domingo, 4 de febrero de 2007

Polución


Allá a lo lejos apareció la neblina ocre de la ciudad. Dentro de un cuarto de hora serían las seis de la tarde del primero de febrero, lo que significaba que ya habían pasado 71 horas desde que inició la marcha. Todo había transcurrido muy rápido. Nunca le había ganado el deseo de volver, a pesar de que el cansancio y la suciedad espesa de su cuerpo hicieron crecer una oscura incertidumbre sobre el porvenir. A los lados del camino habían ido desapareciendo las encinas y los nogales, y los ruidos de los pájaros, antes estentóreos, quedaron decolorados por el ruido de chiquillada, de motores en combustión y de sirenas huecas. Pero no había niños jugando. Tampoco había palomas y tejados rojo crepúsculo. Recordaba el silencio de donde venía, los grillos lejanos y aquella claridad nocturna que dejaba ver las luces de la penumbra, y se le hizo raro el resplandor de bujía y el metal respirado. Paró junto a un viejo que descansaba sobre una piedra en forma de silla. Voy bien para la capital, preguntó, y el hombre le respondió que ése era el camino. “No le queda mucho” y una tos seca le interrumpió. Con un gesto agradecido, reanudó la marcha, dispuesta a llegar, antes de que anocheciera, a la neblina ocre de la ciudad.

41 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta, no hay continuación?

Fernando García-Lima dijo...

Es un cuento interactivo. ¿Cómo lo continuamos? :-)

Anónimo dijo...

Uy, no se me da muy bien escribir, pero a lo mejor lo intento :P

Fernando García-Lima dijo...

Claro, inténtalo. Podemos publicar la continuación en una nueva entrada. O lo pones en los comentarios a esta entrada, como prefieras.

Anónimo dijo...

La tenue llovizna formaba una red alrededor de su pelo, de su rostro. De pronto la asaltó un pensamiento perturbador. Aunque era capaz de recordar el momento justo en el que decidió partir -la sensación de tiempo infinito de la que disfrutaba, la promesa de una posibilidad a la vuelta de cada esquina, la claridad del aire- no podía sentirlo. Y descubrió que esta imposibilidad de sentir el pasado la preocupaba. Era realmente inquietante estar apartada de ese modo de la textura de su propia vida. Y su falda se movía mientras caminaba. Se estaba poniendo los zapatos perdidos. :P

Fernando García-Lima dijo...

Recordó aquellas veces que salía a pasear de la mano de su madre y buscaba los charcos. Imaginaba que se zambullía en ellos y aparecía en el otro lado del mundo, lejos de los chillidos de su hermano, donde no había que ir a la escuela y donde los médicos sólo recetaban jarabes que sabían a fresa. Los habitantes de aquello que llamaban las antípodas eran unos seres que olían a tocino de cielo y montaban en bicicleta, que siempre llevaban sombrero de ala ancha y fumaban en pipa. Casi treinta años después no había viajado todavía a Oceanía, pero no tenía dudas de que todo era tal y como su mente infantil lo había concebido. De hecho, aún buceaba en los charcos en busca de billetes de ida.

Sigamos :-)

Anónimo dijo...

Tiene solo recuerdos difusos de su madre y ninguno real de su padre. Su madre, ella está segura, tenía el pelo largo y trigueño formando grandes ondas. Cuando reía, se tapaba la boca con la mano. Llevaba ligeros vestidos de lanilla con collares de perlas, o bien era una mujer con un abrigo de piel aferrando la mano de una niña pequeña mientras caminaban por la acera. Tenía zapatos marrones de perfecto perfil y pies pequeños.
En las fotografías, su padre es alto y tiene el pelo fino y rojo y, a pesar de sus dientes torcidos, parece una estrella de cine de aspecto anémico. Leslie Howard, digamos. En las fotografías, su padre siempre lleva un sombrero de fieltro de ala ancha y sonríe.

(perdón por ir destrozando tu relato...jajaja, me gustó mucho esto último que escribiste)

Fernando García-Lima dijo...

