jueves, 10 de septiembre de 2009

Parálisis


Mientras se duchaba, la luz se apagó. No fue una sorpresa, porque hacía días que la bombilla se comportaba con más intermitencia que estabilidad. De hecho, los días se convirtieron fácilmente en semanas, a pesar de que cada vez que entraba en el cuarto de baño, le venía el mismo pensamiento a la cabeza.


- Tengo que cambiar esa bombilla.


Pero sólo se acordaba en el cuarto de baño.


Todos los días pasaba por aquella tienda de lámparas, por la ferretería del barrio, y en el supermercado, junto a los palos de escoba, se exhibían bombillas de todos los tamaños y formas posibles. Pero él jamás se acordaba hasta que entraba en el cuarto de baño y veía a la luz parpadear sobre su silueta reflejada en el espejo.


Por eso, cuando la bombilla se apagó, no se sorprendió demasiado. Aquel día tenía que llegar.


Se acababa de enjabonar los brazos y, de repente, todo desapareció. El agua se volvió negra, la mampara dejó de ser transparente y la esponja se le fundió en las manos. Le invadió una sensación de absoluto fastidio. Se le ocurrió gritar el nombre de ella, pero después se acordó que ya no había más ella, que hace un par de días se había ido con lo puesto, harta de soportarle a él y a su falta de carácter y a su incapacidad para cambiar una bombilla. Así que probó a arreglarse a tientas. Cerró los ojos. Había oído o había leído en alguna parte que si anulabas un sentido, los demás se potencian. Es lo que les pasa a los ciegos. Claro que nunca había visto a un sordo con una vista hiperdesarrollada o a alguien a quien le hubiera desaparecido el sentido del tacto. Sin tacto todo sería horrible, pero mucho más fácil, en realidad, pensó.


Igualmente cerró los ojos. Pero no hizo nada. Permaneció allí parado, en aquella oscuridad que lo manchaba todo.


Luego volvió a dejar correr el agua encima de su cabeza. Y se quedó quieto, esperando a que la luz volviera, esperando a ella volviera, esperando a que sus sentidos volvieran.


8 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Esa esperanza, que es lo último que se pierde, era
Esperanza Aguirre.
Al día siguiente cambió la bombilla: con un susto basta.

A través del espejo dijo...

Te falta un "no" en la cuarta línea del segundo párrafo grande. Por lo demás, muy agradecido por otra lección.
Eso sí, siento curiosidad por cuándo te vaciarás al fin, y (con la ilusión de este ingenuo) te liberes por fin.

Madame Vaudeville (Chus Álvarez) dijo...

A veces es mejor estar a oscuras :)Me gustó ese final. Mucho.
MUA!

Liliana G. dijo...

Triste del que se queda esperando que las cosas se hagan solas...
Fantástico relato, Fernando.

Besos.

(¿Si te digo que al leer tu cuento me acordé que debía cambiar la bombilla de mi lámpara, me creerías?)

Carmen dijo...

éste espera a que todo vuelva a su lugar de forma espontánea

lo hace en silencio debajo del agua

otros lo hacen a diario delante de la televisión. Cuando no son capaces de vivir su vida viven vidas vidas ajenas, que siempre es más fácil

debajo del agua...esperando, un final inesperado

Buen fin de semana

Rosa dijo...

También es triste este relato, pero, tan bien expresado!!!!.
Que mezcla de belleza y tristeza me dejas.
Besos.

Víctor dijo...

Vana espera la de ese tipo. Me doy una vuelta por tu blog, a ver qué encuentro.

Saludos lelos!!!

Anónimo dijo...

A veces te falta la fuerza y sólo quieres sentir el agua sobre tu cabeza y esperar a qué suceda algo.

Pd: si se acuerda, cuando vaya a por la bombilla que me compre las pilas para la radio del baño (me ocurre lo mismo que él, jamás me acuerdo)

 
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