viernes, 12 de octubre de 2012

sábado, 30 de junio de 2012

Punto de libro



He puesto un punto de libro en mi vida. Para no perderme, para eso se ponen los puntos de libro.
Porque quizás me apetezca volver aquí más adelante, cuando acabe todo lo que tengo que hacer y deje atrás todo lo que merece ser sellado herméticamente y sólo quede lavar los platos.
Tengo miedo de perderme por el camino, así que por eso he puesto este punto de libro.
[En realidad no es un punto de libro, sino un papel cualquiera, uno en el que pone “Rebajas”, “Ofertas” o algo así]
Y ahora toca otra cosa, algo más grande, algo distinto que vendrá con las tormentas de verano.
Pero, por si acaso, dejo aquí este punto de libro.
Que lo de las miguitas ya lo hizo alguien antes.

domingo, 24 de junio de 2012

Sumisión



Ayer pillé a mi mujer leyendo el que se supone que es el libro de moda. En un primer momento, se avergonzó, no por parecer demasiado mainstream, sino porque la novela en cuestión versa sobre el sadomasoquismo de alcoba; ella siempre ha sido recatada y pudorosa, y aquella revelación significaba, como poco, que se tambalease aquella faceta de mi mujer que menos me excitaba. Pensé
Ésta es la mía.
Y después de un par de horas de amorosa y comprensiva conversación, le propuse que, por qué no, podíamos probar algo de lo que se cocía en el libro. Más que nada, por variar, que hartito me tiene la coreografía de misionero arriba y misionera abajo, que diecisiete años haciendo lo mismo sábado-sí-sábado-no son lo último que me habría imaginado en mis fantasías de la tierna edad.
Ella dijo que vale.
Ella dijo que vale.
Ella dijo que vale, y yo habría tirado cohetes y tocado fanfarrias y panderetas de gustarnos a ambos ese tipo de elementos sonoros, que no es el caso. Y remató diciendo que aquellas cosas había que hacerlas bien, y que, como en el libro, deberíamos firmar un contrato de sumisión. Eso dijo, y a mí me dejó que ni fu ni fa, que las cosas legales me espantan más que me erotizan.
Pero dije que vale.
Y entonces ella se despidió y desapareció durante varias horas –que ni comimos ese día– y volvió con el contrato y yo, presa de la ansiedad ya, firmé sin leer.
Y ella lo firmó.
Lo primero ha consistido en dormir en el coche, medio desnudo y presa del pánico infligido por los cientos de petardos de la noche de San Juan.
Y lo peor es que me he perdido el fútbol.
Fuck

sábado, 16 de junio de 2012

Hay una cosa que me sorprendió de ti



Hay una cosa que me sorprendió –verdaderamente- de ti, mucho más que esa garita de tu jardín, la locomotora que pasa cada treinta minutos por tu pasillo o la urna de cenizas de tu abuela.
Recuerdo que no eran todavía las nueve y seguía haciendo calor y era de muy de día, o bien las farolas estaban ya encendidas y a mí me pareció que había mucha luz, de ésa que incluso marca las siluetas de la gente como si fueran pequeñas auras. Me estaba tomando un vermut en mi terraza de los domingos, a pesar de que no era domingo, y me había pedido atún en escabeche –sin ti, ya lo sé, pero me apetecía, qué remedio– y entonces llegaste y te sentaste conmigo y no dijiste nada. Te había comprado un libro y te lo di, y tú te ilusionaste, y la ilusión te duró hasta que lo abriste y pasaste un par de páginas. Me acuerdo bien porque fue entonces que arrugaste la nariz y dejaste el libro sobre la mesa, al lado del atún en escabeche y del vermut, y comenzaste a buscar algo en tu bolso.
Yo te contemplaba curioso, porque tu bolso podía albergar cosas como un teléfono antiguo –de los que tenían la rueda aquella de los números y ese “clinc”– un billete de tren a mañana o un tocadiscos a pilas. Esta vez sacaste unos prismáticos negros y empezaste a mirar el libro con ellos.
No te pregunté por qué hiciste eso. Y eso que me sorprendió, y eso que, mientras mirabas el libro con los prismáticos, lloraste, te reíste, gritaste de miedo y te estremeciste por el dolor de un pequeño orgasmo –según me confesaste. Y eso que te envidié, y aún te envidio, por tener esos prismáticos, y por poder leer con ellos los libros que te regalo.

