Honestidad
- ¿Piensas a menudo en nosotros? Dime la verdad.
Bloqueo. Por qué me pregunta eso ahora, soy incapaz de construir una respuesta coherente en los pocos segundos que las normas básicas de la comunicación humana dan de plazo para continuar una conversación sin que el interlocutor detecte un fallo en el envío, la recepción o la decodificación de la información. En realidad la pregunta requiere una reflexión, pero ella quiere una respuesta rápida y sincera, la conozco, y no le gustan los rodeos, por eso está conmigo, porque soy franco, directo y no tengo aristas, lo que pasa por mi cabeza es lo que sale de mis labios y ya está. La honestidad, eso es. Y creo que ahora lo honesto, no cabe duda, es decirle que no, no pienso nunca en nosotros, y si pienso sólo es en un sentido, el impulso agudo del abandono. No quiero tocarte más. No quiero que me mires nunca más a los ojos, y que me claves esa pupila anfibia. No quiero verte esa expresión de deseo cuando quieres follarme, esa repulsiva y obscena mueca en la boca que la convierte en un esfínter obstruido, te deforma los pómulos y te contrae el entrecejo. Cuando haces eso, una náusea me recorre la garganta y el paladar. Odio cómo me miras esperando que diga algo, con esa cara de comatosa, los labios un poco entreabiertos, las aletas de la nariz moviéndose en cada inspiración, la piel cubierta por un maquillaje perenne, la ceja izquierda levantada, los ojos vacíos de expresión. Puede que seas guapa y muchas más cosas, pero ya me cuesta averiguarlo. Juegas con el pelo, lo colocas detrás de las orejas, te tocas con él el molusco bivalvo de tu barbilla, lo retuerces, lo aferras con los labios. Ese gesto infantil que tanta ternura podría inspirarme sólo me provoca resentimiento y repugnancia. Te colocas un mechón encima de ese escote aquejado de una paquidermia epidérmica. Ya sé que estás orgullosa de él, “mis tetas mis tetas mis tetas, son bonitas, ¿verdad?” Son grandes, demasiado grandes, se balancean como impúdicas esquilas, y el abultamiento de los lados hace que adquieran un aspecto similar al de dos grandes odres repletos de vino agrio. Me da asco cuando las recorres obscenamente con tus dedos blandos y las agarras con fruición y sueltas ese gemido de placer que muestra la lengua y derrama una baba invisible y me miras, como ahora, con esos ojos vacunos, cerriles, reclamándome un gesto animal. Y recorres tu cuerpo con las manos, con destempladas caricias, y te masturbas de manera furiosa, con toda tu mano gorda y palmípeda, levantando las caderas de forma rítmica, diciendo fóllame mientras un latido eléctrico sale de tus ingles. En ti el deseo huele ácido, hiere. Como tu risa, ese ruido sordo, necio, que suena a víscera y que muestra tu desmesurada boca y unas encías carcomidas y pegajosas. Retumba en mi estómago, lo retuerce, lo obstruye, lo llena de ácido.
- Claro que pienso en nosotros. Todo el rato. Te quiero.