maquiavelismo.

Les juro que no sufrió. Que pasó muy rápido. Un tiro en la cabeza y listos. Estarán conmigo en que la tontería ya le había durado mucho. Que fue un mal menor.

¿No?


lunes, 28 de diciembre de 2009

Mejor así

Los dos estaban tan demasiado pendientes de sus vidas que se les olvidó mirarse cuando se cruzaron por aquel paseo de Barcelona. Él iba muy acompañado, hablando de indignaciones y de instantes varios. Ella, con la mirada perdida, caminaba hacia la reconstrucción de alguna de las cosas repetitivas que se suelen reconstruir los días de diario.

Y se olvidaron de mirarse.

Se cruzaron de nuevo, años más tarde, y esa vez a ella se le pusieron delante algunos besos. Él, más en tiempo futuro que en presente, escribía en la mente novelas siempre inacabadas –pero eso aún no lo sabía– y pasó de largo, de forma discreta, sin ruido.

Tuvo que transcurrir una década para que las anécdotas volvieran a cruzar sus caminos. Él seguía en sus asuntos, en esta ocasión huyendo de ejecuciones y esquivando opciones. Ella, flanqueada de niños, compraba helados, impartía lecciones, cogía de la mano. Y se olvidaron de mirarse.

Se encontraron otra vez, más adelante, en la época de las obligaciones y de los consejos. Ambos, de hecho, habían olvidado ya las carcajadas. Cuando se cruzaron por aquel paseo de Barcelona, ella hablaba en francés y él fumaba despacio un cigarrillo rubio; pensaba en algo relacionado con las trincheras o con los retratos del siglo XVIII. En ella no pensaba, porque no hubo ni un instante en que dejaran de olvidar mirarse a los ojos.

Y pasaron de largo. Y no volvieron a cruzarse por aquel paseo de Barcelona. Mejor así, que el deseo no está preparado para ampliarse, que la sangre no corre así de rápido, que no había tiempo suficiente para tanto agotarse, que los orgasmos siguen siendo vulgares, que los cuerpos son demasiado frágiles para aguantar el caos que les esperaba. Que el universo es sabio y que mejor así, porque ni las letras habrían podido con sus vaivenes.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Antípodas


Hoy el tren me llevará a tus antípodas.

Ya sabes que las visito a menudo, que me gusta tenerte al otro lado.

Allí fantaseo con encontrarte en ese silencio que queda después de las tormentas; imagino que vienes desde la oscuridad de un charco y bailas, y ríes. Y luego lloras por cosas que no entiendes o no quieres entender y vuelves a tu charco.

Yo me quedo en tus antípodas. Aquí planto mi huella, creo conexiones cósmicas y hago nudos marineros. También tiño tu ausencia de carcajadas -pero esto no hace falta que lo sepas.

En tus antípodas acumulo caricias para gastarlas más tarde, cuando busques pelea.

Aquí me suenan todas las canciones, me convierto en arquitecto, me creo aquellos besos, no nos quedan cuentas pendientes, no nos cuesta trabajo.

Estamos por encima de la media.

En este lado, el fin del mundo siempre es en tu cama.

Hoy el tren me llevará a tus antípodas.

Y pensaré que la tierra se mueve en torno a nuestro eje.


lunes, 21 de diciembre de 2009

Giros


El campeón mundial de salto de trampolín se quedó paralizado. Esto no sería noticia si hubiera ocurrido en el metro, en mitad de la calle o sobre la plataforma, pero le fue a suceder en el aire. En medio de un tirabuzón hacia delante.

La sorpresa fue general, ya que, ciertamente, no es habitual ver a un campeón mundial de salto de trampolín suspendido en el aire y sin mucha intención de continuar la caída. De hecho, hasta puede resultar exótico, y por eso comenzaron a llover flashes desde las gradas. Los periodistas se agolparon al borde de la piscina e intentaron acercar el micrófono al levitante, que se abstuvo de hacer comentarios. Los jueces, desconcertados, suspendieron su valoración.

Todo el mundo miraba con curiosidad al saltador, que seguía paralizado y, por qué no decirlo, bastante a gusto desafiando las leyes de la física.

Sin embargo, la expectación muy pronto se convirtió en tedio y los espectadores, previendo que la competición no se reanudaría, comenzaron a desalojar las gradas. Un campeón mundial de salto de trampolín suspendido en el aire tiene su interés, pero no tanto como puede pensar el lector: en cinco minutos la sorpresa desapareció y lo que era una rara atracción pronto se tornó rutina. En efecto, como se pudo comprobar, un hombre semidesnudo en medio de un tirabuzón hacia adelante puede resultar bastante aburrido.

Yo intenté quedarme hasta el final, pero me llamó un amigo con un plan mejor y tuve que marcharme. Hice bien, porque han pasado dos días y me han comentado que el tipo sigue ahí, en el vacío. Que han intentado convencerlo para completar el tirabuzón y dejarse caer, pero que no le da la gana. Que hasta aquí hemos llegado, dice.