domingo, 3 de junio de 2012

Calor marrón



Me metí en la siguiente salida. Lo hice por no molestar más, porque en cuarenta kilómetros que llevaba conduciendo por aquella autopista ya me habían pitado varias decenas de coches e insultado tres camioneros. Incluso una niña que viajaba en el asiento trasero de un Chevrolet amarillo decidió lanzarme su helado de café a la cara, renunciando al previsible placer que iba a suponer su ingesta: supongo que debió parecerle poca cosa comparado con mi humillación pública.
Mientras me limpiaba los restos del helado que se escondían en mis fosas nasales, concluí que me lo tenía merecido. No se puede alquilar un descapotable, pretender conducir por California con tanta pinta de contable como la mía y salir indemne. A partir de ahora sólo iría por carreteras secundarias.
Y en efecto, la salida me llevó directamente a lo que sin duda era una carretera secundaria a ninguna parte en medio del desierto de Nevada. Qué mejor lugar para perderse después de hundir un banco.
Mientras paladeaba el retrogusto de café, me fui familiarizando con la pinta que tenía este exilio personal que me rodearía durante el resto de la vida.
Calor marrón, nada más que eso. Intenso calor marrón. No era gran cosa.
Algo tendría que inventarme para gastarme los quince millones de euros que llevaba en el maletero.

domingo, 22 de abril de 2012

Y ahora



Allá en el fondo de tus ojos,
instantes antes de cerrar los míos,
paz verde y luz dormida
Ángel González

Y ahora que todo es demasiado grande, no encuentro entre mis palabras nada que se te acerque. Quisiera ser Ángel González y poder dar lecciones de buen amor y decir que para qué, si las frases son inútiles, si ser espía de palabras es absurdo cuando lo que quisiera –y ya está, y nada más– es llegar a tu cuello con mi boca.
Y ahora que vamos a entrar en nuestras murallas a sembrar recuerdos me da por hojear libros y repasar fiestas y qué pena. Sí, qué pena que no estuvieras en todo esto, porque ahora lo que nos queda
El resto de la vida
Me parece poco.
Y ahora pienso que tardamos mucho en encontrarnos, por ser escrupulosos, quizás, o por buscar motivos de orgullo, o por no saber arrojarnos de trampolines demasiado altos, no sé.
Y ahora, que nos queda
El resto de la vida
Qué pena haber estado lejos y no saber encontrar entre mis palabras nada que se te acerque.
Porque ahora, que vamos a entrar en nuestras murallas, y que sólo nos queda
El resto de la vida
Mejor dejar de perseguir palabras que se te acerquen porque para qué, si lo que quiero es llegar otra vez a tu cuello con mi boca, y que lo que nos queda


El resto de la vida


Me parece poco.

