sábado, 27 de febrero de 2010

Aquí, el mar


Aquí no había ya más que buen tiempo, sin motivos para la sonrisa. Sólo el sol por las mañanas, por lo que el mar se fue a otros lugares, con actitud distante y presentando, incluso, una factura a la que había descontado el IRPF y sumado el IVA.

No digo que nos tuviera que prestar atenciones - aquí se le ha hecho trabajar de día y de noche-, pero nos dejó con la entraña encogida, después de tantos años, aquí, el mar.

Nos quedamos secos, a pesar de la lluvia ocasional.

Como despedida, un poema:

“El mar también elige

puertos donde reír

como los marineros.”

Que ni siquiera era suyo, que era de otro.


martes, 23 de febrero de 2010

No para de llover

Llovía tanto que en la ciudad la gente dejó los coches en casa y se comenzó a desplazar por las calles en zodiac. Esto no es novedad, en algunas ciudades ya lo hacen así, recuerden Venecia. Pero aquí el tiempo ha sido bastante seco desde siempre y este hecho es, cuanto menos, chocante. Y no atrae más turismo.

Fue progresivo. Primero empezó un señor de Santa Marta. Como sucede con estos asuntos, al principio los vecinos dijeron que estaba loco y que tampoco llovía tanto como para exageraciones de ese estilo. Los que tenían coches todoterreno incluso se reían de forma arrogante, pero eso no es novedad, porque es gente que la arrogancia la lleva en los bolsillos. Unos días más tarde ya se reían menos, cuando lo de la zodiac empezaba a ser tendencia y en Pasarela Cibeles David Delfín presentó una colección de flotadores. Oportunista e inconexa, por qué no decirlo, pero coherente con la coyuntura meteorológica, dijeron los medios especializados.

Y es que llovía tanto que hasta los bares cerraron y se convirtieron en tascas submarinas donde tomar oxígeno con patatas bravas superhidratadas y cosas por el estilo. En las peluquerías ya no lavaban el pelo, para qué, y los libros quedaron en papel mojado. Esto sí que fue una lástima, pero a nadie pareció importarle.

Sí que importó que el fútbol se hizo waterpolo, y ese deporte no tira tanto. Hasta manifestaciones hubo en contra de la lluvia. Manifestaciones en zodiac. Dignas de verse, imagínense. Pero es igual: sigue sin parar de llover.


jueves, 18 de febrero de 2010

Pregunta

Hoy en clase de filosofía tocaba eso de pensar quién soy. El profesor, como si fuera aquella oruga azul, nos ha dado diez minutos para escribirlo en un papel.

Luego ha dicho tiempo. He mirado alrededor y todo el mundo se ha quedado en silencio. Sólo se oía el frotar de los bolígrafos, nada más.

Me entró la angustia comparativa y cuando me entra la angustia comparativa sólo puedo imaginar relojes. En ese momento era una hoja en blanco, arte conceptual, un nombre en el vacío, como flotando en el espacio de los nombres.

Pensé en ayer, y el ayer me disuadió de buscar nada. Entonces construí el futuro, con sus etapas y todo lo demás, y creo que me asustó un poco perder el centro de la gravedad, y las apariencias y las múltiples complejidades vitales que me esperaban.

Así que volví al presente, donde todos escribían en sus folios repletos de letras, mientras el mío continuaba prodigiosamente inmaculado.

Luego el profesor ha dicho cinco minutos y más frotar de bolígrafos. Eché una mirada a la hoja de mi compañero de la derecha y ponía que ingeniero y muchas cosas; a la izquierda, abogado, dinero y punto final.

¿Quién soy? Preguntaba sin parar a mi presente. Dos minutos y delante arquitectos, astrónomos y agendas ocupadas.

Un minuto, gritó esta vez.

Y yo acabé pintando el papel de sangre y la extendí hasta los márgenes.


domingo, 14 de febrero de 2010

Carnaval


Eso de las máscaras no era lo suyo, pero tratándose del Carnaval no tenía más remedio que tragarse las dignidades y engalanarse como la ocasión exigía. La tradición venía de demasiado antiguo y en el origen se citaba a dioses y a celebraciones paganas de indudable interés, por lo que cuestionar ahora el propósito de la fiesta no era conveniente. Y menos el mismo domingo, qué incomodidad.

Además, el Carnaval era, a pesar de los prejuicios, más de reflexión que de acción. Extraño, sí, pero de confusiones así está repleta la existencia, y el calendario no iba a ser menos. El Carnaval era un ser tranquilo, un poco sombrío, de esos que bajan el volumen de las canciones alegres y de los que antes de que todo acabe se ponen a pensar en las consecuencias, y después en el regreso. Ni fumaba ni bebía y eso del sexo enloquecido le iba poco; le daba pereza. Su naturaleza enfermiza le obligaba a permanecer en casa, a dieta de brasero y sopas de cebolla, y no salía más que para pasear a su perro, un carlino que de triste no sólo tenía la cara.

