Las necesidades creadas
Hoy al bar ha llegado un comercial que vendía íngulas verdosas. Estoy acostumbrado a tratar con los comerciales, ya que cada semana vienen decenas, casi siempre ofreciendo cosas –porque no son más que eso: cosas– que no necesito o no necesitaré en un tiempo, o he necesitado pero he dejado de necesitar, o necesito pero dejo de necesitar cuando me hablan de lo necesarias que son. A mí me parecen cientos. Con esa sonrisa falsa y vulgar, como de genitalidad estimulada, enseñando todos los dientes.
Recuerdo perfectamente el día que vino el de los huevos líquidos, muy simpático, o el de la cerveza ionizada, un producto revolucionario, o el del tinto de verano sin vino ni gaseosa, un hallazgo. Siempre experiencias distintas, pero de resultados muy poco satisfactorios a corto plazo. Compraba, o no, y a la semana lo devolvía, extirpando el mal con cáscara y todo. A veces no llegaba ni a abrir las cajas, amontonadas en el almacén, en una reunión nihilista de inutilidades varias. Sin embargo, con el de las íngulas verdosas ha sido muy distinto. Presiento que va a ser diferente esta vez.
¿Cómo resistirse al magnetismo de las íngulas verdosas? El vendedor no dijo nada: sólo las puso encima de la barra y yo las observé desde la máquina de café, con mis anteojos, y se me apagaron las luces. Compro. Dije. Lo quiero. Con todo. Dos cajas. Y luego se fue. Y yo me quedé con las que ya eran mis íngulas verdosas.
Ahora tengo aquí, en la cámara frigorífica, dos cajas de íngulas verdosas. Las guardo en la cámara frigorífica porque, en realidad, no sé dónde meterlas; ¿necesitan frío? ¿Dormirán la siesta? ¿Tienen derecho a expresarse? ¿Van bien para el trifásico de Bayley’s? Como la duda me corroía hasta el óxido, he llamado al comercial explicando mis cuitas. Me ha prometido que viene mañana. Y vendrá con lo que necesitan las íngulas verdosas: unos trilemas de color amarillo.
Soy feliz. Siempre he deseado tener unos trilemas de color amarillo, poder regarlos, prolongar su estirpe y enseñarles direcciones extrañas. Además, el comercial me ha dicho que, con la compra, me regalará unas verberacionas rojizas.
En efecto, llegué a la misma conclusión a la que habrá llegado el lector. Y, claro, ahora la duda me corroe de nuevo: si tengo unas verberacionas rojizas, ¿para qué quiero unas íngulas verdosas?
12 comentarios:
Lo comerciales... En fin,venden como dices muchas veces productos que no necesitas,te hacen regalos que tampoco necesitas,pero aún así hay gente que se los compra.
Pues bien. Me alegro.Es su trabajo...
Un saludo.
Prueba a vestirlas todas de azul
ponerles gafas de sol
y hacerles una fiesta
Y por supuesto tira la garantía que nadie te asegura que no se quieran autodevolverse a la fábrica cuando ya les hayas cogido cariño.
Besos
AJAJAJJJ, sólo puedo decir lo de siempre: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.
Aunque me quedo con la duda, se me han antojado los trilemas amarillos...
Muchos besos de todos los colores y también transparentes, que no sirven para nada.
(Athena, te adoro, te lo juro).
Me ha encantado tu historia y esta semana cuando valla al super podre pensarla! Que tengas una excelente semana.
Íngulas, trilemas y verberacionas..., es que dan ganas de conocer esas cosas. ¿Será que el sonido de algunas palabras crea una necesidad? A ti te gustó especialmente la palabra "trilema". Un abrazo.
¿Para qué? ¿Para qué? ¡Ojalá fuera ese el problema!
En fin, ya se sabe lo que pasa: cuando algo se vende bien, el comercial abandona, por inútil, cualquier intento de formarse para convencer, y un comercial poco formado nos puede llevar a catástrofes como esta, así, sin más ni más. Tú, por si acaso, no vuelvas a abrir el frigorífico en un tiempo (más bien largo).
Me encanta la sonoridad de sus necesidades, Fer. Y su imaginación compartida más. Besos grandes.
Siempre queremos los que no tenemos. Y si encima de no tenerlo no sabemos ni lo que es, mejor. Y si nos cuesta pronunciarlo, ya ni te cuento. Y si no lo tiene nadie... eso ya es para abrazarlas al más puro estilo Golum y regodearse ... Porque, ¿crees que alguien más fue hechizado por el malévolo comercial y compró todas esas cosas?
Un beso.
Surrealista este relato.
Saludos.
José Roberto Coppola
Si es que somos subproductos de los productos...
tus nuevas palabras inventadas con imaginación gigante para revolvernos bien la mente pues es que no hay limite, ni está todo dicho, esto es infinititudinal, saludes
jajaja, che me encanta ese matiz crítico del consumismo. Me gusta (y te digo algo, todo en esta vida es mejor expresarlo en relatos, yo cada vez que lo hice a modo de columna, me llovieron disconformidades, piedras y otras varias..., el relato termina siendo la mejor manera de disentir de algo sin comerse los golpes que despiertan las verdades molestas que no queremos ver)
chau chau
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