sábado, 14 de abril de 2012

Primavera



Se levantó y, todavía desnuda, se subió a la silla del estudio y miró por la ventana de su habitación. Al otro lado de la calle habían plantado varios árboles, unos plátanos que invadían de sombra toda la acera, incluida la terraza del bar de abajo.
- Qué lástima.
Le gustaba tomar el vermut de los domingos en aquel bar y le pareció indignante aquella invasión de la naturaleza
o de la artificialidad natural, más bien, porque los plátanos gozaban de formas extrañamente homogéneas; mucha mano del hombre se veía ahí
Maldijo un poco todo lo verde, todo lo que daba sombra, y, por unos segundos, odió los árboles, las plantas y hasta los arbustos de monte. Bajito, pero lo hizo.
Y entonces fue que le vino el retortijón violento, de tal intensidad que no tuvo otro remedio que bajar de la silla y ponerse de cuclillas. No había conocido jamás aquel dolor. Era como si unos cristales pequeñitos se desintegraran en los ovarios y luego recorrieran todos los intestinos para fundirse en el estómago.
Creyó perder la conciencia por un instante, justo antes de sentir el alivio, justo antes de dejar de luchar y derrumbarse, en el mismo momento en que una extraña hiedra comenzó a brotarle del cuerpo y se le quedaba pegada en la piel, desde el cuello hasta el final de la espalda, por los pechos y hasta el pubis.
Cuando todo terminó, se levantó de nuevo, todavía desnuda. Se subió a la silla del estudio y miró por la ventana de su habitación.
Al otro lado de la calle habían plantado unos árboles.
- Qué bonitos.

lunes, 9 de abril de 2012

Esta parte



Esta parte de tu cuello y de tu espalda. Ésta de aquí. La que recorro hasta perder el equilibrio y que me corrijas –un poco más arriba o más abajo– para caer al vacío desde uno de tus muros.
Caigo al vacío desde tu cuello
Por la espalda
Al vacío
Caigo
Desde
Tus
Muros
Y vuelvo a esta parte de tu cuello y de tu espalda. Ésta de aquí.
La recorro, dos años después, y sigo perdiendo el equilibrio.

miércoles, 4 de abril de 2012

Haga usted lo que haga...


“Haga usted lo que haga, no deje nunca de escribir, porque no podemos permitirnos el lujo de perdernos un solo pensamiento suyo: son demasiado puros y bellos como para dejarlos encerrados dentro de su cabeza”.

Charles Dickens, en una carta a Hans Christian Andersen

lunes, 2 de abril de 2012

Mickey Mouse



Leía tebeos de Mickey Mouse para sentirse mayor, a pesar de que su intención era seguir siendo niño durante, por lo menos, cuarenta años más.
No lo consiguió, porque pasó el tiempo de los peter panes –ahora todo el mundo envejece sin remedio– y se convirtió en un adulto que leía tebeos de Mickey Mouse. Para sentirse niño, dijo, durante, por lo menos, cuarenta años más.

domingo, 1 de abril de 2012

Niebla



Me gusta ir a la playa los días de niebla. Siento el sol a través de las nubes. Me baño en el agua humeante, aparto los vapores mientras nado.
Cuando salgo del mar, me pierdo buscándote, y tú me llamas. Apareces entre la niebla y el silencio de la nada, aislada de todo, asomando como un fantasma. Me tumbo a tu lado y me quitas el agua con las manos y me miras ensimismada, sin decir palabra, y me peinas con los dedos, y me besas en la mejilla y luego te vuelves.
Sigues leyendo mientras yo miro alrededor, a la niebla y a esa luz informe y extraña que cubre la arena, el aire, tu cuerpo adormilado.
Descubro que no hay nada más que tú, la niebla y la playa.
Me da igual el sol; lo siento a través de las nubes.

