domingo, 7 de diciembre de 2008

Otakus (Kafkiana número 10)

Al entrar en la habitación, mi hijo ya no estaba. En cambio, ante mis ojos apareció un gigantesco Maneki Neko que movía su pata izquierda. Arriba y abajo. Incansablemente. Mi primera reacción, después de liberarme de ese hipnótico balancear que me cautivaba, fue gritar. Y me estremecí entre escalofríos. No sabía si estaba más aterrorizada por la desaparición de mi hijo o porque hubiera surgido de la nada, y en medio de su dormitorio, aquel monstruoso gato de cerámica. Mi esposo llegó corriendo y dejó escapar un chillido grave que se mezcló con el sudor que le caía por la frente. Se quedó lívido.

Meses después, recordamos ese momento con cierta ironía. En un vecindario tan unido como el nuestro, esos alaridos provocaron un crepitar instantáneo por todo el edificio, cuyos habitantes se arremolinaron delante de nuestra puerta (3º B). Estimulados más por la curiosidad que por la alarma, acudieron en masa a ver qué había pasado y sólo cuando les dejamos pasar se disolvió el atasco de la escalera, hasta ese momento colapsada por gentes ávidas de conocimiento. Ahora que todo el mundo se ha acostumbrado a este magnífico animal de porcelana que ocupa tres cuartas partes del dormitorio de mi hijo, esa reacción se me antoja exagerada. Seguro que aquello sucedió porque es de todos sabido que este tótem oriental atrae las visitas y, siendo tan magnas sus proporciones, el magnetismo fue igualmente desaforado.

Sin embargo, hoy, aunque el ritmo de curiosos es menor, seguimos teniendo (día sí, día no, con descanso los domingos y festivos) un volumen de visitantes exagerado para tratarse de una casa particular. Y empiezo a sospechar que todo ha sido una pataleta de mi hijo. Una reacción típica de adolescente la de convertirse en gato de la suerte. Mañana mismo, después de romperlo en trocitos y tirarlo a la basura, pienso quitarle Internet.

5 comentarios:

Eva dijo...

Esta metamorfosis quizá les venga bien para Navidad. Les aconsejo que froten los décimos de lotería diariamente por el cogot del niño-gato. Imagínate que toca...

Yo he vivido muchos años en el 3ºB, a ver si me quedé así como consecuencia de una mutación y sin saberlo... :S

Buenísimo, como siempre.

Saludos.

ciruja-no dijo...

No me gustó tanto como "Zapatos", pero está bueno igual.

salu2

simalme dijo...

Quién fuera niño-gato por un dia...

Anónimo dijo...

Si está todo el día encerrado en la habitación, y además con internet, mira donde tiene las manos el niño-gato adolescente.

Bermúdez

manuel_h dijo...

pues sí, a veces la mano dura es imprescindible, aunque nos cueste, dado el exagerado (e injustificado), amor que tenemos por nuestros hijos.

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.