martes, 16 de enero de 2007

Solo


Los dos dedos, índice y corazón, palpitaban en medio de un charco de sangre, espesa, casi sólida; oscura, casi negra. Las manos del público dejaron de aplaudir y una voz femenina lanzó un grito de horror que silenció elogios, bravos y sonrisas. Por un segundo, tal vez dos, todo se paralizó; el último plato de la batería no vibró más, el foco siguió apuntando al virtuosismo del pianista, el dry martini se quedó en los labios, empalidecieron las brasas de los cigarrillos. Con un acompasado automatismo, las miradas fueron encuadrando la escena, primero desde los corrillos formados en las mesas, después desde la barra, desde el escenario. El contrabajista dejó caer su instrumento. Giró la muñeca y se puso la palma de la mano delante de la cara. Qué buen solo.


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