sábado, 24 de marzo de 2012

Dos de la madrugada



- 35 euros.
Me pareció un precio muy razonable por verla. Había previsto un mayor desembolso aquella noche y llevaba conmigo varios billetes de cincuenta euros.
Y ya que tenía tanto dinero encima, después iría a celebrarlo a los bares de confianza.
A pesar de mi manifiesta alegría, el portero no cambió de gesto y simplemente cogió el dinero y se limitó a correr la cortina.
El interior no me sorprendió demasiado. Era un local bastante cutre, con los techos bajos, las paredes oscuras y una decoración más bien escasita: algún póster de películas de los 80, un neón desgastado y grasiento y las típicas letras en vinilo que recitaban frases de algún latinoamericano. En el fondo, unos cuantos jugaban al billar americano. La barra estaba entrando a la derecha. Detrás de ella, una camarera con tetas colgantes y demasiado lápiz de labios servía un par de cubatas.
- What’s your poison?
Me preguntó en inglés. Claro, en un lugar tan límbico sólo se podía hablar en inglés.
Más que límbico, hipotético.
- Un Bacardi con cola, por favor –dije educadamente en castellano.
Ella me entendió perfectamente, porque sin titubear comenzó a arrastrar unos hielos a un vaso de tubo.
- ¿Eres tú? – le pregunté.
No contestó, sino que sólo sonrió y fue a por la botella de ron.
Sí, sin duda era ella, y, sinceramente, me quedé bastante frío. Tenía muy idealizada esa hora perdida entre las dos y las tres de la madrugada y descubrir que era una simple camarera –y encima inglesa y bastante fea – fue como el preludio de un bostezo.
- ¿Qué esperabas? – me pregunté en voz alta.
Y sin más, adelanté mi reloj, y donde eran las dos fueron las tres y me quedé con las ganas de reclamar mis 35 euros.

sábado, 17 de marzo de 2012

Primo



Como era demasiado vehemente, fue al médico, y el médico le dijo que su problema consistía en que sólo era divisible por sí mismo y por la unidad.
Claro, era un número primo, es fácil pensarlo. Pero no. Ni siquiera era un número. Era una de esas personas que, aunque despreciables, las siguen llamando “de carne y hueso”, como si pudieran ser de otros materiales. Es decir, yo una vez vi a una mujer que se estiraba mucho y era capaz hasta de hacerse sexo oral a sí misma, aunque éste no es el tema.
El médico también le dijo que no era grave, pero se quedó preocupado. Es normal. A mí me habría pasado lo mismo. Como es lógico. Y no porque ya de por sí me cueste mucho enamorarme o porque se me dé mejor usar la razón que dar el pésame, sino porque esto es un síntoma claro de otra cosa peor. Pero los médicos eso no lo reconocen. Siempre se guardan varios ases en la manga para amargarte las consultas y hacerte volver.
Él se quedó preocupado, pero encaró su nueva existencia como ser indivisible de la mejor manera posible: fue al mercado y se compró kilo y cuarto de decimales.
Seguro que me serán útiles, pensó. Yo también lo pensé y cuando finalmente lo partí en dos y lo dejé desangrándose, me llevé la bolsa de decimales para comérmela viendo alguna peli mala. Me quedé bastante aliviado. Estaba harto de su vehemencia.

domingo, 11 de marzo de 2012

Meta



Estaba a punto de ganar la carrera –100 metros lisos, un clásico– y ocurrió aquello de las malas películas o los libros mediocres, que toda su vida le pasó delante de los ojos y se acordó de cuando era pequeño y jugaba a ver quién corría más en su calle, desde la cochera de su tío a la escalera de la muralla. Lo hacían después del colegio, a las cinco y diez, antes de que su madre se asomara a la ventana y gritara
- La merienda.
Que qué más daba, si siempre merendaba bocadillo de Nocilla y eso no se enfriaba ni nada. Seguro que su madre gritaba aquello para sentirse acompañada, que eran muchas horas sola en casa y ya has salido del colegio y ponte a hacer los deberes. Pero antes echaba una carrera en su calle, y casi nunca ganaba. Quedaba segundo o tercero, según el día.
También se acordó de las veces que tenía que correr para que no cerraran la residencia y su novia se quedara fuera y se llevara bronca de sus padres. Pensándolo bien ahora, con la sabiduría sedimentada por la experiencia, eran carreras sin mucho motivo, porque si se hubiera quedado fuera, seguramente habrían dormido juntos y habrían aprovechado por fin el tiempo perdido por las horas y los libros, y ella quizás no se habría ido con el primero que no se preocupó por si llegaba tarde a la residencia. Seguro que carreras sin motivo eran también las de cada mañana, antes de coger el metro, por si acaso lo pierdes, se recordaba, ni que el metro te fuera a esperar si te ve con prisa; llegues cuando llegues el metro se irá si pita tres veces y se cierran las puertas, pero la oficina seguirá allí por mucho que desees que el metro no te lleve a ella.
Y después volvió a aquella carrera al hospital, cuando lo de su padre, y de aquello del dolor, el alivio y la rabia y del susurro ése que le salió de
- Mamá.
Porque cuando se caía era lo que gritaba, y fue el grito que le salió cuando estaba a punto de ganar la carrera.

