Día libre
Me levanté un momento y ella se quedó esperándome
tumbada. Se sujetaba con la mano izquierda la cabeza y miraba hacia el techo,
evaluando la situación a la que la había conducido la penumbra.
Qué peligrosa la penumbra y sus fronteras.
Se imaginó en aquella cama, con los pechos desnudos y
fríos, los remolinos en el pelo y el maquillaje derrotado, y se le cerraron los
ojos como trámite para huir de aquella casa. Podría relajarse y pensar que no
estaba tan mal, que la cama estaba limpia y el chico parecía culto y aseado, y
que aquello no parecía impostado, sino que sin duda formaba parte de su
cotidianeidad.
Le habían sorprendido los libros encima de la cama. Le
pareció un poco perverso que allí se follara en medio de Doctorow y Vargas
Llosa. Y petulante. Aunque tal vez el chico se divertía mirando los títulos de
los volúmenes y recitando en voz baja los nombres de los autores mientras
penetraba a sus amantes. O a lo mejor el asunto iba más allá y aquello era una
forma de considerar a la poesía un punto de partida de todo, o una excéntrica
manera de relacionar lo genital con lo tipográfico o lo alegórico.
Además, pensó, el chico gana desnudo. Últimamente había
tenido que recoger demasiadas babas viejas y estaba cansada de las nalgas arrugadas
de los hombres con traje, y del sudor fétido y del olor a semen rancio y del
aguantar tanto peso y tanto pelo sobre las piernas abiertas.
Esto era un descanso. Casi como un día libre. Me imaginaré
que es mi novio, se le escapó mientras dormía.
Pero yo había pagado por adelantado y grité y la desperté
y la llamé puta.
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¿Y entonces decidió devolver lo abonado y quedarse a pasar otro día libre?
Y se sentó en el borde de la cama, aún desnuda, a escucharlo recitar, sin comprender por qué las palabras surgiendo de su boca parecen tan fáciles, y la vida subsistiendo entre sus piernas, a veces, tan difícil.
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