sábado, 10 de enero de 2009

Los muertos no toman café en la barra



Hoy me pareció ver a papá. Yo estaba tomando un café con leche (cortodecafé, por favor) y un cruasán de chocolate -de esos que, antes de servirlos, los pasan por el microondas para que la pastilla de chocolate que tienen dentro se derrita-. Estaba con Sara y ella me estaba hablando de política y monjas –sus dos temas favoritos, juntos o por separado- cuando en el bar entró un hombre delgado, con barba, gafas y una tristeza que contagiaba, como la pastilla del chocolate del cruasán. Llevaba unos pantalones de pana marrón, demasiado grandes para su delgadez, y una camisa de cuadros azules que había pasado mejores épocas, ya que ahora estaba un poco deshecha en los puños. Me llamó la atención su aspecto árido en una barra casi desierta y por eso lo miré. No lo reconocí a primera vista. Estaba cambiado desde la última vez, hacía cuatro años, en la cama, cuando me dijo aquello de hijo, estoy enfermo pero prometo luchar hasta el último suspiro, por ti y por tu hermano, pondré a trabajar a toda la física y toda la química de mi organismo para acabar con esta enfermedad. Te lo prometo. Nos quedan todavía muchos ratos juntos y no me voy a perder tu adolescencia: te tengo que enseñar muchas cosas, me dijo. No pases tú solo por estos años, me dijo. No sé en qué estaba pensando, si en las mujeres, en las borracheras con los amigos, en los primeros conciertos o en la nieve cayendo sobre los fosos. O sólo en el futuro, quién sabe. Te lo prometo, me dijo. No en forma de verso, porque la poesía nunca le fue, sino de aquella manera torpe y deshilachada en la que decía él las cosas, subrayando mucho los verbos y parándose en cada frase como si fuera la última. Me queda mucha vida todavía, me dijo.

Y luego fue mentira porque se murió en seguida.

También había mentido en lo de estar muerto. Los muertos no toman café en las barras de los bares. No supe qué decirle. Sara siguió hablando de política y monjas, pero yo ya no escuchaba. La miraba, pero no escuchaba.

17 comentarios:

Terapia de piso dijo...

Una promesa tiene esa fuerza en el verbo que muchas veces no sabemos perdonar cuando se incumple. Así su cumplimiento no esté en manos de quien la enunció.

José Roberto Coppola

Isabel Tejada Balsas dijo...

y luego fue mentira...

Tristancio dijo...

Qué buen relato... una historia delicadamente terrible, escrita y contada admirablemente... es que me ha encantao.

Majo dijo...

Lo que más me ha gustado es que la has contado como si fueras un niño.

Eva dijo...

No me esperaba el final. Me ha sorprendido mucho. Estoy de acuerdo con Majo, está narrada con esa inocencia y tristeza que tienen los niños.

Saludos.

Anónimo dijo...

La política y las monjas eran sus temas preferidos? Pobre Fer... ¡No sé ni cómo te tomabas cafés con ella...! Por cierto, a mí no me parece en absoluto el relato de un niño.

Sofía B. dijo...

Todos los que se van nos dijeron una vez que no lo harían...

Besos

Rosa dijo...

nuestros deseos, si son profundos y de verdad tienen la capacidad de traspasar las fronteras de la vida y la muerte.
Turbador y profundo relato.

JUACO dijo...

Mentira tras mentira...
No se cuál será peor, la primera o la segunda...
Pobre niño.
Muy bueno el comentario. Intersante como siempre....

manuel_h dijo...

creo que es por ahí, por la adolescencia, cuando se aprende a hostias que siempre que se dice siempre se miente, también a uno mismo.

Carla dijo...

"No es más grande quien más espacio ocupa, sino quien más vacio deja cuando se va."

un beso de buenas noches

Don Peperomio dijo...

Una vez me encontré con mi profesor de matemáticas de cou en el autobús. Me dio consejos que no recuerdo sobre la vida y eso. Después a los varios días me encontré con un compañero de clase que me dijo que el profesor en cuestión había muerto hace dos años. Y entonces me quedé así, como tú.

Unknown dijo...

me gusta tu post, mientras lo leo estoy en una barra de café y entra la nostalgía por los muertos pero es verdad no toman café.

saludos nostalgicos

AAN dijo...

Se van sin avisar dejando oquedades. Cómo duele el vacío.

Beso

Anónimo dijo...

me has emocinado.
(dicen que la muerte de un padre/madre en edad temprana, supone la ruptura de la imaginaria cúpula de cristal que parece nos proteje del mundo: ellos...no sé, a mi me pasó veinteañera , y aún siento ganas de escribirle cartas al aire, ya ves)
saludos

siloam

Diego dijo...

De la duda primera ("Hoy me pareció...") el protagonista pasa a una certeza rotunda ("También había mentido en lo de estar muerto"). Pero la duda es soportable, la certeza no. Un abrazo.

Miss Morpheus dijo...

"(...) sino de aquella manera torpe y deshilachada en la que decía él las cosas (...)" No tengo ni idea de cómo sonará una voz deshilachada, pero consigues que vea a ese hombre y que pueda hasta percibir sus lentos movimientos... cansados... propios de esos fantasmas con los que nos gustaría encontrarnos, a los que tanto echamos de menos...

Una historia distinta pero estupenda como la mayoría.

Un beso

 
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