viernes, 30 de abril de 2010

Eyjafjalla


Diarios, los pasadizos secretos sin salida, los cambios de costumbres, los equipos de fútbol, algunos editores, caminos verdaderamente misteriosos que sólo llevan a un interior, sublimes compasiones, viajes hacia la nada, cuartos de hotel y coches monovolumen; promesas incumplidas, mentiras sin luces y luces con mentiras, años de matrimonio, los graznidos; las herramientas que utilizamos para olvidar, las influencias, algunas segundas opciones; guerras entre vecinos, las películas supuestamente vanguardistas, las falsas transgresiones, los mártires visionarios, los líderes miopes, los asesinatos seguidos de suicidios, algunos personajes secundarios, las películas en tres dimensiones, los funerales de los fascistas, el desmayo del dolor, los llantos del pasado, los reservados el derecho de admisión; las salas de urgencias, las terminales de aeropuerto, los insultos televisivos, libros sobre catedrales, mañanas siguientes, tequieros sin tequiero.
Los japoneses de buffet libre.

La prueba

de que al mundo le sobra algo

es que tiene que expulsarlo por los volcanes.

Es algo que le quema y tiene que sacarlo, en forma de ceniza.


domingo, 25 de abril de 2010

Sorpresa



Feliz no cumpleaños

Feliz Feliz no cumpleaños te doy te doy

Feliz Feliz no cumpleaños te doy te doy


Sorpresa, gritaron todos. Él se quedó, cómo decirlo, patidifuso, parado. Era el objetivo, en realidad.

Lo que nadie esperaba es que después la liara a tiros.

Fueron los nervios.

Sorpresa.

Siempre fue un chico de prontos, dijo su madre poco después. Cuando era niño, contestaba, no se comía el puré, dejaba que al zumo se le fueran las vitaminas, abrazaba poco.

Su esposa tampoco se sorprendió. Estaba pasando una mala temporada -dijo como disculpándose- que ya ni leía ni escuchaba música. Ni siquiera iba al cine, y eso que él es de ir al cine.

Una vecina replicó que mujer, pero de eso a provocar una masacre hay un trecho.

Sorpresa.

Fueron los nervios, aclaró él; la crisis de los 30, quizás.

Mejor eso que volver a fumar.

Sorpresa.

jueves, 22 de abril de 2010

Demasiadas cosas


“Una vez hubo un hombre que escribía acerca de todas las cosas; nada en el universo escapó a su terrible pluma, ni los rumbos de la rosa náutica ni la vocación de los jóvenes, ni las edades del hombre y las estaciones del año, ni las manchas del sol y el valor de la irreverencia en la crítica literaria.

Su vida giró alrededor de este pensamiento: “Cuando muera se dirá que fui un genio, que pude escribir sobre todas las cosas. Se me citará –como a Goethe mismo– a propósito de todos los asuntos”.

Sin embargo, en sus funerales –que no fueron por cierto un brillante éxito social– nadie le comparó con Goethe. Hay además en su epitafio dos faltas de ortografía”.

Julio Torri, Xenias


domingo, 18 de abril de 2010

Naturaleza muerta

Cuando decidió trabajar como conductor de ambulancias, ya se lo imaginaba exactamente así. Podían pasar días sin nada importante, que, de repente, sucedía algo extraordinario que lo alteraba todo. Por eso le gustaba; porque le ayudaba a entender.

Le fascinaba el encanto de la rutina y lo ilusorio de aquellos días iguales a los demás, sin nada gótico que los adornase. El mismo olor, las carreteras de siempre, el insomnio de hora sobre hora, su universo de hombre sosegado: ésos eran los únicos ornamentos de la monotonía.

Hablaba poco. Sus compañeros lo sabían y lo respetaban, aunque intentaban no repetir el turno con él, porque, en el fondo, no entendían que pudiera pasarse horas sin decir una palabra y mirando a un punto fijo. Espectro, lo llamaron; más tarde, el Réquiem –hay mucho poeta suelto en el mundo de la ambulancia–. El apodo que se le quedó al final fue Naturaleza muerta.

A él le gustaba. Era eso, en el fondo.

