domingo, 29 de mayo de 2011

Colesterol


Esta semana el médico me ha dicho que tengo el colesterol muy alto, que se me ha hecho mayor antes de que yo haya llegado a viejo; porque ni siquiera me considero eso que dicen que es un hombre de mediana edad.

De hecho, el día que me describan como un hombre de mediana edad llevaré a cabo mi primer intento de suicidio.

Quizás esto del colesterol quiere decir que ya soy un hombre de mediana edad. Qué momento. Seguro que cuando el médico me dijo aquello en realidad estaba pensando: “bienvenido a la mediana edad, imbécil”. Ahora, como simbólico acto de celebración de mi edad real, tomo una pastillita pequeña justo antes de cenar –un comprimido que se parece inquietamente a aquellos que consumía mi abuelo en las comidas– para que el colesterol que habita en mi sangre se dedique a perjudicar a otro.

Supongo que será por los tiempos que corren, pero me he imaginado al colesterol no como un cuadrúpedo obeso y de color amarillo sino como un grupo antisistema que ha decidido acampar en mis arterias. Creo que esa idea me dará para un relato, pero que lo dejaré para más adelante: en esto del colesterol me siento un poco de Intereconomía y eso no está muy bien visto por aquí. Sin embargo, ya he visto a mi colesterol con pancartas de “Danacol manipulación” y “Mucha simvastatina y poca endorfina”, y con su huerto de lípidos complejos y cadenas alifáticas ramificadas; hasta tenía una cuenta en Twitter y se ha inventado el hashtag #lassaturadasmolan.

Así que tengo sueños con antidisturbios en forma de esteroles vegetales y dando hostias, con perdón, para disolver la acampada lípida y que mi organismo pueda seguir siendo todo lo capitalista que quiera.

Por eso me siento un poco de Intereconomía. Al menos en esto del colesterol.

domingo, 22 de mayo de 2011

Elecciones (IV)


Los colegios electorales abrieron puntuales. Así como otros años se había formado en la calle una cola de demócratas impacientes, esa vez nadie esperaba. Seguramente tenía que ver que en esas elecciones no eran las nueve, sino las ocho. Ante la monumental participación esperada se había decidido en alguna parte –donde se decidían este tipo de asuntos– que en estas elecciones tendríamos una hora más para votar y que así los jóvenes podrían ejercer su derecho a la vuelta de la juerga. De este modo no estarían influidos por la depresión de la resaca y podrían depositar la papeleta con la alegría del alcohol, el amor y las drogas; se suponía que esta circunstancia pondría por fin cara y ojos a la fiesta de la democracia.

Pero esa noche todo había terminado antes, quizás, porque nadie esperaba a las ocho de la mañana. Tampoco llegó nadie una hora más tarde, cuando es tiempo de desayuno y de misa, porque se había decidido en alguna parte –donde se decidían ese tipo de asuntos– suspender los cultos: una manera como otra cualquiera de evitar que a los sacerdotes se les ocurriera hacer campaña desde el púlpito. A las once, la hora de los políticos, llegaron unos cuantos curiosos, pero ninguno votó, distraídos por los focos y los micrófonos de los periodistas que acampaban a la puerta y que marcharon poco antes de mediodía, frustrados ante el panorama de soledad.

Por primera vez el telediario anunciaba un 99% de abstención a las tres de la tarde. El 1% era un señor de Murcia al que las estadísticas utilizaron para redondear a la baja. Los demócratas se alarmaron y acudieron en masa a votar: cientos de miles recogieron las neveras portátiles y el camping gas y colapsaron las entradas de las ciudades; otros tantos dejaron la cola del estadio de fútbol y corrieron hacia los colegios, donde ya había millones de electores intentando abrirse paso entre la multitud.

Al final cerraron los colegios y ninguno consiguió votar, quedando todo pendiente del recuento del voto del señor de Murcia.

Aún no se sabe qué votó, pero tenía pinta de derechas.


sábado, 21 de mayo de 2011

Jornada de reflexión (II)

Hoy es la jornada de reflexión esa, así que me he puesto a reflexionar desde por la mañana, bien temprano. Serían las siete y media de la mañana, que, al tratarse de un sábado, es mucho más pronto en realidad. Las siete y media de la mañana de un sábado son como las cuatro de la madrugada de un miércoles. Muy pronto. Pero no conviene escatimar con la reflexión.

Por eso también escogí el mejor lugar para la reflexión: el cuarto de baño.

Mi mujer se ha levantado más tarde y, cuando ha querido entrar en el cuarto de baño para sus obligaciones matinales, me ha encontrado allí sentado, con los pantalones del pijama por las rodillas y mirando hacia un punto fijo de la cortina de la ducha.

¿Te queda mucho? Me estoy meando.

Ha dicho. Pero yo le he respondido que me queda el tiempo que haga falta, que estoy en jornada de reflexión y que es un derecho constitucional y demás cosas que he leído en el ABC. Como los amontono al lado del váter, hasta le he enseñado pruebas documentales para hacer frente a sus blasfemias y amenazas.

Puedes decir misa, que tengo la razón de mi parte, he respondido. Así que no ha tenido más remedio que marcharse (ha dicho que a casa de su madre, creo). Yo he seguido reflexionando tranquilamente toda la mañana. Hasta he perdido la conciencia del yo en algún momento,

He terminado a las 18.17 de la tarde y he concluido que me tengo que pasar a los cereales con fibra.

