jueves, 24 de abril de 2008

Por el camino de Sants (Clásico revisitado número 13)


En el mismo instante en que aquella tinta negra, con ese sonido a impresora anticuada, tocó mi cuerpo, me estremecí, fija la atención en algo extraordinario que estaba sucediendo en mi interior. Un placer delicioso me invadió y me aisló del bullicio de la estación de Plaça de Sants. Dejé de sentirme mediocre, contingente y acartonada. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Intento volver a hacerla aparecer de nuevo. Regreso con el pensamiento al momento en que esa línea de texto se fijó en mi reverso. Y me encuentro con el mismo estado, sin claridad, sólo la leve negritud de los caracteres de un código indescifrable. Pido a mi alma que haga un esfuerzo y rememore esa sensación fugaz. Y, para que nadie ni nada la interrumpa en esta tarea, la encierro y protejo mis sentidos de los estímulos de la estación.

Tapono mis poros, hago el vacío, pero me invade el cansancio. Pongo cara a cara a mi alma con el sabor añejo de la tinta, con sus taninos metálicos y ese colorante –¿toluol o xilol, quizás?– que vuelve a paladar con un retrogusto potente. Me viene un rumor del pasado, demasiado profundo; tengo que aguzar el oído. Palpita el recuerdo, dentro de mí se crea una imagen difuminada de otra estación de metro, de otras gentes y otros sonidos. De una voz anunciando estaciones y de un tacto fuerte aferrando mi cuerpo. La lucha, sin embargo, está lejos: sólo son siluetas y reflejos sin definición debatiéndose en mi conciencia, colores y formas que parecen perfilarse como un álbum de fotos amarillentas.

¿Llegará a formarse una imagen transparente de ese instante antiguo que la conciencia ha ido a buscar tan lejos? No sé qué decir, porque ahora mismo ha desaparecido. Se ha desvanecido. Fuerzo a mi alma de nuevo y parece que algo se reconstruye en el interior de mis ojos. Incluso, cuando ya vencido me pongo a pensar en las obligaciones de hoy, me vuelve un olor familiar que recupera por un momento la evocación.

Pero es inútil. El recuerdo no surge, al menos con la nitidez esperada. Y es que lo que nos diferencia a un bono de diez viajes y a un narrador proustiano es el hecho de que mi voluntad no es suficiente para forzar al hipocampo. Y, como trozo de cartulina que soy, no tengo magdalenas a mano.

12 comentarios:

Amelie Poulain dijo...

Espero leerlo en la pantalla de metro, el plazo acababa hoy ;)

Si fuese cartulina, me gustaría acabar mis días en el final de la Línea Azul :D Al abrigo de un bolsillo de pantalón vaquero.

Por cierto, a cómo va el metro cuadrado de T10 2 zonas? El placer de leer mientras se trasladan las paradas se está convirtiendo en un lujo!!

Besicosss

Anónimo dijo...

Vaya, por un momento he querido ser un bono para poder tener un instante de relación con la tinta!!

Pues si yo fuera cartulina, me gustaría acabar en el bolsilo de un abrigo largo de invierno, eso garantizaría mi supervivencia durante mucho tiempo (al menos en los míos pueden pervivir durante años jajaja)

Besos

Eva dijo...

Pues yo no quiero ser cartulina, quizá una nube sobre la que no pueda escribirse un destino y menos con tinta.

Un texto soberbio, Fer.

Gwynette dijo...

Pobre cartulina!..que gran esfuerzo!.. y casi lo consigue ! O_O

..hoy, cuando la saque de la cartera la miraré con un poco de ternura, que dura, que corta és la vida de una T-10...

Besitos

Emelina dijo...

Bonita expresión en vivencias fugaces, he de recordar los momentos mas felices como sensaciones ¿para que abrías de querer el recuerdo de una imagen? acaso seria interesante tener la memoria llena de imágenes, buena idea conservar la emoción del ser... buena vista en el largo metro que no he conocido.

Buen día fer.

vaderetrocordero dijo...

...Pero tu eres necesario!

Anónimo dijo...

Oh, un lugar mágico sin duda. Debo de decir que lo encontre gracias a ADN y aseguro que merecio la pena pasar a visitar este mundo de letras.

Yo sería una cartulina donde los niños pinten ilusión, quizá alguno escriba un cuento de princesas y sapos sin final feliz o tal vez un mundo de sonrisas imbencibles...

simalme dijo...

Los trenes, los autobuses, tantas caras, tantas historias, tan cerca y tan lejos. El medio perfecto para creerse cartulina y para no hablarle a la tinta.

Mon dijo...

Me hará ilusión reencontrarte entre estación y estación.

besos

Carmen dijo...

qué bueno eres cerrando textos.

qué bueno eres
y punto.

Un beso fer

Anónimo dijo...

Estilazo escribiendo. Me gustan las metáforas.
Un placer perderme por Barna, aunque sólo fuera en mi cabeza.

manuel_h dijo...

entre la memoria de un billete, o un billete para la memoria, a veces uno se aplana tanto que miedo da acercarse a una estación con maquinitas que tiren de mí, ¿podré resistir, o seré vencido otra vez y ni la tinta ni el sonido ni los olores serán capaces de llevarme de nuevo a donde no quería estar, y que tanto añoro?

en fin, tengo un bono de esos en la cartera, y me pregunto de qué lo recargan cuando lo recargan

 
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