Tampoco dormía. Se dedicaba a contemplar el vacío. Se corrió la voz de que era capaz de soñar con los ojos abiertos. Pero no de la forma en la que todos soñamos con futuras promesas, sino con una quietud increíblemente plana, un poco cadáver, hasta que entonces sonaba el walkie y sucedía algo extraordinario y todo se alteraba. Decía que le ayudaba a entender, a darse cuenta de que el mundo se compone de pequeñas insignificancias y que no es nada más que un incorruptible camino hacia el silencio, y que ahí, en la ambulancia, teníamos el privilegio de ser espectadores de todo eso, todos los días, de esos mil pedazos de existencias. De esas existencias rotas en mil pedazos.


domingo, 11 de abril de 2010

Costumbres


Hacía tan bueno que la muerte se levantó no muy tarde y se sentó en una terraza a tomar el aperitivo. Se puso en la sombra - no iba a jugar ahora con la palidez nívea de su piel, sobre todo con la cantidad de cánceres que hay por ahí – y pidió una caña y unas bravas. Hoy los enfermos terminales tendrían que esperar.

Ah, qué bien se está, le comentó al camarero, que incluso la muerte puede sentirse bien y gozar de buen humor. Sonrió. Sí, sonrió, porque la muerte no tiene ese archiconocido aspecto de esqueleto impasible cubierto con un manto negro. Más bien tiene pinta de contable. A veces lleva gafas oscuras y gabardina, como mucho. Y de la guadaña, ni rastro, porque para tragedia, envejecer: no hace falta más atrezzo que el dolor, y una guadaña pesa bastante, a pesar de los adelantos de la técnica y de la fibra de carbono.

El camarero llegó con la caña y la muerte se quedó fascinada observando el destello de las gotas de agua en el vidrio, el crepitar de la espuma y ese amarillo envejecido de la cerveza maquillado por los rayos de sol. Cogió la copa con la mano derecha; el primer contacto con la humedad y el frío artificial le rejuvenecieron la piel, anticipando de manera eléctrica el futuro placer del líquido en los labios.

Bebió. Hacía tiempo que no sentía el lúpulo por las grietas del paladar y, maldita sea, lo vivió como el primer amor, como una magdalena proustiana, como el alivio del estornudo.

Y fue entonces cuando aquel estrépito hizo acto de presencia. Cientos de niños, adultos, viejos, tenoras, tibles, flabioles, tamboriles. Y el inconfundible estruendo de la gralla.

La muerte escondió la sonrisa y recuperó su famoso rictus de venganza. Si es que lo están pidiendo, pensó, y, bebiéndose la cerveza de un trago, se levantó con más sed de sangre que nunca.

Parece mentira que los mismos que inventaron el folklore se me quejen de las epidemias, dijo mientras hacía crujir los nudillos.


miércoles, 7 de abril de 2010

Existencia eléctrica

“Soy un hombre apagado, piensa. Pero sería peor que a alguien le diera por encender las lámparas de mi existencia. Nada bueno sería que sucediera cualquier cosa y todo esto se animara y la casa se convirtiera en un exaltado barracón de feria y yo pasara a ser el centro de una vibrante novela. Y sin embargo es como si lo viera venir. Ocurrirá pronto algo, estoy seguro. De golpe, alguien vendrá a interrumpir mi vida monótona de viejo que camina descalzo por su casa, sin encender la luz, y se queda a ratos quieto, apoyado en algún mueble a oscuras mientas escucha las carreras de los ratones. Pasará algo, estoy seguro, mi vida conocerá un vuelco y mi mundo será una novela eléctrica. Si eso ocurre, será horrible. No creo que me guste que me separen del encanto inigualable de mi vida corriente. Yo me contentaría sólo con vivir en Nueva York, pero llevando allí también una vida sencilla, en contacto siempre con la sedante ordinariez de lo cotidiano”

Enrique Vila-Matas, Dublinesca (Seix Barral)



lunes, 5 de abril de 2010

Cuevas

Estos días, el infierno de tu locura habita en una cueva, lejos de luces artificiales y de paradigmas indescifrables. Vuelve a lo primario, al origen de todas las cosas. Escapa.

Busca eternizarse y cambiar su sed por la humedad microscópica de aquello que está más allá de la retórica. Se aleja de todos los slurp, smarck, crack, ñam, glub. Se refugia entre estalactitas. Huye del ruido de los coches que aparcan en tu calle y de pasar por delante de las pastelerías; y se olvida de hacer la compra, de las fechas de caducidad y de encargar la bombona de butano.

Dices que, en la cueva, no se habla la prosa oficial, sino que recurres a la lengua de los poetas.

Dices que así entiendes, que recuerdas sudores pasados y que, de esta manera, pones ilustraciones a todo lo que te pasa.

Dices que quieres tregua de tanto viento y de tanto postre y de tanto google. Que estás cansada de leer el futuro y de sus momentos estelares.

Que te vas; que muy agradables, muy simpáticos, pero que te vas. Y sin dar rodeos ni explicaciones.

Dices –me dijiste– que el infierno de tu locura debe cobijarse en una cueva.

Y me dan ganas de contestarte que por qué no en la mía.


 
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