A medias
Cuando empecé a salir contigo me dijiste que tu peor
defecto era que lo dejabas todo a medias. No será para tanto, pensé, y al poco
te pedí que nos casáramos.
Luego resultó que sí que era para tanto, y no sólo
hablamos del sexo, sino de todo lo demás. Contigo los días comenzaron a acabar
temprano –a mediodía, por supuesto– las películas nunca llegaban al Theend y
los libros se agotaban después del prólogo. Desde que nos casamos no recuerdo
un postre, los besos suenan a medias y el insomnio nos despierta a las cuatro
de la mañana, pero sólo de lunes a miércoles; de jueves a domingo, no
conseguimos dormir hasta las cuatro.
Esto podría tolerarse, igual que tu pasión por la media
jornada, el cuarto creciente, el cuarto menguante y las medias tintas. Incluso
tiene algún incentivo, como tu gusto por las medias de encaje o tu afición al
fútbol –por lo de los medios centros y los mediapuntas–, aunque habría estado
mejor si te hubieras olvidado de los pantis y consiguiéramos pasar alguna vez
del minuto 45.
Lo peor fue cuando tuvimos el primer hijo, que nació a
medias. Nacer, nació, pero sólo de cintura para abajo. Yo habría preferido de
cintura para arriba, pero es lo que hay. Es mi hijo y lo quiero como si fuera
un hijo entero.
Gracias a dios que él no deja las cosas a medias. Es
meticulosamente perfeccionista y sus pies no descansan hasta que acaba lo que
está haciendo.
En esto ha salido a mí. Estarás conmigo, aunque sea a
medias.
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