sábado, 1 de octubre de 2011

A medias



Cuando empecé a salir contigo me dijiste que tu peor defecto era que lo dejabas todo a medias. No será para tanto, pensé, y al poco te pedí que nos casáramos.
Luego resultó que sí que era para tanto, y no sólo hablamos del sexo, sino de todo lo demás. Contigo los días comenzaron a acabar temprano –a mediodía, por supuesto– las películas nunca llegaban al Theend y los libros se agotaban después del prólogo. Desde que nos casamos no recuerdo un postre, los besos suenan a medias y el insomnio nos despierta a las cuatro de la mañana, pero sólo de lunes a miércoles; de jueves a domingo, no conseguimos dormir hasta las cuatro.
Esto podría tolerarse, igual que tu pasión por la media jornada, el cuarto creciente, el cuarto menguante y las medias tintas. Incluso tiene algún incentivo, como tu gusto por las medias de encaje o tu afición al fútbol –por lo de los medios centros y los mediapuntas–, aunque habría estado mejor si te hubieras olvidado de los pantis y consiguiéramos pasar alguna vez del minuto 45.
Lo peor fue cuando tuvimos el primer hijo, que nació a medias. Nacer, nació, pero sólo de cintura para abajo. Yo habría preferido de cintura para arriba, pero es lo que hay. Es mi hijo y lo quiero como si fuera un hijo entero.
Gracias a dios que él no deja las cosas a medias. Es meticulosamente perfeccionista y sus pies no descansan hasta que acaba lo que está haciendo.
En esto ha salido a mí. Estarás conmigo, aunque sea a medias.

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