domingo, 22 de marzo de 2009

Incomprensión


Las angustias son de digestión pesada, igual que las cartas de despido o el amor etílico. Pero no pensaba que tanto.

Comencé a comerme las uñas al poco de nacer: el médico que ayudó a que apareciera en este mundo me dio una palmada - como es habitual-, pero no en las nalgas, sino en la mano derecha, ya que en ese momento yo estaba sumido en el trance de tragar queratina. Mi organismo no había desarrollado siquiera esta proteína y ya estaba sufriendo el primer síndrome de abstinencia.

Más adelante, en lo que se conoce como “más tierna” infancia, seguí comiéndome las uñas. De hecho, me convertí en una especie de gourmet cuticular a muy corta edad, y aderezaba con pedazos ungueales los festines de barro, yeso y plastilina que formaban parte de mi dieta extraoficial. De verdad entiendo que esto pueda resultar desagradable. Imagino el gesto de repugnancia en sus caras. Aun así, les aseguro que había niños mucho peores que yo. De esto mis progenitores no parecían haberse dado cuenta, dadas las regañinas, y algo más, con las que premiaban mis excesos culinarios.

Cuando estaba sumido en la adolescencia, morderse las uñas se convirtió en una afición sustitutiva del alcohol, las drogas, los móviles y las videoconsolas, por lo que fueron unos años tremendamente aburridos. Después llegaron la universidad y, sin apenas darme cuenta, las responsabilidades, es decir, la búsqueda de dinero.

Pero el mercado –entendido éste en su más amplia acepción- se reveló hostil para alguien adicto a destrozar lúnulas y paronniquios. Las mujeres me abandonaban siempre al descubrir que mi actitud no se debía a un ansia incontrolada por demostrarles mi amor, y en las entrevistas de trabajo, por supuesto, no se tragaban que yo mantuviera el control en situaciones de estrés, ya que tampoco parecía que lo hiciera en condiciones normales.

Decidí alejarme de la sociedad y dedicarme a la escritura en el cubículo de ermitaño en el que me encuentro ahora. Y el lamento siempre es el mismo: un centímetro cada cien días no es suficiente. Las angustias las digiero, igual que las uñas, pero más despacio.


12 comentarios:

Un rincon de la imaginacion dijo...

Peculiar simplemente peculiar...el prejuicio de un acto

simalme dijo...

Diría lo del típico remedio de pintar las uñas para comer esmalte, eso da asco y se deja uno de comer las uñas. Pero claro, a este muchacho no le dejan comerse las uñas y vete a saber qué comería después...
Por cierto, es totalmente cierto que no me gusten las tiendas de ropa. Me ponen mala. Casi siempre visto con cosas que no me gustan o me quedan mal por salir pitando de ellas. Eso y las peluquerías...Me corto el pelo yo...¿será que me como las uñas?...

Sofía B. dijo...

Lo peor son esos días en que ya no quedan uñas y la torsión del cuerpo para llegar a los pies es imposible. Esos días sí que son malos para digerir angustias.

Besos

Terapia de piso dijo...

Tengo un inventario de angustias que angustia.

Las colecciono.

Un abrazo.

José Roberto Coppola

Andrea dijo...

Es verdad,las angustias se digieren lentamente, son independientes, caprichosas, hacen lo que quieren con nosotros, pero cuando nos recorren completamente, nos abandonan, aburridas. Un abrazo.

JUACO dijo...

Pues es dificil digerir las angustias!Le felicito por ello.
Lo de las uñas... eso es más complicado... Qe haga como dice Simalme,que las hunte con algo que le dé asco así no se las come... Lo que pasa que igual es peor el remedio que la enfermadad.
Un saludo.

manuel_h dijo...

¿y por qué, podríamos preguntar, no están ya las uñas incluidas en la selecta carta de cualquier restaurante de vanguardia radical? ¡cuánto prejuicio, por dios!

Fidias dijo...

La angustia se evade no sólo comiendo uñas, sino comprendiéndo el por qué, y combatiendo moralmente.
Suelo ocurrirme que cuando más estresado estoy por las circunstancias, con más tranquilidad me tomo las cosas.

A parte de todo esto, quiero decir que tu blog es un ejemplo. Busque por donde busque estoy seguro de que no encontraré una entrada que decepcione.

Internautilus dijo...

Fíjate, así empezó la Venus de Milo, y mira como quedó...

AAN dijo...

Y decidió amputarse los dedos. Ya no tenía uñas que morderse pero sí angustias que digerir.

Hoy estoy gris. :*

Liliana G. dijo...

Fernando, no puedo más que reconocer la fantástica creatividad que tenés y más allá de eso, la impecable manera de plasmarla.
¡Genial!
Un gran cariño.

Caótica dijo...

al habla otra compulsiva comedora de uñas. Pues que quieres que te diga, tienes un estilazo. Me ha gustado mucho lo que he leído por aquí, debes de poseer una imaginación alucinante, no la descuides!

 
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