Mirando las fotos de ambos, los dibujaba en su mente como unos modernos Zelda y Scott Fitzgerald, recibiendo a sus docenas de invitados en la casa familiar para celebrar fiestas interminables. Bailaban foxtrot y bebían cócteles de nombres exóticos mientras sus invitados, distribuidos en ramilletes, criticaban y elogiaban a partes iguales. Su madre era la anfitriona que sabía reír los cumplidos y que provocaba admiración por su gusto en el vestir –y por su belleza fuera de lo común, por supuesto. Su padre, el seductor sereno que hipnotizaba con las palabras. A los ojos de los invitados formaban la pareja perfecta. Cuando la música cesaba y las puertas se cerraban, reanudaban la perenne batalla de egos que los encaminaría a su trágico destino.

Sigamos destrozándolo. Me ha gustado la referencia a Leslie Howard. :-)

Anónimo dijo...

¿Habría heredado ella ese trágico destino? se pregunta al entrar en la ciudad. Camina por calles desiertas, el resto del mundo está atrapado en el interior de las casas por el frío que sopla desde el puerto y serpentea a través de los estrechos callejones y hacia un mar de niebla. No puede dejar de temblar, el abrigo que lleva es totalmente inadecuado para ese frío helado.
El vacío de la ciudad es extraño y magnífico. Toda la ciudad se encuentra oculta dentro de una burbuja de intensa quietud y no resulta difícil imaginarla como un decorado, con todas las tiendas cerradas, igual que los cafés, y la gente existiendo solo en la imaginación. El bullicio y el aroma del café deben adivinarse.

Pues sigo :P

Fernando García-Lima dijo...

Los actores permanecen escondidos esperando la orden del director. Acción. Y la cámara empieza a rodar, y recorren las calles sin rumbo fijo, de las casas a las oficinas, de los trenes a los andenes, de los semáforos a las esquinas, hasta que se oye corten y la escena queda lista para el positivado. Las calles asisten mudas al espectáculo, como un espectador poco estusiasta que aguarda con impacienca el theend y los títulos de crédito de una película demasiado larga ya.
El frío era un humo serpenteante que la acompañaba por las aceras, de cornisa en cornisa. Sacó de su equipaje el papel con la dirección de destino, ahora un borrón húmedo y azul en el que se podía leer…

Anónimo dijo...

"Querida Leo,

Nos estamos engañando. Nos estamos engañando. Reúnete conmigo de cualquier manera, en algún momento entre el 14 y el 17 de Noviembre. Por favor.

Hotel Malakko, en la capital. C/Nigeria número 14."

Fernando García-Lima dijo...

El hotel Malakko era un edificio monumental que sobresalía entre las construcciones contiguas de forma pomposa. La fachada, altiva, parecía retar al paseante que se aventuraba a mirar hacia arriba; aunque en ella se veían cientos de ventanas, sólo una aparecía iluminada, algo que dotaba al enorme bloque de un aire fantasmal. Estaba rematado por una cúpula sobre la que aparecía majestuosa la estatua de un águila, y en la balconada de lo que parecía la planta noble se desplegaban diez banderas. En el umbral, precediendo a la puerta giratoria, un botones aguardaba a dar la bienvenida a los (inexistentes) huéspedes.

Se extrañó. Que él se alojara en un hotel con aquel aspecto no era su estilo. Miró de nuevo la dirección. No había duda. Era allí.

Anónimo dijo...

Sí, era allí. Y, en cualquier momento, se encontraría con él que ya debía llevar esperándola tres días. Se dirigió al mostrador de recepción pasando junto al magnífico mobiliario del vestíbulo vacío. Entregó su tarjeta de crédito cuando se la pidieron, estampó la firma en un papel y aceptó un par de llaves, una de plástico, la otra tranquilizadoramente real, la llave de metal del minibar, para tomar un trago si era necesario. Siguió las indicaciones hasta los ascensores, en él sonaba una música empalagosa y banal. Tras salir del ascensor, siguió las señales y las flechas a lo largo de un corredor amplio y silencioso construido en una época en que el espacio aún no era un lujo.
La puerta de madera blanca de su habitación era pesada y se abrió con un suave chasquido. Había un vestíbulo con espejos que parecía hacer de bar, una sala de estar con ventanas cubiertas con elegantes cortinas, y unas puertaventanas que conducían a un dormitorio más grande que el salón de su casa.
Se sentó un momento sin quitarse el abrigo húmedo. Cerró los ojos e intentó relajarse, algo para lo que carecía de talento. Nunca había asistido a una clase de yoga, jamás había meditado, incapaz de sustraerse a la idea de que semejantes estrategias suponían rendirse, aceptar que ya no podría permitirse tocar la piel de la realidad, su vieja amante.

