viernes, 24 de abril de 2009

Cuento infantil


La librera quería ser cuento infantil. Al principio nadie la tomó en serio, amparándose en argumentos de inequívoca racionalidad e incuestionable experiencia. Precisamente por eso la librera no hizo ni caso a los que la persuadían para que dedicase su vida a propósitos más tangibles, como la carrera de administrativa o las oposiciones a policía nacional.

Pero ella quería ser cuento infantil. No policía nacional. Qué lástima.

Y se compró un tucán que, en el fondo, era un gato, un búho que tenía miedo de la oscuridad, una bruja malvada y un lobo afónico. Y más tarde un platafín. Esto último le costó encontrarlo, ya que no existe, pero si por algo se caracterizaba la librera era por su perseverancia.

Después se encerró en casa con todos ellos y se dejó llevar, a ver si el cuento fluía, pero la bruja malvada se puso a jugar al póker con el búho que tenía miedo a la oscuridad (de día), el lobo se volvió adicto a los programas de testimonios y al tucán le entró angustia existencial. Lógico, ya que, en el fondo, era un gato. Del platafín poco hay que decir, porque no existe, por mucho que la librera le pusiera perseverancia.

Qué absurdo es todo, pronunció la librera. Y trató de poner orden, primero de forma suave, luego gritando, indignada ante tal falta de profesionalidad fabuladora. Fue imposible: la bruja malvada tenía una escalera de color, no era buen momento; el búho correteaba nervioso porque se hacía de noche; el lobo había descubierto un programa nuevo en Antena 3; el tucán que, en el fondo, era un gato, jugueteaba con una hojilla de afeitar. Y el platafín... el platafín seguía sin existir. A pesar de la perseverancia de la librera.

Fue en ese momento cuando la librera cambió súbitamente de vocación y le arrebató la hojilla de afeitar al tucán (que en el fondo era un gato). No puedo contar lo que sigue, ya que esto dejaría de ser un cuento infantil –y yo siempre he sido muy respetuoso con el género.

Resulta que la librera ahora quería ser novela negra.

Y no hizo ni caso al platafín, que apareció de repente, envuelto en una humareda ferroviaria.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo debo ser una beluga.

Liliana G. dijo...

¡Me encantó! Pero el que me encanten tus relatos ya deja de ser una novedad, con lo cual mis comentarios se vuelven horriblemente monótonos. Sin embargo no me importa, porque sigo leyéndote con el mismo entusiasmo y la misma alegría de siempre. ¡Sos estupendo!
Besotes.

Isabel Tejada Balsas dijo...

tú que querrías ser?

AAN dijo...

:O. Creo que voy a tener pesadillas esta noche con la librera, el tucán y la cuchilla de afeitar...

Muak, guapo

Sofía B. dijo...

Fantástico en todas sus acepciones.

manuel_h dijo...

esa mujer no tiene consideración con sus lectores (que nadie cree en ellos, pero existir, existen), porque no van a tener ni idea de en qué estante colocar su obra.

JUACO dijo...

Pues vaya un cuento.Hace bien la librera en cambiarse a la novela negra,por lo menos sus personejes seguro que no le defraudan.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Alomjer hubiera sido un buen cuento infantil si la librera hubiera colocado a los personajes en el lugar adecuado... el buho necesita una luz siempre cerca...

Tristancio dijo...

Es que los cuentos infantiles ahora son una novela negra... te lo dice un profesor de negros niños infantiles.

Abrazo.-

Miss Morpheus dijo...

Aplausos, Fer... con los ojos como platos, los dientes mellados, dos largas trenzas y un infantil espíritu burlón que sonríe al comprobar que los rosas se vuelven negros, tras las virtudes se esconden el vicio y las cuchillas de afeitar se alían para ensuciar tanta ñoñería con sus salpicaduras.

Y es que siempre fui una niña atípica...

Besos.

 
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