Edipo hoy (Clásico revisitado número 16)
Edipo, sigues siendo un buen hombre en la paz, pero en la guerra te haces vil e inhumano. Mátame si eso es lo que te place. Sin embargo, te aseguro que así tu espíritu no alcanzará la armonía.
Hasta ahora nunca he hablado y, si no dije palabra, era porque mi silencio preservaba la paz. Lo que saliera de mi garganta podía perjudicarnos a todos. Sabía la verdad y me la he guardado, provocándome heridas que jamás serán curadas. Desconoces hasta qué punto puede ser dañino un secreto que no ha sido desvelado ni a un sacerdote cristiano, ni a un sordomudo analfabeto, ni a una bestia de las de tu granja. Sólo Zeus sabe, pero no por mi boca indiscreta.
Pero ha llegado la hora de confesar lo inconfesable.
Nos estamos muriendo todos. Las madres ya no dan leche, las calles se pudren, el color del cielo es de un eterno rojo crepuscular. Las langostas se comen las piedras porque las plantas ya no dan fruto. Sólo queda guerra. Y tristeza. La muerte ya no espanta: es común.
Edipo, estás ciego. Escucha mi secreto. Es demasiado cruel para decirlo o para oírlo, pero ya es tiempo. Yocasta... ella no merece tu desprecio. Te ha faltado valor para aceptarla y hombría para seguir el dictado de tu instinto, igual que careciste de arrojo cuando te encontraste con aquel anciano de Fócida. Ahora sabes que era Layo, que era tu padre, y no le mataste. También reconoces a Yocasta como madre y, aun así, renuncias a compartir tu lecho con ella. Y ahora que deberías sacarte los ojos tiras tu espada al suelo.
Dioses, ¿éste es el Edipo que nos queda?
Hasta ahora nunca he hablado y, si no dije palabra, era porque mi silencio preservaba la paz. Lo que saliera de mi garganta podía perjudicarnos a todos. Sabía la verdad y me la he guardado, provocándome heridas que jamás serán curadas. Desconoces hasta qué punto puede ser dañino un secreto que no ha sido desvelado ni a un sacerdote cristiano, ni a un sordomudo analfabeto, ni a una bestia de las de tu granja. Sólo Zeus sabe, pero no por mi boca indiscreta.
Pero ha llegado la hora de confesar lo inconfesable.
Nos estamos muriendo todos. Las madres ya no dan leche, las calles se pudren, el color del cielo es de un eterno rojo crepuscular. Las langostas se comen las piedras porque las plantas ya no dan fruto. Sólo queda guerra. Y tristeza. La muerte ya no espanta: es común.
Edipo, estás ciego. Escucha mi secreto. Es demasiado cruel para decirlo o para oírlo, pero ya es tiempo. Yocasta... ella no merece tu desprecio. Te ha faltado valor para aceptarla y hombría para seguir el dictado de tu instinto, igual que careciste de arrojo cuando te encontraste con aquel anciano de Fócida. Ahora sabes que era Layo, que era tu padre, y no le mataste. También reconoces a Yocasta como madre y, aun así, renuncias a compartir tu lecho con ella. Y ahora que deberías sacarte los ojos tiras tu espada al suelo.
Dioses, ¿éste es el Edipo que nos queda?
7 comentarios:
Sí, ese mundo y ese Edipo es el que nos queda...
y así empezó la crisis que nos azota por doquier!!
La muerte ya no espanta: es común.
:/
El caos se apodera de nosotros... nada sigue su curso natural...
Mala idea que Edipo arroje su espada al suelo en vez de enceguecer ante este mundo que se muere...
Siempre me ha fascinado el mito de Edipo: difícil escapar de nuestro destino.
Un abrazo.
Vaya que a veces la muerte no espanta.
José Roberto Coppola
El héroe ya no es ni villano en la era apocaliptica.
Desapareció la tragedia griega y la romana, ni rastro de Polichinela. Se acabó el tinglado de la antigua farsa, no se sabe nada de Segismundo, y me han dicho que Vladimir y Estragón murieron de inanición esperando a Godot....
Estaba actualizándome con tus relatos y decidí detenerme aquí, quizá porque Edipo siempre me pareció una víctima del destino. Este Edipo que nos queda, sin embargo, ha logrado vencer al destino, a la consecuencia de haber querido ver más allá... Me gusta este Edipo porque superó su propia desmesura.
Un placer estar otra vez aquí. Un abrazo. (El Malbec... lo que prometo lo cumplo.)
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