Ansiedad
Un día de esos en los que sale casi todo bien, pero lo
que sale mal es muy sonoro –como todos en este otoño– creció tanto su
ansiedad que el corazón se le metió en el estómago y quiso viajar por el
esófago para confundirse con las amígdalas, pero en vez de hacer eso se le
salió por la boca y lo puso todo perdido.
Quiso disimular, pero la oficina era de aquellas diáfanas,
donde todo se ve y nada se siente. Todos
se dieron cuenta; primero, su compañero de al lado, que no se sorprendió
demasiado –llevaba tiempo en la empresa y se ve que esto había sucedido con
frecuencia en épocas anteriores– y después los de enfrente. Éstos, más
impresionables, reaccionaron con asco. Uno hizo un ademán de llamar al jefe, o
quizás a una ambulancia, pero decidió esperar a ver qué pasaba.
Pasó que el de la ansiedad intentó en vano volver a tragarse
su víscera sangrante. En vano digo, porque sólo consiguió teñir de rojo el
blanco inmaculado de su cuadrante. El corazón se le resbaló de las manos y, a
saltitos, se deslizó de la mesa al suelo, donde rápidamente se formó un charco
de hemoglobina.
Fue entonces cuando sonó el teléfono. Eran los de
recursos humanos, por supuesto.
A nadie le sorprendió el despido.
Tampoco que siguiera vivo después de todo aquello, con
tanto derroche de sangre y el corazón por ahí, en alguna papelera.
1 comentario:
malos tiempos para vivir tranquilo. Estamos llenos de sobresaltos, lo cual produce ansiedad.
UN abrazo.
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