Fernando García-Lima dijo...

Tenía el pulso acelerado. Le contraía las sienes, podía sentir cada latido en la yema de los dedos. Se concentró en el temblor de los párpados y en las luces amarillas y naranjas que veía en la oscuridad de sus ojos, como si fuera un firmamento en el que buscar la Osa Menor y el norte. Pensando en la estrella polar le invadió el sueño. La espalda se deslizó por la silla y se arqueó. Las piernas se le doblaron, los brazos, en mitad de un bostezo, no la sostuvieron y cayó al suelo dormida, en un desmayo de agotamiento.

Un timbrazo por poco le destroza el tímpano. Ya voy. Estaba sobre la moqueta –olía a tabaco añejo–, todavía cubierta por el abrigo –olía a humedad y a sudor– , y un riachuelo de baba se le deslizaba mandíbula abajo. Otro timbrazo por poco le vuelve a destrozar el tímpano. Ya voy, repitió.

Anónimo dijo...

Abrió la puerta y allí estaba él. Ahora su pelo era canoso, mal cortado, atrozmente cortado, de hecho, demasiado largo a los lados y en la nuca. Su rostro estaba devastado por las arrugas, pero no podía decirse que no fuese atractivo. Los ojos azules eran apacibles y parpadeaban, como si acabasen de abandonar una habitación a oscuras. Una cicatriz, la vieja cicatriz que parecía formar parte de él como su boca, le atravesaba la mejilla izquierda. Llevaba una camisa color marfil y una chaqueta de lana azul, de corte pasado de moda. Había engordado, como era previsible, pero aun así, uno pensaba al mirarle: un hombre alto, un hombre delgado. El pelo le cayó sobre la frente y él se lo apartó con un gesto que se había convertido en un hábito a lo largo de los años.
-Hola, Victor - dijo ella.

Fernando García-Lima dijo...

- ¿Te he despertado?
- Sí, pero da igual.

Se quedaron mirándose en silencio, reconociéndose todavía, primero con un gesto adusto y esquivo, y después con una sonrisa cobarde que se fue abriendo al mismo ritmo que se recorrían los rostros.

- Has cambiado. Estás viejo.
- Tú también. Si me cruzo contigo por la calle, a lo mejor no te conozco.

Mentía. El tiempo había pasado por su piel, pero sus ojos la delataban. Podría reconocerlos a varios kilómetros de distancia.

- Pasa, por favor. ¿Quieres tomar algo? ¿Un vino…?
- Blanco, todavía te acuerdas.
- Claro. Siempre has odiado las bebidas gaseosas y eres invulnerable a las modas. ¿Por qué tendría que ser diferente ahora?
- Ha pasado tiempo, Leo. Hay personas que, en estos años, podrían haber cambiado hasta diez veces de personalidad.
- Pero tú siempre has sido un hombre de principios… inalterables. ¿A qué vendría si no una nota como ésta? ¿Me la vas a explicar?
- Todo a su debido tiempo.

Y se sentó en el sofá, apartándose, de nuevo, el pelo de la frente.

Anónimo dijo...

-¿Aún conservas las cartas? -preguntó él.
-Las perdí -dijo ella - se cayeron de una caja. Yo miraba desde la ventana del segundo piso de una casa a la que mi esposo y yo nos estábamos mudando. Él llevaba la caja. Contuve el aliento cuando la levantó. Esas cartas le hubiesen hecho daño, aunque...
"Aunque hacía años que no te veía", había estado a punto de añadir.
- A ningún hombre le gusta pensar que hubo otro hombre importante - dijo Victor razonablemente.
- Y entonces, semanas más tarde, cuando se me ocurrió buscarlas, habían desaparecido. No estaban en ninguna parte. Intenté preguntárselo de manera indirecta, pero él no parecía saber de qué le estaba hablando. Es un misterio. Hasta el día de hoy no sé qué pasó con ellas.
- Él las destruyó -dijo Victor simplemente.
Leo no podía imaginar ese desenlace, el recurso a un subterfugio como aquel. Alan había carecido del deseo y, por lo tanto, de la capacidad, para el engaño. Mientras que Victor y ella habían hecho acrobacias.
-¿Cuándo te casaste? -preguntó Victor.
Hablar acerca del pasado invitaba al dolor, pensó ella, aunque era absurdo imaginar que pudiesen continuar cualquier conversación sin mencionar lo peor entre ellos.