domingo, 4 de marzo de 2012

Cara de foto



Me pregunté:
- ¿Qué pasaría si le saco una foto al fotomatón?
Lo hice y en ese momento saliste del fotomatón y me miraste con tu cara de foto, pero al cuadrado. Fue una doble cara de foto, lo que quiere decir que te pusiste seria, porque no te gusta tu sonrisa y miraste a la nueva cámara con los ojos con los que miras las cosas insustanciales, como la tortilla de patata de los jueves o los libros de autoayuda. Con la mano derecha sujetaste la cortina del fotomatón, mientras con la otra contabas hasta seis.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco.
En el seis pulsé el botón de la cámara y ahí se quedó tu cara de foto. Es decir, tu cara de foto al cuadrado, porque ya tenías cara de foto antes de salir del fotomatón.
Después quisiste quitarte tu cara de foto y sólo te pudiste quitar tu cara de foto al cuadrado.
Es por eso que te quedaste con tu cara de foto.
Ahora, cuando me miras, lo haces con tu cara de foto y con los ojos con los que miras las cosas insustanciales, como las películas de Rob Marshall o ese polvo de los rayos de sol. La culpa es mía, por sacar fotos al fotomatón.

sábado, 25 de febrero de 2012

Zip



Ayer me llegó mi vida al email, en un zip.
Le di a descomprimir.
Esperaba que todo rebosase, que el disco duro se colapsara y que mi portátil, por fin, muriese.
Todo acabó en cuatro segundos.
El resultado: 428 Kb.
Así que borré el archivo. Y me quedé con el zip.

domingo, 19 de febrero de 2012

Mi novia es táctil



Tengo nueva novia. Y es táctil. Como el iPad.
La conocí por Internet, en un chat de dietas exprés, de ésas con las que es posible adelgazar 20 kilos en un par de meses como si nada. No es que me haga falta, pero siempre me ha gustado fantasear con la posibilidad de desaparecer, y el adelgazamiento instantáneo es lo que noto más cercano a la inmaterialidad provocada. Por eso frecuento este tipo de entornos malsanos y mis últimas novias han sido más bien tirando a gordas; o gordas, directamente.
Hasta ésta. Es decir, también es gorda; muy gorda, de hecho.
Pero es diferente, porque es táctil. Como el iPad.
En justicia, también hay que añadir que es bastante fea: lo peor no son esos pómulos hundidos y bañados por las secuelas de una viruela mal curada, ni sus ojos, de roedor minúsculo y con un ligero principio de estrabismo que más que seducir, despista; ni los paquidérmicos pabellones auditivos; en realidad concluí que la fealdad era su característica más notable cuando me percaté que la nariz tenía el tamaño y la forma de un calabacín pequeño. No me di cuenta inmediatamente, porque las capas de maquillaje marrón que obstruían la respiración de su epidermis distrajeron mi atención hacia la enorme cicatriz de la frente (un lifting casero, sin duda).
Su personalidad tampoco va conmigo, porque es superficial, caprichosa, mandona, reprimida y sabelotodo; y este último defecto lo explota de forma exagerada a pesar de su absoluta incultura en todos los temas ajenos a las comedias románticas protagonizadas por Jennifer Aniston. El sexo conmigo, además, le da asco, algo de lo que me percaté la primera y única vez que nos acostamos, y ahorro detalles escatológicos.
Además, creo que es de derechas, aunque todavía no lo he confirmado.
Pero daría igual, porque es táctil. Como el iPad.