Los vecinos le conocían como “el del segundo tercera” y lo mismo habría dado si un día hubiese desaparecido, porque aquellos cuya infancia y juventud transcurre desapercibida, poco pueden hacer en su vejez para enmendarlo.

El Carnaval llevaba un registro disciplinado de sus días y sus noches. Gestión del tiempo, lo llamaba, y así lo anotaba en los cuadernos marrón claro que habitaban en los cajones de su escritorio. Y ahora que era domingo, le tocaba lo de las máscaras, que nunca había sido lo suyo. Debía salir de casa, ir a reír y a bailar y a ponerse el disfraz de Batman y aquel sombrero horrible. Nada más que para no interrumpir lo interrumpible, que eran demasiados años de engaño. Demasiado tarde para aguar la fiesta. Demasiada tristeza para compartir.


miércoles, 10 de febrero de 2010

Que no


Y de repente llega el momento en el que se desvanecen las tildes, que se han puesto de huelga, que no quieren aparecer de ninguna manera en lo que escribo. Se me ha presentado una -creo que la cabecilla- en mi despacho y me ha dicho que no, que lo ha hablado con sus compañeras y a partir de ahora mis letras tienen que mostrarse a la vista de los lectores sin el adorno necesario del acento. De hecho, hasta me han quitado la tecla, por si tengo tentaciones de pulsarla al querer convertir un Si musical en uno afirmativo.


Escribir un texto como el que lees ahora prescindiendo de la tilde no es sencillo. Algunos, al fantasear con esta coyuntura, seguro que lo imaginan placentero y relajado. Es imposible estar tan errado en el juicio.


Desde esa funesta hora el pasado me ha quedado vetado, con lo que debo limitarme a describir circunstancias de mi vida presente o avatares del futuro: mucho me temo, pues, que estoy condenado a repetir errores antiguos por no poder repasarlos, y a mirar hacia adelante sin dedicar un minuto a provechosas meditaciones. Asimismo, de mi vida queda desterrado el condicional. Esto no parece tan malo, aunque me vea obligado a plantear mi existencia como una suma de compromisos, donde no son aceptables ni las excusas ni los miedos. Tampoco las quimeras o los sueños, pero eso ya me lo quitaste hace tiempo.


Suerte que a mi madre no le dio por ponerse de parto en Francia, donde, a pesar de hacer las cosas bastante mejor que en estas latitudes peninsulares, la tilde es patrimonio nacional y acicala los textos exageradamente, como si las letras requirieran de un acicate para sentirse fuertes y pronunciar las cosas con el convencimiento necesario. La vida no merece la pena ser vivida entre los franceses si te obligan a mutilar los acentos y, como es mi caso, no te gusta el queso.


Ahora al escribir transpiro, lloro, escupo en el papel, insulto al negro sobre blanco. Me imagino palabras agudas acabadas en ene o en ese. O incluso en vocal. Doy mi reino por un sustantivo llano con su final en equis, en ele o en zeta.


Supongo que entiendes mis motivos.


Por eso te digo que no.


No.


Y quiero contestarte otra cosa, pero no puedo.


viernes, 5 de febrero de 2010

Febrero


El mes de Febrero, harto de ser el paria del calendario, se presentó en la oficina de reclamaciones del tiempo. Indignado, pero sereno.

Sacó aquella voz que pone el mes de Febrero, ésa como de actor de teatro declamando “parece que el invierno se acaba, pero no”, pronunciando sus mentiras y sus cuentos.

Allí en la oficina estábamos acostumbrados. No era la primera vez que venía. Algunos pusimos cara de circunstancias y otros miraron el reloj.

No pedía equipararse a Diciembre, con sus flamantes treinta y un días, el rojo repartido por las semanas, su Inmaculada Concepción, su Navidad, su lotería, sus Santos Inocentes y su fin de año. Tampoco quería ser como Julio, con tanto verano de hemisferio norte, tanta exuberancia por las calles y tanto pensamiento suelto y relajado. Pero sí que estaba harto de estar entre Enero y Marzo, con su arrogancia, la condición ventosa de uno; las heladas y los braseros del otro.

Quisiera ser como abril o como junio. No pido más añadidos ni correcciones, ni privilegios, pero tampoco que escatimen en gastos. Dinero es lo que les sobra, que el tiempo es oro, dicen. No intenten embaucarme otra vez con la engañifa de San Valentín o con las gargantillas de San Blas.

Y le concedieron un día más.

Ya verás como vuelve dentro cuatro años, se comentaba en la máquina de café.


 
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