martes, 24 de agosto de 2010

Juicio


Me está saliendo una muela del juicio y esto duele horrores.

Pero mucho.

Ayer me habría arrancado la cabeza de cuajo.

Así. Zas. Y ya está. Esto es así.

Tanto me duele que esta mañana, al mirarme al espejo, he visto que la muela había cobrado vida propia. He abierto la boca de par en par y allí estaba, fumando tabaco de liar y – entendí el insoportable calvario – apagando las colillas en una de las encías.

Eh, le he dicho, tú, muela, cuidado con lo que haces.

Ella, desafiante, no se ha molestado en contestar; ha hecho un gesto obsceno y ha continuado con sus lacerantes quehaceres.

Opté por el colutorio, el antibiótico y el analgésico, pero poco pude hacer contra la cruel molar, que seguía fumando y –novedad- comiendo un yogur de bífidus activo, por eso del calcio.

También pronunció palabras. Muy cariñosas, por cierto. Dijo jódete y baila. Y luego se calló ya del todo. Y siguió fumando.

¿Dónde habrá aprendido esos modales? ¿Quién la habrá adiestrado de manera tan refinada en el arte de la tortura?

Y, lo más importante, ¿por qué? ¿Cuál es el motivo de que se cebe de tal forma con la fuente de su existencia?

Muela, te lo ruego, líbrame de esta hora, aparta de mí este cáliz. Supliqué.

Y se lo ha tomado en serio.

Acabo de ver que está leyendo a Alan Carr y ya se ha comprado dos paquetes de chicles de nicotina.

En el fondo es buena gente.

Es eso o el antibiótico.


viernes, 20 de agosto de 2010

Liberación


Al abrir la botella de Cabernet Sauvignon, pop, de su interior salió un genio.

[Tuve tan claro que era un genio porque si abres una botella y de ella sale un hombrecillo misterioso, ¿qué va a ser si no?]

La verdad es que mucha pinta de genio no tenía. Vale, era un señor pequeño y con aspecto algo mágico, pero no era como aquellos genios de las lámparas maravillosas, esos seres majestuosos, medio desnudos, tocados con turbante y dotados de una voz atronadora. Éste era calvo, con gafas, y estaba vestido con un traje gris y una corbata negra. En efecto: más bien parecía un contable; hasta llevaba una calculadora en su mano derecha, con la que, tras atusarse el traje y colocarse las gafas, se puso a hacer una suma. Al acabar, pronunció, por fin, palabra.

- Sí, en total llevaba doce años metido en esa botella. Por cierto, que sepas que el momento óptimo de consumo del vino se ha pasado. Lo siento mucho. Adéu.

Un momento, le dije, entiendo que usted es un genio, y un genio debe conceder tres deseos a quien lo libere, ¿no es cierto?

- Se equivoca usted, querido liberador. Esto era antes de la firma del convenio colectivo de 1883. Después de ese momento, los genios no estamos obligados ni a tener bigote ni a conceder deseos a aquéllos que nos quiten el yugo de la esclavitud, artículo 13, párrafo 2. Así que, sin más, me despido, no sin antes desearle un muy buen día.

Y se fue. Yo me bebí el vino que, ciertamente, ya no estaba en su momento óptimo de consumo.

Eso o que el genio, durante su estancia en el Cabernet, había aprovechado para orinarse en el capital.

De todas formas, me lo bebí.


sábado, 14 de agosto de 2010

Jet-lag


Como tengo jet-lag, me levanto a las cuatro de la madrugada todos los días. Al principio era una lata, pero he sabido encontrarle el gustillo al asunto. Hasta me he hecho fan en Facebook.

Y es que siempre he querido tener más horas por la mañana para hacer cosas como afeitarme con navaja barbera, escribir ripios al salir del cuarto de baño o robarle el periódico al del 3º B. Antes me levantaba con los minutos contados para, en este orden, mear, ducharme, café, llaves y adiós.

Así que ésta es la mía.

Ahora puedo desayunar tres platos, café, copa y puro, tomar un baño de sales balinesas, salir al balcón y dar de comer a las palomas, hacer gimnasia y magnesia al mismo tiempo y sin confundirlas.

También aprovecho y canto arias completas en la ducha y leo la caja entera de los cereales. Gracias a ello he descubierto que la vitamina B2 se llama riboflavina y que “vierta los cereales en un tazón” en portugués se dice “despeje os cereais numa vasilha”, información de vital importancia para mis frecuentes visitas a la ciudad lusa de Castelo Branco.

Es decir, que ahora sólo deseo que este jet-lag se convierta en un estado permanente, porque no podría prescindir de estos placeres, que hacen de mi vida un territorio más que habitable.

¿La infelicidad humana procederá acaso de las prisas matinales?

Les animo a comprobarlo y a practicar conmigo el jet-lag. Hagamos todos jet-lag.

[Por la noche, eso sí, quizás se vayan a la cama un poco pronto. Pero hay varios truquillos: uno es tener el pijama en la guantera del coche y cambiarse mientras se vuelve del trabajo; otro es aprender a dormir en la cola del supermercado. Y así los que se quiera]


jueves, 12 de agosto de 2010

Propósito


Dices que conmigo tienes un propósito; que no lo tenías y que ahora lo tienes.

Y ésa es ahora mi brújula en esta pausa forzosa, en la que soy un viajero extraviado por las islas del Índico. Aquí perderse es sencillo. Demasiado espejismo y poca realidad, y no me acabo de acostumbrar a lo de que tu noche sea mi día y las horas no entiendan de luz.

Me entran ganas de interrogar al cielo, aunque seguro se burle y me traiga frío e incertidumbre. O de rodar por la arena y arrancarme la artificialidad a cortes de coral para romper la monotonía de tu ausencia.

Y a veces me han tentado los somníferos para olvidarme de los días.

Porque, ¿sabes? Esto de estar en las antípodas de tu cuerpo alimenta muy bien la nostalgia.

Pero ahí está tu propósito, que se come él solo la ansiedad de todo lo que está lejos.

Me pide paciencia.

Me hace incluso dormir sobre los acantilados sin miedo al abismo.

Me alimenta de tu misma atmósfera.

Me mete en tu cama, me toca en el océano.


miércoles, 11 de agosto de 2010

Tormentas


Disculpen mi ausencia.

La causa: las tormentas.

Nada de suicidios, no se apuren. No está la cosa tan mal ni la crisis es tan fiera.

Han sido las tormentas. De ésas en las que después no llega la calma.

Sino de ésas que rompen en dos la existencia y nos dejamos por fin de secretos, de las que barren a relámpagos los temores. Y nada de calma después. Esas tormentas no se acaban nunca, como París. Son tormentas terribles y también poéticas, de domingo por la tarde, antes de trabajar, de ciencia-ficción, de planes en Las Vegas o en un juzgado de Sants. Tormentas atípicas que desdibujan nuestras fronteras y luego nos invadimos; tormentas autobiográficas que arrasan con la ficción y con el ensayo; tormentas de gestos donde las palabras acaban en la basura.

Porque son de ésas que no distinguen entre forma y contenido y arrancan lugar al espacio, donde la temperatura es más alta de lo normal y el color, granate.

Y nada de calma después.

Ha sido una tormenta que me volado el punto de libro. Y ahora no quiero encontrar la página.

Disculpen mi ausencia.

Han sido las tormentas.


 
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