domingo, 8 de mayo de 2011

Taninos

Esta semana me he apuntado a un curso de cata de vinos. Ésta ha sido una de las cosas más estúpidas que he hecho en vida. De hecho, ahora, a pocos minutos de dar por finalizado el tránsito por este desalmado mundo, lamento y maldigo el momento en que decidí pagar la inscripción. El vino me gusta, no se trata de eso. Tampoco soy intolerante o especialmente alérgico.

La culpa la tienen los taninos.

Tengo que decir que la curiosidad acerca de qué diablos eran los taninos fue la gran motivación para apuntarme a este curso, mucho más que una apetencia sobresaliente por el zumo de uva o la extraña tendencia del ser humano por parecer más listo que sus semejantes. Lo de ser primus inter pares –qué gusto poder utilizar esta expresión en un texto– no va conmigo. Prefiero seguir siendo mediocre. Se está más calentito.

La fórmula C14H14O11 que encontré en la entrada de Wikipedia dedicada al tanino y una más que ambigua definición (y demasiado larga) no me sirvieron de nada: necesitaba verlos, tenerlos delante, escuchar sus susurros, sentir su caricia, así que pensé qué diablos, ve al curso de cata de vinos, que los conocerás.

Y aquí estoy, en el curso de cata de vinos, humillado, atado y rodeado por una banda de taninos bastante agresivos que quieren provocarme mucho más que astringencia. Lo último que les he oído es que planean convertirme en Cabernet Sauvignon 100%. Qué ironía que me pase esto precisamente a mí, que tengo más bien espíritu de Merlot.


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