sábado, 11 de febrero de 2012

Qué extraño



Qué extraño fue verte convertida en humo.
Quiero ponerme a dieta, confesaste en voz alta, y pocas horas después ahí estabas, convertida en humo. Supongo que son estas dietas modernas, que son demasiado agresivas, pensé yo, y te imaginé saliendo por la chimenea. Eso habrías hecho, pero como no tenemos chimenea, te quedaste en la habitación, dando vueltas encima de la lámpara y queriendo traspasar el techo después.
Abre la ventana, me dijiste, que necesito aire.
No te hice caso, porque no quería que te fueras. Quién sabe cuándo podría volver a verte. Tal y como te encontrabas en ese estado gaseoso era bastante probable que desaparecieras y te mezclaras con las nubes o te fueras con la niebla o vete a saber qué.
Lo que hice fue bajar las persianas. También puse unas toallas en la parte inferior de las puertas y sellé todas las rendijas con cinta aislante mientras tú seguías dando vueltas encima de la lámpara y te confundías con las motas de polvo que terminaban por naufragar en las bombillas.
Así te quedaste, en la habitación, convertida en humo y dando vueltas encima de la lámpara. Qué extraño fue verte así.

domingo, 5 de febrero de 2012

Felicidades


Para su cumpleaños decidió escribirle algo realista, que era más de su estilo, aunque el realismo le ponía delante de los morros –pam- que cumplía 30 años. Ese día se levantó y, como siempre, salió de la habitación sin abrir la persiana siquiera, entre las tinieblas de lo dormido. A tientas, se tambaleó como un muñeco de Subbuteo y por poco tuvo que agarrarse de las maltrechas cortinas para no derrumbarse encima de una de las sillas que –diablos- se había puesto en medio de su camino hacia el café.
Café. Qué dos sílabas.
Recordó un pasaje de Stegner. Así empezaba el libro y así comenzaba el día:
“Voy flotando hacia arriba en medio de una confusión de sueños y memoria, retorciéndome como una trucha a través de los anillos de subidas anteriores, y salgo a la superficie”.
Se me abren los ojos con un dolor furioso.
Estoy despierta. Y hoy tengo 30 años.
Y yo estoy delante, con todo el realismo de lo que escribo y te digo
Aquí quiero estar otros 30 y otros 30 más, y otros 30 más, si la fuerza nos acompaña.
Porque contigo cada día las guerras terminan, las palabras son gritos –de placer- y hasta el realismo se hace mágico.
Felicidades.

domingo, 29 de enero de 2012

Bañera



Su sueño era bañarse en una bañera de ésas con patas, y allí ponerse a leer toda la noche, en remojo.
Por la mañana, al salir de la bañera, estaba tan arrugada que se preocupó y hasta fue al médico. El médico le dijo
Ha envejecido usted treinta años de golpe.
De golpe, no; en una noche, precisó ella.
Y el médico le prohibió la lectura en la bañera durante los pocos años que le quedaban.
Pero ella llegó a casa y se metió en la bañera, a leer durante toda la noche.

sábado, 21 de enero de 2012

Objetivo



Cuando todavía jugábamos en el patio a uno de nosotros se le ocurrió lo de cavar un hoyo lo más profundo posible.
Así atraparemos a los ladrones que quieran entrar en el patio, argumentó, y todos estuvimos de acuerdo. Qué buena idea.
Al día siguiente comenzamos a cavar. Nos aburrimos al poco rato, como con todo en esa época, y dejamos en el suelo del patio un agujero que sólo sirvió para que mi abuelo tropezara varias veces.
Porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero mi abuelo tropezaba bastantes más.
Y un día me preguntó que por qué ese agujero, y yo se lo expliqué, y él me animó  -para eso están los abuelos – para que siguiera cavando, hasta, como mínimo, llegar a Australia, que es lo que está al otro lado, me explicó.
Qué guay, Australia, y salí corriendo a cavar como un loco.
Llegué a Australia, vaya que si llegué.
Pero el hoyo siguió sin servir para atrapar ladrones y mi abuelo continuó tropezando.

