miércoles, 24 de enero de 2007

Hastío

Diciendo tequieromásqueanada, se dejaron caer con un beso y rodaron por el suelo, olvidando hoy y mañana entre saliva y suspiros. Con esta ausencia de pensamientos, les invadió el sueño treinta minutos más tarde en la gelidez de las baldosas, él dentro de ella, ella dorada de ternura, pidiendo miradas azules y besos violetas. Esperó a que ella cerrara los ojos. La apartó a un lado, se puso de pie sin dejar de observar sus comprimidas redondeces y le puso por encima un jersey. Cogió la guitarra que tenía a sus pies, ahora repara en ello, intenta recordar cuándo fue la última vez que la tocó, quizás tres meses, cinco, nunca ha sido constante, ni siquiera es bueno. El día en que decidió dejar la música, después de pasar ocho horas en la cama, a veces tocando quizás durante diez segundos, a veces durante tres, a veces durante dos, miraba al techo y se preguntaba cómo la podía querer tanto. Habían pasado quizás seis meses, ocho, diez, desde ese momento. De repente, poseído por una inopinada inspiración, salió desnudo al balcón, arrojó al vacío su guitarra y volvió a la gelidez de las baldosas y al calor de su humedad.

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