Y de repente llega el momento en el que se desvanecen las tildes, que se han puesto de huelga, que no quieren aparecer de ninguna manera en lo que escribo. Se me ha presentado una -creo que la cabecilla- en mi despacho y me ha dicho que no, que lo ha hablado con sus compañeras y a partir de ahora mis letras tienen que mostrarse a la vista de los lectores sin el adorno necesario del acento. De hecho, hasta me han quitado la tecla, por si tengo tentaciones de pulsarla al querer convertir un Si musical en uno afirmativo.
Escribir un texto como el que lees ahora prescindiendo de la tilde no es sencillo. Algunos, al fantasear con esta coyuntura, seguro que lo imaginan placentero y relajado. Es imposible estar tan errado en el juicio.
Desde esa funesta hora el pasado me ha quedado vetado, con lo que debo limitarme a describir circunstancias de mi vida presente o avatares del futuro: mucho me temo, pues, que estoy condenado a repetir errores antiguos por no poder repasarlos, y a mirar hacia adelante sin dedicar un minuto a provechosas meditaciones. Asimismo, de mi vida queda desterrado el condicional. Esto no parece tan malo, aunque me vea obligado a plantear mi existencia como una suma de compromisos, donde no son aceptables ni las excusas ni los miedos. Tampoco las quimeras o los sueños, pero eso ya me lo quitaste hace tiempo.
Suerte que a mi madre no le dio por ponerse de parto en Francia, donde, a pesar de hacer las cosas bastante mejor que en estas latitudes peninsulares, la tilde es patrimonio nacional y acicala los textos exageradamente, como si las letras requirieran de un acicate para sentirse fuertes y pronunciar las cosas con el convencimiento necesario. La vida no merece la pena ser vivida entre los franceses si te obligan a mutilar los acentos y, como es mi caso, no te gusta el queso.
Ahora al escribir transpiro, lloro, escupo en el papel, insulto al negro sobre blanco. Me imagino palabras agudas acabadas en ene o en ese. O incluso en vocal. Doy mi reino por un sustantivo llano con su final en equis, en ele o en zeta.
Supongo que entiendes mis motivos.
Por eso te digo que no.
No.
Y quiero contestarte otra cosa, pero no puedo.