sábado, 24 de septiembre de 2011

Cuento sin perdices



Ningún cuento terminaba
“Y fueron felices y comieron perdices”
Porque las perdices no le gustaban, o más bien no sabía si le iban a gustar, que no las había probado todavía. Y la verdad es que cuando, de mayor, las probó, tampoco le fascinaron esos pajaritos tan pequeños metidos en una lata.
Todos los cuentos terminaban
“Y fueron felices y los reyes le trajeron el barco pirata de playmobil”
Porque era eso lo que quería. Eso y nada más.
Pero en realidad los cuentos no terminaban así, porque ningún cuento termina así. Nadie se imagina a Blancanieves o a la Bella Durmiente pasando del príncipe para jugar con su barco pirata, o a los tres cerditos regodeándose ante el cadáver del lobo mientras surcan los siete mares con un parche en el ojo.
No, no, los cuentos no pueden acabar así.
Excepto éste, que como es para ti, termina de esta manera:
Y fueron felices y los reyes le trajeron el barco pirata de playmobil.


domingo, 18 de septiembre de 2011

Intensidad



Comenzó a engordar de forma exagerada. Sí que le gustaba lo de comer, pero las calorías se le iban por la boca tal y como entraban; que era de natural nerviosa, ansiosa y alocada le decían, que nada que hacer con lo de intentar ser feliz, que su espíritu estaría siempre ligado a la acción de las llamas. Por eso no le encajaba la ganancia de kilos: acostumbrado su organismo a reconcomer y a volver terrible la existencia, rebañaba las grasas y llegaba exhausto a las noches, y durante las noches despertaba de los sueños con miedo a extinguirse, tantas eran las veces que caía a un pozo o se despeñaba su yo inconsciente por un precipicio sin fondo visible.
Veinte, treinta, cuarenta kilos más y aquello no se interrumpía, y dejó de comer y engordó todavía más, hasta doblar su, hasta entonces, pequeño volumen. Acudió a algunos médicos que descartaron excentricidades tiroideas, metabolismos perezosos y ataques de pánico de los lípidos, hasta que uno, visionario y sin prisa indecorosa, descartó la locura intestinal y le puso los ojos en su espejo.
Rebaje su intensidad, le dijo; relájese, no discuta, ceda, deje que el agua le resbale y no sólo el agua; atraviese lo peor con poca alforja, olvídese de tener siempre razón y entréguese a la duda. Reflexione, piense, quítese énfasis y viva un poco más. Eso es lo que sucede.
Simplemente se ha puesto usted en negrita, acabó el médico. Y no le dio pastillas, pero sí la baja, y así la dejó ir, más preocupada y más en negrita aún, amenazando con escribirse en mayúsculas, gritando de dolor y harta de intensidad.
A los pocos meses volvió de la baj a y estaba delgada otra vez y como en cursiva. Pero eso es otra historia que no tiene nada que ver con su intensidad y su negrita.
Así que así la acabo.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Out



La tenista le dio de revés y pegó uno de esos gritos que pegaba, aunque en esta ocasión más fuerte. Tanto, que la pelota se desintegró y también ella misma, pero como a nadie le caía bien, pues a nadie le dio pena.
Sólo nos quedó la duda de si la rival ganaba por abandono o por desintegración, y si eso era así, qué es lo que podría implicar en ese torneo, por si se podía sentar algún tipo de precedente. Todos miramos al juez de silla. Parecía un poco confundido. Seguramente aquella situación no figuraba descrita en el reglamento y, claro, eso suponía un gran contratiempo. Bajó de la silla y se dirigió a los restos de la tenista desintegrada.
Los miró detenidamente. Luego hizo un gesto con la mano y dijo
Out.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Salto de página



Pulsó en el menú Insertar > Salto de página.
Y saltó de página. Tanto, que se pasó de largo. De hecho, batió el record mundial de salto de página, pero no sale en los libros porque se ve que tiene que haber jueces o algo por el estilo, y esta coyuntura se dio con él solo en casa.
[De todas maneras, contaba con demasiado viento a favor, así que tampoco habría sido legal, según reza en el reglamento del salto de página]
Frustrado, quiso pulsar Ctrl + Z, pero se equivocó. La coordinación manual no era lo suyo, que ya lo decía su madre, y lo de las dos teclas a la vez fue excesivo para ese momento de proverbial excitación.
No sabemos qué teclas pulsó, aunque sí que lo encontraron a los pocos días solo, desnudo y maniatado en una granja de Connecticut.
Pasa a menudo, comunicaron fuentes de Microsoft. Seguramente en el próximo Office este error ya estará corregido y nadie podrá batir más el record mundial de salto de página.
Sobre lo de la granja de Connecticut no dijeron nada, por cierto.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Fábula de ruedas

La rueda se cansó del hámster y lo expulsó violentamente de su interior. El animal quiso volver a dar vueltas, pero de nuevo la rueda se deshizo del roedor empujándolo contra los barrotes de la jaula.

El hámster volvió a probar de subir a la rueda, pero desistió al decimosexto intento, cuando ya tenía el cuerpo dolorido y se le había magullado un diente. Luego se puso a buscar otras ruedas en las que dar vueltas, pero era una celda pequeña, de las que venden en el mercadillo de los sábados, y sólo tenía una rueda, y esa rueda se había cansado del hámster. El hámster quería dar más vueltas y no tenía rueda. Qué tragedia.

A los pocos días, el hamster murió de aburrimiento, diabetes y un infarto de miocardio. Y eso que le habíamos dejado abierta la puerta de la jaula, pero no se atrevió a salir. Sólo quería dar vueltas en una rueda, y no tenía más rueda que esa que no lo quería.

Curioso animal.

 
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