La verdad
De tanto decir la verdad, la verdad se le gastó y sólo le
quedaron mentiras, y ya no hubo manera de fiarse de él. Cuando las mentiras se
le gastaron y pasó a las medias verdades, era demasiado tarde y nadie le hacía
ya caso por ahorrarse el esfuerzo de distinguir la parte que era verdad y la
parte que era mentira.
Como nadie le hacía caso, comenzó a perder palabras;
primero las conjunciones y sólo le quedó y; y luego los adjetivos dejaron de
salir de sus cuerdas vocales, y se convirtieron en sólo cuerdas. Y casi al
final perdió la puntuación y las comas y los puntos y coma y los puntos y lo
que decía sólo lo entendía su madre y el dependiente del paqui de la esquina -por
eso de la subsistencia- y pensó quedarse en casa y volver a decir la verdad con
desgaste y recuperar todo lo perdido empezando por alguna coma, y las
conjunciones, y también los puntos, que
tan necesarios son cuando se está leyendo y se pierde el aire (interno).
Diciendo verdades desgastadas, con todas las comas, todos
los puntos y comas y todos los puntos y todos los adjetivos y todas las
conjunciones, y también las locuciones adverbiales, como por ende o habida
cuenta, creyó que lo mejor era callarse, porque la verdad, aunque sea
desgastada, ya no le importaba ni a su madre ni al paqui de la esquina, y,
claro, mucho menos a toda la gente por conocer.
Su silencio era de todo menos sincero, eso sí.
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