viernes, 31 de diciembre de 2010

Propósito (II)

Ya sé cuál es mi propósito de año nuevo, y no obedece a ninguna lógica hot o revolucionaria, a las rigideces burocráticas, a paradigmas indescifrables o a anacrónicas resonancias mentales. Es un propósito que deja atrás las humedades microscópicas y las estalactitas, que le da igual no hacer la compra o dejar de limpiar el grifo del lavabo con el antical.

Mi propósito del año nuevo no implica revisar credos, realizar transferencias o hacer abdominales. Pasa de sacar la basura y de arreglar el aire acondicionado, de irse a dormir antes de las doce y de desayunar fruta, cereales y jalea real. Incluso prescinde de rebeldías y de órbitas inflexibles, de leer ensayos filosóficos y de integrarme en las vanguardias artísticas.

Tampoco va de hacer flash-backs o de entrar en circuitos hedonistas.

Y no suscitará indignación ni se revelará como mecánico o totalitario, porque no tiene nada que ver con el humo ni con la era del consumo ni con épocas apocalípticas ni con uniformización de comportamientos; ni siquiera con tomar iniciativas, informarme, criticar la calidad de los productos, hacerme análisis de sangre o mantenerme joven.

2011 sólo es para jugar contigo.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Galets

Mis primeras navidades (en plural, que es como se dice) catalanas y el día 25, ya saben, toca escudella i carn d’olla, que es un cocido madrileño reinterpretado, o bien el cocido madrileño es una escudella reinterpretada, que uno no quiere herir susceptibilidades y mucho menos en los tiempos que corren, que a la mínima te declaran la independencia tras ver un especial de niños artistas en Canal Sur.

Pues bien, estábamos comiendo la sopa y un galet se me atragantó. No sólo por su tamaño, sino porque tenía algo duro. No tuve más remedio que escupirlo en el plato –con lo comprometido que resulta hacer estas cosas delante de tu familia política– y disimular la cara de asco que se me puso tras ver lo que escondía ese trozo gigante de pasta.

Para quien lo desconozca, un galet tiene forma de caracola, y en Cataluña las caracolas deben de ser muy grandes.

Resulta que en ese galet había montado su residencia habitual un cineasta francés; pero no un director de la Nouvelle Vague –qué apropiado habría resultado para explicárselo a mis amigos de la escena gafapasta–, sino uno de ésos que hace sólo películas francesas.

Me extrañó que en casa de mis suegros se comieran estas cosas.

Pero, oiga, por algo será que lo han metido en la escudella, pensé, y con los ojos cerrados me lo tragué de golpe.

Rico no estaba, no, pero me quedé bastante a gusto.


domingo, 19 de diciembre de 2010

Explicación

Esta mañana me he puesto a escribir en tu ordenador portátil. Estaba encendido y me ha dado pereza encender el mío, que tarda más de veinte minutos en ponerse en marcha. Sí, sé que lo tengo que cambiar, pero nunca veo el momento ni tengo las ganas; ya sabes que todas las cosas que tienen que ver con relacionarse con la chusma me dan bastante pereza. Además, debería hacer la copia de seguridad de mis archivos y todas esas cosas que deben hacerse pero yo nunca hago.

La cuestión es que me he puesto a escribir en tu ordenador portátil y cuando llevaba un rato y he pulsado Ctrl+g como simple alarde de conocimiento hacia mí mismo (soy de los que buscan archivo y guardar con parsimonia) algo ha pasado. El ordenador ha desaparecido. Bueno, en realidad ha desaparecido el ordenador y todo lo demás. A mi alrededor sólo había unos y ceros. Algo así:

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He entendido que estaba dentro del ordenador. Lejos de asustarme, la situación me ha dado pereza: domingo por la mañana, sin tomar café, sin haber leído los periódicos y condenado a pelearme con el software de tu portátil cara a cara.

Por eso le di al botón “reset” y todo lo que hiciste ayer se ha borrado inexplicablemente.

Espero que lo entiendas y no me guardes rencor.

Atentamente tuyo,


domingo, 12 de diciembre de 2010

Magia


Todos los jueves iba a aquel teatro a ver un espectáculo de magia. Me gustaba la magia porque disfrutaba observando atentamente al mago y huyendo de sus distracciones. De esta manera descubría siempre en qué momento realizaba el engaño y gritaba

¡Mirad! ¿Habéis visto cómo se ha escondido el as de picas en la palma de la mano?

O bien

¡Eh! Sácate la reina de corazones del bolsillo de la chaqueta!

Esto lo hacía no con ánimo de humillar al interfecto, sino porque no podía soportar cómo se toma el pelo a la gente. Me consideraba un detective del ilusionismo, un benefactor del engañado, el Sherlock Holmes del escenario. Tenía especial habilidad para desvelar el truco, por muy complicado que fuera el juego de magia. No había mago que se me resistiera. Una vez uno estuvo a punto de engañarme con aquel infernal movimiento de muñeca, pero al final acabó llorando, como casi todos. Eran pocos los que conseguían disimular con una sonrisa, intentando ganarse a un público que iniciaba la rutina semanal de las caras de incredulidad, los murmullos, el abucheo y el tomatazo.

Esto de los jueves se convirtió en un ritual que me hizo feliz. Hasta que vino él a desbaratarlo: el mago del juego de la mujer cortada en dos.

Lo de mago es un decir, porque noté claramente cómo se partía la carne y me reventaban las venas. Un poco antes de que la sierra seccionara mi columna vertebral, las tripas se escaparon de mi cuerpo. Y, es curioso, nadie hizo caso de los alaridos de dolor que sólo pude silenciar cuando me consumió la hemorragia.


martes, 7 de diciembre de 2010

Sauron (Clásico revisitado número 26)

Después de tanta mandanga sobre Morgoth, la corrupción a manos de Melkor, los Nazgûl, el Nigromante, Mordor, Barad-dûr y, Minas Morgul, un anillo para gobernarlos a todos, para encontrarlos y blablabá, que si el trono oscuro, que si el Gran Ojo, el Amo Negro, el Ojo sin Párpado, el Hacedor de Anillos y la Mano Negra; que si la Compañía del anillo, la Comarca, Bolsón Cerrado, Bree, Rivendel y Minas Moria, los bosques de Lórien, las llanuras de Rohan; y Minas Tirith; que si Legolas y Gimli destripando orcos, Sam engullendo el pan élfico y Frodo dando por saco con el anillo; que si Gollum y su inútil insistencia de hablar consigo mismo, Aragorn y su enfermiza heroicidad; y Gandalf y Saruman chocheando sin parar; y Merry y Pippin, con lo que sea que tuvieran esos dos hobbits, y cientos, y miles de cosas más en tres tochos enormes y apéndices asociados, y tres películas más largas que tres cuaresmas y por fin tiraron el anillo único a Orodruin.

Después de todo eso, después de tanta historia, resulta que Sauron no ha sido derrotado.

El Gran Ojo nos observa desde una torre de control.


 
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