miércoles, 14 de octubre de 2009

Visitas


Hoy estaba en casa y llamaron a la puerta. Sí, ya sé que es miércoles, pero tengo por costumbre pedir el día libre en la oficina cuando cumplo años. Y suelo quedarme en casa, porque me gusta celebrar mi aniversario sentado en el sillón orejero mientras repaso los últimos 365 días de forma irónica. Para alegrarme un poco. Y me acabo riendo hasta de las rutinas, que son más bien poco chistosas a no ser que trabajes como catador de helados, enfermo imaginario o crítico de arte, y aun así estoy convencido de que si te pasas la vida probando polos al final no te hace puta gracia ni el Frigopié ni la madre que parió a Ben y a Jerry. Pero yo me río de mis rutinas, hasta de mirar el reloj me río. Le saco chistes a comerse las uñas, a afeitarme con las cuchillas desechables, a los pájaros que se apartan de mi camino por las mañanas, a la voz ronca del quiosquero. Puedo soltar una carcajada pensando en el departamento contable de mi empresa, y créanme que eso es especialmente difícil. El año pasado me inventé una historia graciosísima sobre el agua que cae de los aires acondicionados, y hace dos, sobre los peajes de la C-31 y los atascos a la altura de El Prat. Y todavía lloro de risa pensando en la ocurrencia aquella que tuve sobre la sección de detergentes del súper y sobre los tacones de la del piso de arriba.

Hoy era muy temprano, todavía no se me había ocurrido nada, y llamaron a la puerta. Si no espero visita no suelo atender a nadie, la verdad. En esa ocasión, sin embargo, me lo pensé. Insistieron. Llamaron hasta tres veces, lo cual me pareció bastante extraño.


Así que abrí.


Y era el tiempo. Lo conocí enseguida, a pesar de que no tenía el aspecto que uno se imagina (aquello de su exuberante inmensidad y su terrorífico semblante), sino que más bien tenía pinta de administrativo un poco gris, demasiado académico. Pero lo conocí enseguida.


No pronunció palabra. Simplemente me miró de arriba a abajo, me soltó una bofetada y se marchó.


No reaccionó usted, se preguntarán. Pues no, me quedé más bien patidifuso y boquiabierto. Y nada más. Sólo se marchó y en el portal quedó aquella carcajada.


9 comentarios:

Magrathea. dijo...

Quiero escribir "Cómo arruinar una vida que parecía próspera en 13 pasos fáciles"

Y el número 1 sería:

"Deje de atender el teléfono y jamás abra la puerta a las visitas inesperadas."

Quizá así esto nunca hubiera pasado.

mariajesusparadela dijo...

Conozco a ese tío. Ya se rió de mi 63 veces, pero cada vez que pretende darme el bofetón, me agacho...estoy temblando , por lo cerca que ando de la artritis, porque cuando me enganche me desmonta...

Es un gusto leerte.

Fidias dijo...

Por muy mal que nos lo quiera hacer pasar, siempre quedarán revolucionarios como tu.

Rosa dijo...

Que cabrón el tiempo....uy perdón, me ha salido de las entrañas!!

Bueno pues yo para compensar te mando un beso y mis felicitaciones (si realmente es tu cumple, y si no , también pero en este caso por tu relato).

Sofía B. dijo...

Pues entonces habrá que felicitar al cumpleañero, aunque el tiempo me la haya jugado y haya entrado a las 0:04

Besos

Carla dijo...

¿Qué es el tiempo?¿el tiempo? El tiempo no es nada por sí solo. El tiempo no pasa, ni llama, ni viene.El tiempo no se gasta. Somos nosotros los que pasamos ( a visitar) en el tiempo.


un saludo contingente:)

Anónimo dijo...

Estuviste lento, deberías haberlo matado.

Terapia de piso dijo...

Hay que hacerse cómplice del tiempo. Así hubieses podido invitarle un café.


Saludos, Fernando.

José Roberto Coppola

Svor dijo...

Así debería de ser. El día del cumpleaños tendría que tenerlo uno libre.

Fernando, te comento que he cambiado de blog y me encantaria poder verte por alli también.

un gran saludo

 
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