martes, 19 de agosto de 2008

Página 119

Hasta el momento en que ese libro llegó a sus manos, había tenido la fortuna, la perseverancia, la curiosidad o la cabezonería de acabar todo volumen que desfilaba por delante de sus ojos. Con los hombres le había pasado lo mismo. Había terminado con todos. En todos llegaba a las palabras The End y, con todos, la sensación era la misma, la que se tiene cuando se están viendo los títulos de crédito de una mala película que no ha conseguido ni el divertimento ni las lágrimas, y a cuya trascendencia emotiva le falta levadura y le sobra todo lo demás.

Pero he aquí el elemento distorsionador y evolutivo de la narración: ese día abrió un libro que no le dejó pasar de la página 118, que le invadió la memoria de condensación, como de nubes a punto de estallar y ella sin gabardina. Cuando quería llegar a la 119, una fuerza consistente la paralizaba y se quedaba en la 118, mirando las últimas palabras: una frase vulgar, demasiado leída ya, como “le tapó la boca con la suya”, “quería mi cabeza en un palo” o “de los cerdos todo se aprovecha”. Además, estaba inacabada y con la bisagra rota.

Volvió a intentarlo, cogió carrerilla y enfiló la historia desde la página 115. Pero, al llegar a la 118, según se acercaba el final del último párrafo, algo pasaba: en una ocasión se quedó dormida de forma instantánea; en otra, la llamaron por teléfono (una amiga) dos veces (un amigo); hubo una vez que estuvo a punto de llegar a la 119, pero se cortó el dedo con el papel y comenzó a sangrar. Lo más común, sin embargo, era ese estado de apatía que la invadía cuando comenzaba la línea número 27 de la página 118, que la sumergía en una hipnosis momentánea y que, finalmente, la obligaba a abandonar la lectura.

De hecho, dejó de leer. Cualquier cosa. No leía ni los prospectos de las medicinas, ni las cajas de cereales, ni la etiqueta del champú. Tampoco los carteles publicitarios o los horarios de los museos. Por supuesto, su mirada no se detenía un segundo en las advertencias de las autoridades sanitarias. Ni siquiera leía las cartas de amor, lo que sumía a sus amantes en un permanente fastidio.

Acabó trabajando de bibliotecaria. Tenía la falsa creencia de que encontraría esa página 119 en las ficciones ajenas.


P.S.: Gracias, Belén, por el argumento y el "ofrecimiento". :-)

13 comentarios:

Myriam M dijo...

¡Qué gusto leerte y que ya estés de vuelta!

Somos muchos los que alguna vez nos hemos quedado atrapados en la 119, sin saber que uno se la salta y ya está en la 120 (donde se abren de nuevo las puertas)

Un saludo,

Lilith

Anónimo dijo...

Muchas gracias por el cuentito, me ha gustado mucho! Y las cartas de amor se las leían sus amantes mientras ella estaba de espaldas en la cama fingiendo dormir...

Un beso gordo!

Belén

Anónimo dijo...

:)
Hace años que no me obligo a terminar nada que no me enganche.
Lo malo es cuando ocurre con la gente, porque suele ser mucho antes de la página 119.
:)
kisiño.

Carmen dijo...

pues ves?

yo no pienso dejar de leer(te)

por mucho que mi blog (y un poco mi vida) se quedaran atascados antes de la página 118.

qué bien escribes, fer.

Diego dijo...

Qué bueno que hayas vuelto a tus historias, si es que alguna vez te fuiste, que no creo. Las enumeraciones son muy logradas, y tal vez en este caso sean las que promueven la sensación de impotencia ante un fluir que sin embargo no nos deja avanzar. Un abrazo.

Tristancio dijo...

Joder, ahora llegaré con temor a las páginas 119, no vaya a ser cosa que sea una maldición para "lletraferits".

Debo decir que también, "definitivamente", me agrada tu territorio... (el "linkeo" es mutuo ;)

manuel_h dijo...

y en la biblioteca sus recomendaciones eran las más apreciadas por los usuarios, pues nunca, nunca descubría el final

AAN dijo...

Qué bueno, Fer. Te descubro ahora y estoy encantada de haber caído en tu rincón.

Besitos. Volveré

adictaacruzarenrojo dijo...

El síndrome de la 119...amigo mio...a partir de ahora hay una nueva enfermedad...(crónica parece...)

Y porqué sera que nunca dejas indiferente...

Además robando todo el calor que la ciudad amarilla escupe en agosto...(yo huí en julio y vuelvo el primer día de septiembre...asi que espero, que me dejes un poco...;) pero muy poco...calor de primavera...va?)

Un beso rojo

Mon dijo...

Quizás simplemente no era el momento de pasar de página ...

Besos

Alphonsus dijo...

Yo también abrí una vez un libro y me paso algo muy curioso, no podía por nada del mundo cerrarlo; incluso con la ayuda de varios amigos no lo conseguia, finalmente decidí dejarlo abierto en la terraza de casa donde acuden todo tipo de aves a picotear palabras.
Un saludo...

Fauve, la petite sauvage dijo...

María se me ha adelantado con su comentario que coincide plenamente en la idea de lo que yo pienso e iba a escribir.

Saludos.

Fauve, la petite sauvage dijo...

María se me ha adelantado con su comentario que coincide plenamente en la idea de lo que yo pienso e iba a escribir.

Saludos.

 
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