Primo
Como era demasiado vehemente, fue al médico, y el médico le
dijo que su problema consistía en que sólo era divisible por sí mismo y por la
unidad.
Claro, era un número primo, es fácil pensarlo. Pero no.
Ni siquiera era un número. Era una de esas personas que, aunque despreciables,
las siguen llamando “de carne y hueso”, como si pudieran ser de otros
materiales. Es decir, yo una vez vi a una mujer que se estiraba mucho y era
capaz hasta de hacerse sexo oral a sí misma, aunque éste no es el tema.
El médico también le dijo que no era grave, pero se quedó
preocupado. Es normal. A mí me habría pasado lo mismo. Como es lógico. Y no
porque ya de por sí me cueste mucho enamorarme o porque se me dé mejor usar la
razón que dar el pésame, sino porque esto es un síntoma claro de otra cosa
peor. Pero los médicos eso no lo reconocen. Siempre se guardan varios ases en la
manga para amargarte las consultas y hacerte volver.
Él se quedó preocupado, pero encaró su nueva existencia
como ser indivisible de la mejor manera posible: fue al mercado y se compró
kilo y cuarto de decimales.
Seguro que me serán útiles, pensó. Yo también lo pensé y cuando
finalmente lo partí en dos y lo dejé desangrándose, me llevé la bolsa de
decimales para comérmela viendo alguna peli mala. Me quedé bastante aliviado. Estaba
harto de su vehemencia.
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