Terrazas (V). Segunda parte
Me armé de valor, porque la paciencia la había consumido, y volví a levantar la mano, esta vez desafiando la (escasa) flexibilidad de mis articulaciones. “Por favor”, pronuncié. En ese momento, dos horas y cuarto después, sucedió. El éxtasis místico, la apoteosis silenciosa.
El cruce de miradas.
El camarero me había visto.
Intentó disimular, pero no le sirvió de nada. Yo sabía que me había visto.
No pude ocultar un brillo de emoción en los ojos.
Ahora recuerdo ese momento y sigo sin entender por qué no acabó todo allí. Estaba todo a mi favor: la situación, la meteorología, la competencia, la perspectiva. El camarero me dijo “Ahora mismo” y yo le creí.
Probablemente fue exceso de confianza. No sé.
Sólo sé que ha sido lo más cercano que he estado de la gloria. E, irónicamente, tuvo lugar a las pocas horas. Claro que lo piensas y tiene su lógica, porque cuando pasaron dos semanas perdí el interés y dejé de levantar el brazo y de decir “por favor”, adoptando la postura de invisibilidad que me ha caracterizado en los últimos años.
Hasta hoy. Esta mañana me he despertado, como siempre, en la terraza del Bar Deportivo y me he puesto a hacer un balance del escenario actual. Por fin he tomado la decisión: me iré sin pagar. No por falta de civismo, ni mucho menos. Ni siquiera por orgullo -ya poco me queda-, o porque eche de menos a mi esposa y a mi hijo, que después de abandonarme aquella tarde nunca más volví a saber de ellos. Más bien lo hago por ese maldito e incontrolable mecanismo de empatía que se ha convertido en la condenación de mi existencia.
Pensé
Mejor no molesto más.
Y me fui.
12 comentarios:
Cómo querría no conocer la empatía (valga el pareado cutre...)
Gracias por sacarme la sonrisilla a pasear por las terrazas, MUA! :*
jajajajajaja la culpa de todo la tiene la empatía.
espectacular, fer, me he reído horrores
Increíble y maravilloso.
A mi también me cuesta mucho trabajo pedir la cuenta.
Suerte que siempre voy acompañada, y las personas siempre tienen tan poca paciencia, que terminan por hacer todo ellos mismos.
O eso quiero imaginar.
Conozco esa postura de imbecilidad. La padezco a veces.
Un abrazo Fernando.
José Roberto Coppola
lo entiendo, todo tiene un límite!
¡¡Bravooooo!! Al final, la decisión acertada y el desenlace perfecto...
Muchos cariños, Fernando.
PD: Por fin pude leer toda esta zaga que había relegado por falta de tiempo. Y por supuesto que la he disfrutado en grande. Es un placer leerte.
Jajaja. Claramente evocador del panorama de las terrazas en verano...
Un saludo
Podríamos decirle a ese psicólogo (que días atrás decías necesitar) que cree un grupo de ayuda para los "invisibles" de este mundo, que somos unos pocos. ;)
jajajajaaja, ¿y no fué en ese justo momento cuando el camarero ausente salió corriendo detrás de ti?. Porque es lo que suele ocurrir. Por lo menos a mi, que también tengo alguna experiencia similiar.
Joder, es genial
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