Fernando García-Lima dijo...

Paréntesis: qué rapidez meteórica la tuya :-D

Sigo mañana. Estoy malito hoy.

Anónimo dijo...

Oh, ¿qué tienes? :-(

Fernando García-Lima dijo...

Nada grave, seguro, los excesos de Semana Santa, que está hecha para ayunar cristianamente y yo no he hecho ni caso.

Anónimo dijo...

Descansa, entonces.

Fernando García-Lima dijo...

- ¿Es necesario que hablemos de eso?
Leo encogió los hombros en un claro gesto de censura. No, no era necesario, y él lo sabía. Daba igual cuándo. La cuestión es que un día, harta de esperar, se casó con Alan, un recurso cómodo, un seguro de vida, una forma de hacer avanzar el tiempo que no suponía demasiadas complicaciones. Su esposo era un hombre bueno, la quería, y, de esta forma, ella se sentía protegida. Pero estaba Víctor… La situación no estaba carente de ironía. En Casablanca, Víctor era el marido fiel, el devoto compañero de moral intachable que constituía el palo mayor del navío de Ilsa. Pero estaba Rick… y París. “Tú yo sabemos que perteneces a Víctor”. Esa frase siempre ha rondado en su cabeza durante todos estos años.
- De acuerdo, no hablemos– y la besó.

Anónimo dijo...

Sabía que ibas a recordar Casablanca, lo sabía. jeje.

Fernando García-Lima dijo...

Ah, qué previsible me ha hecho la vida... :-P

Anónimo dijo...

Bueno, tengo que replantearme el cuento. No contaba con que la besara... !

Tú quizá eres previsible, pero yo soy muy listilla jijiji

Anónimo dijo...

Fue un beso fugaz y Victor inclinó lentamente la cabeza hasta que un murmullo hormigueó en la oreja de Leo.
-Lo siento. No he podido resistirme.
Y entonces, como si fuese un animal, Victor olió su pelo, y ella, del mismo modo, se estremeció al aspirar el olor de su piel. Había tanto que reconocer y, sin embargo, todo era distinto. Leo contuvo el aliento mientras la mano de Victor recorría su vientre y le tocaba el pecho. Por un momento, el gesto fue percibido como ilícito y tuvo que recordarse a sí misma que nada era ilícito ahora. Ese descubrimiento fue tan sorprendente que estuvo a punto de decirlo en voz alta, como soltando abruptamente una verdad repentina. Movió el rostro hacia un lado cuando él comenzó a besarle el cuello. ¿Cuánto tiempo habría pasado desde que le había hecho el amor a una mujer? ¿Años? ¿La semana pasada? No quería saberlo.
En un silencioso acuerdo tácito ambos se acercaron a la cama y se quitaron la ropa, cada uno evitando examinar al otro mientras lo hacían; retiraron el cubrecama y las sábanas como lo haría una pareja casada. Se deslizaron uno hacia el otro sobre las sábanas sedosas y ella recordó que en los primeros años no habían tenido una cama, que después las camas, como los minutos que pasaban juntos, habían sido siempre prestadas, nunca propias. Y ese pensamiento provocó una marea de imágenes que habían permanecido extraviadas, pequeños momentos borrados por todo lo que había sucedido después.

Anónimo dijo...

Le llegó el olor de un muelle húmedo y salino, las enaguas mojadas por el agua del mar. Vio una habitación en un país extranjero, con el techo abierto al cielo. Vio a un muchacho, tímidamente parado en un pasillo con una caja envuelta por él mismo. Sintió el aliento de Victor en el cuello y cómo los huesos iban relajándose. Vio destellos en la superficie del agua mientras dos adolescentes contemplaban el Atlántico desde la ladera de una colina, anhelando atrapar la luz como bebida o víveres que pudieran almacenarse para alimentarse con ellos.

Anónimo dijo...

Victor le susurraba al oído. Ella extendió la mano y le acarició la cicatriz, deslizó los dedos a lo largo de él. Se pregntó cuáles serían las imágenes de él, qué estaba viendo. ¿O acaso era más simple para un hombre? ¿Acaso tendría Victor una sensación de cumplir una misión alimentada por el deseo, tocándola como estaba haciéndolo?

