sábado, 17 de marzo de 2012

Primo



Como era demasiado vehemente, fue al médico, y el médico le dijo que su problema consistía en que sólo era divisible por sí mismo y por la unidad.
Claro, era un número primo, es fácil pensarlo. Pero no. Ni siquiera era un número. Era una de esas personas que, aunque despreciables, las siguen llamando “de carne y hueso”, como si pudieran ser de otros materiales. Es decir, yo una vez vi a una mujer que se estiraba mucho y era capaz hasta de hacerse sexo oral a sí misma, aunque éste no es el tema.
El médico también le dijo que no era grave, pero se quedó preocupado. Es normal. A mí me habría pasado lo mismo. Como es lógico. Y no porque ya de por sí me cueste mucho enamorarme o porque se me dé mejor usar la razón que dar el pésame, sino porque esto es un síntoma claro de otra cosa peor. Pero los médicos eso no lo reconocen. Siempre se guardan varios ases en la manga para amargarte las consultas y hacerte volver.
Él se quedó preocupado, pero encaró su nueva existencia como ser indivisible de la mejor manera posible: fue al mercado y se compró kilo y cuarto de decimales.
Seguro que me serán útiles, pensó. Yo también lo pensé y cuando finalmente lo partí en dos y lo dejé desangrándose, me llevé la bolsa de decimales para comérmela viendo alguna peli mala. Me quedé bastante aliviado. Estaba harto de su vehemencia.

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