Después he tirado de la cadena y el fruto de mis reflexiones se ha perdido en el tiempo y por las tuberías. Y no precisamente como lágrimas en la lluvia, sino un poco más sonoramente.


domingo, 15 de mayo de 2011

Atchís


Hoy la vecina ha empezado a estornudar y no ha parado hasta que su cuerpo ha estallado como una sandía madura.

Más que “atchís”, que es lo que los tebeos nos enseñaron, hacía “agruf” repetidamente. Creo que he oído unos trescientos catorce estornudos seguidos en el lapso de veinte minutos. No exagero: he utilizado una aplicación de Iphone para contarlos y el número definitivo antes de la explosión era ése.

Agruf, agruf, agruf.

Y así hasta trescientos catorce.

Después se ha oído “agpof” y todo ha terminado; gracias al cielo, porque me estaba poniendo nervioso, y odio ponerme nervioso los domingos por la mañana. Antes había salido a mirar qué coño pasaba en el edificio de enfrente, porque tal frecuencia de estornudos no era normal, y ha sido justo en ese momento cuando el cuerpo de mi vecina se ha desintegrado. De forma violenta. No ha sido elegante. Se ha parecido a una de esas películas de serie B en las que pirañas devoran al género humano o un descuartizador norteamericano empala a adolescentes tetudas cerca de un lago. Nada agradable.

Pero después ha sucedido algo extraño. Como si no fuera ya extraño que tu vecina explote después de trescientos catorce estornudos, dirán ustedes.

Más extraño aún: los trocitos de mi vecina se han descompuesto en fragmentos más pequeños, casi invisibles, y han comenzado a flotar, suspendidos en una especie de corriente de aire (mágica, supongo) que los ha sacado del edificio y los ha esparcido por la comunidad de propietarios. Uno ha llegado a mi casa. Era igual que un grano de polen.

Soy alérgico, así que he ido corriendo a por los antiestamínicos.


domingo, 8 de mayo de 2011

Taninos

Esta semana me he apuntado a un curso de cata de vinos. Ésta ha sido una de las cosas más estúpidas que he hecho en vida. De hecho, ahora, a pocos minutos de dar por finalizado el tránsito por este desalmado mundo, lamento y maldigo el momento en que decidí pagar la inscripción. El vino me gusta, no se trata de eso. Tampoco soy intolerante o especialmente alérgico.

La culpa la tienen los taninos.

Tengo que decir que la curiosidad acerca de qué diablos eran los taninos fue la gran motivación para apuntarme a este curso, mucho más que una apetencia sobresaliente por el zumo de uva o la extraña tendencia del ser humano por parecer más listo que sus semejantes. Lo de ser primus inter pares –qué gusto poder utilizar esta expresión en un texto– no va conmigo. Prefiero seguir siendo mediocre. Se está más calentito.

La fórmula C14H14O11 que encontré en la entrada de Wikipedia dedicada al tanino y una más que ambigua definición (y demasiado larga) no me sirvieron de nada: necesitaba verlos, tenerlos delante, escuchar sus susurros, sentir su caricia, así que pensé qué diablos, ve al curso de cata de vinos, que los conocerás.

Y aquí estoy, en el curso de cata de vinos, humillado, atado y rodeado por una banda de taninos bastante agresivos que quieren provocarme mucho más que astringencia. Lo último que les he oído es que planean convertirme en Cabernet Sauvignon 100%. Qué ironía que me pase esto precisamente a mí, que tengo más bien espíritu de Merlot.


domingo, 1 de mayo de 2011

Tsunami



Ayer no me apetecía hacer la cena y me acerqué al restaurante japonés de enfrente a encargar comida para llevar. Bueno, no es exactamente un restaurante japonés, sino de aquellos restaurantes de chinos que hacen sushi, sashimi y esas cosas, pero qué se le va a hacer: vivo en un barrio que no está de moda y es lo que hay.

Bajé con el pijama puesto debajo de los vaqueros. Este dato no tiene demasiada importancia para el desarrollo de la historia, pero así se pueden hacer una idea de la vagancia del contexto. Sin duchar, sin vestir, sin afeitar y sin ganas de hacer la cena: el caldo de cultivo idóneo para los restaurantes chino-japoneses de barrio.

Pues bien, ahí estaba yo a la puerta del restaurante, con el pijama debajo de los vaqueros, el abrigo azul marino –sobre el que vomité un día llegando de fiesta y que todavía no he llevado a la tintorería– , y las Panama Jack color melocotón para dar glamour a la escena. A pesar del patetismo palpable y la nefasta sinapsis que presentaba mi cerebro, me quedé paralizado ante el anuncio escrito con rotulador junto a la entrada.

Tenemos rollitos de tsunami

Ponía.

Esto lo tengo que probar yo, pensé inmediatamente.

Y además de los makis de spicy tuna, el yaki soba de rigor y el par de gyozas, ahí estaban: dos rollitos de tsunami que, diez minutos después, ya me disponía a comer casi con ansiedad sonora. Llegué a casa, me quité los vaqueros, puse el Depor-Atleti y caí en el sofá, todo a la vez. Abrí la bolsa y allí estaban los rollitos. Si te fijabas bien, lo cierto es que podías ver cómo algo se movía ahí adentro, palpitante, pero no me dio miedo y me metí uno entero en la boca.

Lo demás ya es previsible porque ha salido en prensa. Después de evacuar la zona, en urgencias me dijeron que cómo se me ocurre, con lo que tiene uno oído sobre el tema.

Y ahora aquí me tienen en observación, porque se ve que hay riesgo de fusión del núcleo. O algo así, vamos.


 
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