domingo, 19 de septiembre de 2010

Arañas

De tanto leer tebeos de superhéroes se le secó el cerebro y también se le metió en la cabeza lo de ser Spiderman. Silver Sulfer lo vio fuera de sus posibilidades y Lobezno se le antojó demasiado rural. El Capitán América también le parecía bien, pero siendo castellano de nacimiento no quedaría apropiado, oiga.

Spiderman molaba. Y ya está.

Se documentó meticulosamente y concluyó que necesitaba una araña radiactiva ya mismo. Difícil encontrarla, en principio, pero siendo perseverante como era, en realidad no sería un problema. La descubrió en Amazon y a las 48 horas la tuvo en su casa, modo de pago contra reembolso.

Sin embargo, al abrir la caja vio que el bicho en cuestión era más bien asquerosillo y le dio reparo sufrir una picadura de algo que diera tanta grima, al menos así conscientemente.

Trazó un plan: soltaría al arácnido y, antes o después, le picaría. Al menos eso es lo que le sucedió a Peter Parker. Así que abrió la caja y la araña se escapó, refugiándose debajo del mueble de la tele. Después se fue a dormir, deseoso de despertarse con un par de picaduras en su cuerpo.

Por la mañana se levantó nervioso y fue corriendo a mirarse en el espejo del lavabo. Nada. Tenía la piel intacta. Un pequeño sarpullido tan sólo en el glúteo izquierdo, pero nada que ver con arañas radiactivas.

Compungido, se vistió, salió del cuarto de baño y se dispuso a desayunar el tazón de leche y los cereales habituales.

- Buenos días, hijo.

La voz de su madre desde el techo de la cocina.

Rayos.

Rayos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Mudanzas

El verano se acababa y con el cambio de estación, a la serpiente le apeteció mudar de piel. Por qué no.

Su piel actual estaba repleta de manchas de vino y tenía algunos bordes descosidos. Y alguna vez le habían dicho que estaba un poco dada de sí y que era una pena, con el tipín que se le había quedado. Es verdad, este año había adelgazado un poco –la vida había sido más arrastrada que de costumbre con aquello de la crisis– y la piel le venía grande.

Así que por qué no mudar de piel.

Todo bien, hasta que se enteró por Vogue de que la piel de serpiente ya no se llevaba nada. No se recomendaba sacar del armario ni siquiera las más discretas, y no era el caso. Qué problema. La serpiente no se había mudado jamás de otra cosa que no fuera de piel de serpiente, y esta circunstancia la sometía a un escenario de cambio ciertamente angustioso e inesperado.

No tengo nada que ponerme, dijo.

Y le entró ansiedad y se comió un ratón.

Y luego se fue – reptando, claro está– a dar una vuelta por el centro, a sembrar un poco el terror y, por qué no, a ver si encontraba una cazadora de cuero. Siempre había querido tener una cazadora de cuero.

Además, con el tipín que se le había quedado, le iba a quedar divina.


domingo, 5 de septiembre de 2010

Tabaco


No sé si porque estaba con Lady Nicotina o por el exceso de cine negro en agosto, pero hace unas semanas probé el tabaco. A mi edad –que ya paso de la treintena con amplitud– esto se califica de soberana estupidez, y más si después de tragar la primera bocanada de humo de tu vida decides que aquello no está tan mal y que incluso te gusta.

“Despeja la mente y suaviza el temperamento”, me acordé de Barrie, y, después de consumir el primer cigarrillo con glotonería y sin ningún atisbo de tos, me dispuse a encender el segundo, con cuyo humo expulsado ya fui capaz de realizar acrobacias sin freno: figuras geométricas primero, caricaturas de famosos después y, con la última calada, mi firma.

Pronto a mi alrededor se agolparon curiosos y fui animado a fumar un tercer cigarrillo, y un cuarto, y un quinto. No llegó la tarde y ya iba por los tres paquetes de filigranas, y eso sin contar las caladas a las que me invitaba el respetable, ansioso de más cabriolas a costa de pulmones.

A la madrugada, cuando llegué a la cifra de 214 cigarrillos consumidos, me sentí raro. Lógico. Pero no tosía. Respiraba perfectamente. De hecho, creo que había logrado crear cierta simbiosis con el humo.

Literalmente.

En el cigarrillo número 215, 3.42 hora local, comencé a notar cómo mis dedos se volvían grises, y a continuación mis manos. Una espectadora gritó cuando mis ojos ya eran gaseosos. Después, mi pelo se empezó a evaporar, y luego todo mi cuerpo lo siguió, hasta quedar convertido en una figura de humo.

Mi última figura, la que provocó más aplausos.


jueves, 2 de septiembre de 2010

El hombre que derrotó a Joe Louis


No fue como dicen.

Yo derroté a Joe Louis antes que Schmeling.

Ese perro nazi lo derribó en el duodécimo asalto en el 36. Conmigo no aguantó ni el primero.

Dos ganchos de izquierda y estaba tumbado en la lona, en el polvo y en las huellas sobre el polvo.

Fue hace mucho, antes del 36, antes que Schmeling y toda aquella parafernalia. Me indignaban el espectáculo en el que lo convirtieron todo, la estupidez de las masas, Roosevelt y su héroe. Yo ya he derrotado a Joe Louis una vez, decía. Y ellos se reían. No creían que yo hubiera tumbado al Bombardero de Detroit. Ni siquiera que le hubiera provocado un rasguño.

Pero es así. Yo derroté a Joe Louis antes que Schmeling.

Y también pude con Muhammad Alí, con Primo Carnera y con Rocky Marciano. Ni Larry Holmes me hizo sombra.

No figuro en los anales del boxeo. Ni siquiera en la wikipedia me citan como un púgil que tener en cuenta.

Pero los puñetazos del tiempo, mis puñetazos, derrotaron a Joe Louis.

Yo derroté a Joe Louis, mucho antes que Schmeling.

No aguantó ni un asalto.


 
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