Seducción
Conoció a la sirena en una inmersión rutinaria. Él llevaba un traje de neopreno ciertamente ajustado; ella, semidesnuda, sólo cubierta por las típicas escamas plateadas, dejaba ver los pechos entre el pelo dorado que caía sobre sus hombros hasta casi el ombligo. A ella le gustaron las burbujas que él dejaba escapar por la nariz. Él... bueno, ella era una sirena, ¿cómo no caer rendido sin estar amarrado al mástil de la nave?
Fue una vez en tierra, en la mesa, cuando, sentados uno frente al otro, comenzaron a agitar la noche. Hablaron de otras bocas y peleas pasadas, de pasillos transitados en busca de luces, de locuras ajenas, juicios propios y lágrimas tragadas.
Él, buscando un contraataque, inició su repertorio con el gesto, antes infalible, de la media sonrisa, pero ella no lo vio. Después movió las manos de forma acompasada, al ritmo de las palabras, la miró directamente a los ojos y puso aquel rictus de sutil serenidad, casi criminal, que solía acariciar el rostro femenino como un pañuelo de seda falsificado.
Ella arqueó la mirada, fingiendo dulzura, primero de forma tímida, después hipnótica. Sus ojos empezaron a brillar con intensidad líquida, como si expulsara una emoción que en realidad no sentía.
Él vació la botella, llenó las copas, y le habló de Juan Pablo Castel, de María Iribarne, de estaciones de campo, de literatura redescubierta y de un aire distinto, dulce y ruidoso.
A las dos horas, de vuelta a casa en el taxi, ella decidió que lo llevaría consigo a lo más profundo de la bahía. Y que le quitaría la bombona de oxígeno. Jamás podría admitir ante su raza que aquel antropoide había conseguido arrancarle tres besos en la boca.
Fue una vez en tierra, en la mesa, cuando, sentados uno frente al otro, comenzaron a agitar la noche. Hablaron de otras bocas y peleas pasadas, de pasillos transitados en busca de luces, de locuras ajenas, juicios propios y lágrimas tragadas.
Él, buscando un contraataque, inició su repertorio con el gesto, antes infalible, de la media sonrisa, pero ella no lo vio. Después movió las manos de forma acompasada, al ritmo de las palabras, la miró directamente a los ojos y puso aquel rictus de sutil serenidad, casi criminal, que solía acariciar el rostro femenino como un pañuelo de seda falsificado.
Ella arqueó la mirada, fingiendo dulzura, primero de forma tímida, después hipnótica. Sus ojos empezaron a brillar con intensidad líquida, como si expulsara una emoción que en realidad no sentía.
Él vació la botella, llenó las copas, y le habló de Juan Pablo Castel, de María Iribarne, de estaciones de campo, de literatura redescubierta y de un aire distinto, dulce y ruidoso.
A las dos horas, de vuelta a casa en el taxi, ella decidió que lo llevaría consigo a lo más profundo de la bahía. Y que le quitaría la bombona de oxígeno. Jamás podría admitir ante su raza que aquel antropoide había conseguido arrancarle tres besos en la boca.
9 comentarios:
Suenan aplausos en la sonrisa que ha despertado el bonito relato. Un Domingo sin relato no es un Domingo.
Las sirenas se pierden en las palabras y las muñequeras.
Un (b)eso!
Una sirena... muy apropiado. Acertadas las inclusiones de los personajes de Sábato.
Muy completo, y el final es tan prometedor que supongo que la sirena estará presente en futuros relatos. Al menos eso espero yo.
Qué aridas y escépticas tus historias de... ¿amor?
"Arráncame las piernas
prefiero tener cola de sirena
y conservar el canto"
Me gustó, sobre todo el final...
Un saludo,
Lilith
Entre los seres femeninos del agua, sólo conozco a una que no abominó de la humanidad: Rusalka. Al parecer, esos seres siempre han buscado nuestra perdición. Ulises nos enseñó la manera de salvarnos, aunque no sé si su técnica tendría hoy vigencia. En su época, las sirenas tenían plumas y volaban.
Me gustó el choque entre los dos mundos, pero sin perplejidad desde ninguna de las partes. Un abrazo.
Ahora se entiende que el telefono no sonara! :P Cambio su voz por un par de piernas para seducir a su Ulises.
Entre cantos de sirena y "Son de amores"... la semana promete!! Jjaja
Besicosss
Con tu sutil serenidad...me haces perder en lo más profundo del océano.
Un maravilloso relato.
Bicos
"A fuerza de verte llorar aprendí de tus lágrimas,que el cielo está al lado del mar, que yo soy solamente sal..."
Pobre sirena vencida por un vulgar mortal.
Hace bien en esconder su fragilidad, una vida humana no es apropiada para ella. Además así, siempre le quedará un bonito recuerdo (antes de que la realidad se lo trague)
Un beso!!!
quedamos sirenas de otro tipo.
sirenas que no queremos mal a nadie.
sirenas a quienes nos encanta encantar con nuestros cantos.
genial descubrimiento tu blog.
también desde bcn... un petó...
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