domingo, 11 de diciembre de 2011

Hipervínculo



Ayer me puse a mirar las opciones del Word con curiosidad malsana y pulsé la opción “hipervínculo”.
Salió un señor pequeñito de la pantalla (como los de Murakami, supongo, aunque sin varias lunas) y me comenzó a hablar de los beneficios del matrimonio y de la necesidad de los hijos y de todo eso, que todo es metatexto y que para qué esbozos y guardagujas y que déjalo y vete a Kerouac:
“De pronto caí en la cuenta de lo absurdo de mi humanidad de necio acuclillado también, la gilipollez de forma infinitamente vacía, como si de pronto me oyera estornudar en la Calle silenciosa en plena noche & sonara como si fuera otro”.
Y he aquí la causa de mi cambio de opinión.
Un botón del Word y mi curiosidad malsana. Y la promesa de sexo periódico.
Si a Murakami le funcionan estas cosas, ¿por qué a mí no?

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