Anónimo dijo...

¿Qué hace el bloguero? :-)

Fernando García-Lima dijo...

En estos momentos trabajar mientras me recupero de la jornada de ayer. Puf.

Anónimo dijo...

Puf. Entonces es muy probable que no sé.. a eso de las 7 estés muy muy cansado y bosteces mucho.

Anónimo dijo...

-Siempre te he amado -dijo él.
Ella apoyó los dedos en sus labios. No quería palabras, ella que normalmente las deseaba con vehemencia, que se arrastraba hacia ellas si era necesario. Ahora, pensó, precisamente ahora todo podía ser dicho con el cuerpo.

Sweetcide dijo...

Uau. No había leido todo esto...podrías ponerlo en una nueva entrada cuando termineis, está interesante :-)

Anónimo dijo...

Victor deslizaba los labios sobre sus costillas, era maravilloso, y se sintió feliz porque eso no se hubiera perdido. Y luego comenzó a moverse sobre ella, y sintió la luz deshaciéndose en un millón de fragmentos diminutos, unidos para luego convertirse en astillas transparentes, hasta que la claridad fue casi demasiado cegadora para poder soportarla. Victor se incorporó, la miró y cuando ella se corrió, los ojos cerrados con fuerza (esos cegadores fragmentos de luz), él pronunció su nombre, y, Dios, qué bien sonaba en su boca. Abrió los ojos y vio que un placer similar se extendía por su cuerpo y su rostro, y nada, pensó, nada había cambiado. Era como siempre había sido: los recuerdos mezclándose con el presente hasta que su mente no fue capaz de separar el aquí y ahora del pasado.

Fernando García-Lima dijo...

Todavía pegados por el sudor, él dijo ha pasado el tiempo, pero sigue siendo lo mismo, ella asintió, encogió los hombros (su gesto, inconfundible) y le pidió que se apartara.
- ¿Ya he llegado el tiempo debido? ¿Me explicarás el porqué de tu nota?
- Necesitaba verte ya, lejos de nuestras vidas y nuestros recuerdos. Por eso te cité aquí.
- Víctor...
- Me llegó la noticia de tu boda hace unos días, cuando leí el periódico y te vi junto a él. Parecíais felices.
- ¿Qué iba a hacer? Tú habías desaparecido y él me da cosas que necesito, que tú no me has dado nunca y no sé si podrás darme.
Víctor permaneció ausente. Miraba el pelo revuelto de Leo con una nostalgia dañina.

Anónimo dijo...

Mientras, una sensación parecida a un estremecimiento recorrió rápidamente el cuerpo de Leo. Al mismo tiempo, experimentó la extraña sensación de que se encontraba exactamente donde debía estar. Como una idea, un recuerdo, una posibilidad perfecta entre un número infinito. Y era incapaz de decir si estaba inventando esta teoría por necesidad o si se trataba simplemente de una verdad que flotaba en el universo. Y tampoco se lo cuestionaría.

Anónimo dijo...

Y entonces, la furia inverniza que se encontraba agazapada y contenida fuera se desató de golpe enfurecida, rompiendo en su ventisca energúmena los cristales de todas las ventanas del hotel; inundando el lugar de una gélida nieve negra que comenzó a manchar también de azabache las sábanas de Victor y Leo. Durante esa noche no cesaron de nevar negruras que venían de un encapotado cielo embravecido. Todo lucía un manto ceniciento congelado, la helada negra dejó a la ciudad envuelta en un silencio tan solemnemente fúnebre que ni siquiera las campanas de las iglesias se atrevieron a romper ese mutismo. La ciudad pasó a ser un doloroso camposando de hollín y acarbonado hielo.

Sweetcide dijo...

Uy, ¿Ray Bradbury en el blog? :-P

Anónimo dijo...

¡Oh!

No me gusta Ray Bradbury :-)

Fernando García-Lima dijo...

¿Es de Bradbury esto? ¿La ciudad se consume como los libros a Fahrenheit 451?

Anónimo dijo...

Ejem... ¿Y debo tomarme como un halago o un desprecio que me comparéis con Ray Bradbury? ji ji.

He dicho ya que no me gusta Bradbury? :-)

 
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