Créanme que le entiendo.


jueves, 17 de diciembre de 2009

10

10, 9, 8, 7, 6 y ahora es cuando hay que despegar, cuando el viento está más en contra que nunca, cuando los silencios son más crueles y las paredes no sólo escuchan, sino que también intervienen; cuando quizás el vuelo nos lleve hacia una tormenta, cuando apostamos por el caballo ganador y el caballo se precipita una y otra vez hacia el fracaso; cuando las superficies están repletas de cráteres y de volcanes en erupción, cuando los viajes conducen más hacia la distancia que a los destinos; cuando la oscuridad acecha.

5, 4, 3, 2, 1 y abróchate el cinturón, que nos vamos a otro lugar, a ascender la montaña, a sentirse livianos, a conocer días diferentes, a tirar En busca del tiempo perdido a la basura y lanzarse a descubrir el fin de la noche.

0.

El 0 es el origen, donde está todo aquello en lo que creíamos, las fotografías, los debuts y las reverencias.

0. El 0 es también el final, el otro planeta, el mundo repleto de cosas, la gran evasión y la moto que conduce al otro lado de la alambrada.

0. El 0 es el episodio vacío. El modelo nuevo.

El espacio.


viernes, 11 de diciembre de 2009

Post Scriptum


Te quedaste parada, como congelada. Al principio no me percaté, porque estaba muy acostumbrado a tus desplantes y a aquello que hacías de quedarte callada y no contestar mis preguntas y mirar para otro lado y estar ausente todo el tiempo y poner aquella cara de mar en calma, en demasiada calma, y no hablar más que para interrumpirme. También eran frecuentes tus gestos como de nada, los que se ponen al ver los créditos de las películas, los que quedan como único consuelo; aquellos gestos que se quedan atrapados en las gotas que se deslizan hacia arriba en los parabrisas, los que remiten al blanco y negro, pero no al blanco y negro de las películas de Bogart, sino al blanco y negro de los códigos de barras.

Es por eso que tardé unos segundos en darme cuenta de que te habías quedado de piedra. Pero literalmente. Moví las manos delante de tus ojos, que es lo primero que se hace en estos casos, pero no reaccionaste, y luego te toqué, que hacía mucho que no te tocaba y por eso la frialdad de tu cuerpo no me sorprendió, y te sacudí un poco, sin demasiada violencia, pero no hiciste nada. Era igual que cuando te besaba, que ponías aquellos labios de mármol y abrías y cerrabas la boca por hacer algo, como quien abre o cierra una ventana, para que entre el aire.

Y fue entonces, cuando me acerqué a tu boca para ver si respirabas. Fue entonces cuando comenzaste a deshacerte, cuando tu piel no fue ya más piel y todo se hizo sal que se deslizaba por mis dedos, por la silla, por el suelo. Tus ojos permanecieron, sólo para mirarme hasta el final, con aquel negro laberíntico de tu iris clavándose en mi cara, sólo para despreciarme por última vez.

Desapareciste, y ahí quedó la sal de tu cuerpo. Yo la recogí y la tiré al váter. Te lo comento por si algún día la buscas, que quizás pierdes el tiempo.


domingo, 6 de diciembre de 2009

Futuro

“La gente prefiere vivir en el planeta llamado Presente sin darse cuenta que ése es el planeta cuyas civilizaciones tienen menos historia o posteridad. La gente prefiere no pensar”.

Rodrigo Fresán


Él dijo “qué coño” y se puso a vivir en el futuro. Al principio fue complicado eso de estar siempre cinco minutos por delante de su propia vida, pero a las pocas semanas se acostumbró. Le gustaba la perspectiva nueva de las cosas que le ofrecía el futuro. Se sentía más fresco, a pesar de que técnicamente era cinco minutos más viejo que su yo real del presente. Y, llámenlo suspicaz, dedujo que si se trasladaba un poco más adelante, quizás esa sensación de juvenil atrevimiento se potenciara y comenzara de nuevo a salir de noche y a conocer a mujeres simpáticas.

Es decir, que se fue un poco más lejos: a los diez minutos más tarde. También le gustó. El grado de incertidumbre había crecido, aunque los diez minutos de adelanto tampoco suponían un gran problema que ocasionara trastornos graves de coordinación espacio-temporal. Para alguien que no ha vivido jamás su vida de forma demasiado intensa, diez minutos más o menos tampoco suponían una cosa como para doblarse de dolor. Si su mundo hubiera estado hecho de barro, quizás estos diez minutos habrían significado un plano secuencia clave de la película, un comienzo digno del Sed de Mal de Welles, en plan arranca el coche y no pares en la frontera de México hasta que la bomba explote.

Pero no. Estos diez minutos sólo significaron una cosa: se sentía bien, como en plural, con los ojos más abiertos que nunca.

Y quiso irse más lejos. Primero, quince minutos. Luego, media hora, hasta un día por delante de su yo presente.

Tampoco era suficiente. Quería más. Estaba pletórico. A quién le importa. Da igual si voy uno o dos meses hacia delante. O varios años. No cambiaría nada ahí afuera, pensó. Fue lo que hizo, primero uno, luego dos, luego tres años. Y acabó viajando varias décadas hacia el futuro.

En su lecho de muerte, se percató de que aquello no habían sido flashforwards, sino su propia vida. Y ahora su futuro se extendía, como mucho, hasta esa noche.

 
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