sábado, 14 de enero de 2012

Secundaria



Se salió a esperar que la película terminara. Quería refugiarse de tanta ficción.
Entre sollozos, recordaba las heridas de los reproches y se preguntaba por qué. A casi nada le tenía miedo, y aun así había salido huyendo de todo aquello, que era demasiado. Se había levantado y, como en ese momento él estaba hablando, nadie se percató de la huida, ni siquiera todos los que miraban con atención lo que sucedía en la escena, que eran unas cuantas decenas.
Tenía la cabeza cargada de pensamientos dolorosos que reclamaban explicación. No se quería asustar aún más mirando alrededor, así que cerró los ojos y se tapó la cara con las manos.
Comenzó a hablar. No estaba acostumbrada a hacerlo fuera de su pequeño cubículo y era raro oír sus sonidos en aquella habitación.  Pa-pa. El eco le devolvió pa-pa. Y luego una frase, “hola, soy yo”. Y después varias frases.
Y abrió los ojos y se miró las manos iluminadas por aquella luz tan nueva, y se las vio pequeñas y arrugadas; y luego los brazos, y después se recorrió la cara y la notó huesuda, con más alma que antes, pero igual de fría de sentido. Y el cuello, grande; y los brazos, con demasiadas venas. Después se miró el vestido y se lo notó de un azul desmedido, y sin duda lo era, aunque comenzó a tocarlo, y le gustó el tacto en todas direcciones.
Así la encontré, palpándose cada pliegue, y me miró diciéndome no digas nada, y ahí se quedó, a esperar que la película terminara, a refugiarse de la ficción que la obligaba a estar en la pantalla, al fondo, detrás del protagonista.

domingo, 8 de enero de 2012

Musas



Todas las noches, sobre las 2:14 de la madrugada, el servicio de recogida de musas sale de la cochera de Adrià del Besós y recorre la ciudad en busca de aquellos restos de inspiración que quedan por los bares y las calles de Barcelona.
Para aquellos a quienes les haya pasado desapercibido, el servicio de recogida de musas es algo parecido al Nit Bus, pero en negro, y va bastante rápido; a veces incluso se pasa los semáforos en ámbar, pero no verán a un guardia urbano poniéndole una multa, ya que suelen hacer la vista gorda.
El servicio de recogida de musas sólo está activo desde las 2:14 a las 4:27 y tiene muchos barrios por los que pasar.
No crean que sólo se dedica a recoger jovencitas. La inspiración ya no sólo es patrimonio de enamorados bisoños o de viejos verdes. Ahora sobre todo se lleva consigo electrodomésticos, muebles, animales de compañía y señores mayores. Se dice que una vez hasta recogió un pack de yogures naturales y los restos de un cochinillo.
La gente escribe sobre cosas muy raras.
Imagínense si es así que ayer por la noche me recogió a mí, que no pensaba ser musa de nadie, pero miren, aquí estoy, en lo que parece una nave industrial de Montigalá; he oído que me soltarán por la tarde, o bien me incinerarán o tal vez escriban algo conmigo.
Sinceramente, no sé qué es lo que prefiero.

domingo, 1 de enero de 2012

La verdad sobre los saltos de esquí



En 2012 el fin del mundo no llegó, aunque no hubo saltos de esquí por la tele y, para eso, mejor que llegara el fin del mundo.
Resulta que es que ese año a los saltadores de esquí les dio miedo lo de bajar por la rampa aquella. Que a quién se le había ocurrido, dijeron.
Tenían razón, porque vista desde arriba, la cosa impone.
Así que en 2012 se decidió que los saltadores de esquí saltaran desde más abajo; desde tan abajo que hasta dejaron de ser saltos y se convirtieron en simples brincos de esquí.
Y eso de brincos de esquí no quedó serio y por eso no hubo saltos de esquí por la tele y, para eso, mejor que llegara el fin del mundo.

 
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