Infestar
Sam Savage, Firmin
Feliz 2008 :-)
Sam Savage, Firmin
Feliz 2008 :-)
El monstruo apareció de forma obscena. Primero se oyó un rugido que ahuyentó las nubes – sólo en la guerra, creí recordar, había sentido algo semejante–, y pareció como si la muerte comenzara a correr detrás de mí. Después, bufidos, baladros, resuellos, un aperitivo de lo que vino más tarde, cuando su figura se hizo palpable. No tardaron en aumentar los ruidos y, de repente, el olor nauseabundo. Sin duda se trataba de un ser horrible. Su tamaño era difícil de calcular a simple vista, pero bien podía hacer cuatro o cinco metros; era una inmensa mole de piedra, una titánica masa simiesca que parecía estar sujetada por los contrafuertes de los brazos, que eran como serpientes peludas y enrolladas sobre sí mismas. Pero lo más terrorífico era la expresión de su cara – si es que podía llamarse cara a esa construcción casi inerte de rasgos poliédricos–, rematada por unos ojos diminutos y enmarcada por la brutal mandíbula. Del labio superior asomaba un colmillo, que imaginé todavía cubierto por la viscosidad sanguinolenta de la última víctima.
Sobrecogido como estaba, me costó mucho acercarme, pero al final logré pasar a su lado sin que la bestia se percatara. O eso me pareció.
De repente sentí un tacto frío en la espalda. Sus garras. Su voz:
- ¿Estás en la lista? Esto es una fiesta privada, chaval.
“Cuando una relación que nació a lo grande cae en la mediocridad, no puede prolongarse si no es a costa de dolorosos y vergonzosos sacrificios. Es más sabio disolver sin más el hogar espiritual común que dejarse la piel en el empeño por recortarlo”.
“Toda relación amorosa atraviesa tres estadios que se suceden imperceptiblemente: el primero, en el que somos felices estando juntos en silencio; el segundo, en el que nos aburrimos estando juntos en silencio; y el tercero, en el que el silencio se hace carne y habita entre los amantes como un enemigo maligno”.
“El sentirnos atados y anhelar constantemente la libertad, y el hecho de que intentemos atar a otras personas sin estar convencidos de tener derecho a ello: eso es lo que hace tan problemática toda relación amorosa”.
“Todo puede seducir: la indiferencia o la pasión, el insulto tanto como el halago. La seducción no es más que el deseo de ser seducido”.
“Una regla para las deudas de amor: mejor dejarlas prescribir que cobrarlas demasiado tarde”.
“El matrimonio es necesariamente una ecuación irracional, porque los sentimientos cambian, mientras que las responsabilidades y las obligaciones se mantienen o incluso se incrementan”.
“No está claro qué es más estúpido: convertir a tu amante en tu esposa o a tu esposa en tu amante”.
Arthur Schnitzler, Relaciones y soledades
Una cosa me resultó extraña: el rumor mecánico había cesado. Me apeé del vehículo para interesarme por el guía, pero no estaba. Había desaparecido. Estaba solo. Solo. Me sentí como una esponja a la que se inundaba de horror. Oí pies, patas, bocas, lenguas sibilantes, y deseé que ninguno de los ruidos parase, porque sólo mientras eso sucediera podría tener la absoluta certeza de seguir vivo.
El poeta mediocre volvió a mirar a los ojos de ciénaga de su amante, repitió te quiero, sin más, y el tuétano se le llenó de espuma. Con ella la rima de otoño, retoño y Logroño era excelente, y suspiraba enamorada cuando le escuchaba aquel ripio con primavera, abrazadera, avellanera y aceitunera. Le reía con pasión los versos de las níveas alas, almas lívidas y carmines flamígeros y, al contrario de los críticos, creía magnífico eso de “castillos de amor se edifican en tu corazón”, “placeres culposos, nada melosos y lluviosos para consolar a leprosos” y “mi piel tiembla como aguamiel con tu tacto abstracto de paloma y carcoma”.
El poeta mediocre volvió a mirar a los ojos de ciénaga de su amante, repitió te quiero, sin más, y se olvidó de la poesía.
Cuando el presagio de la muerte aumentó la ansiedad, dejó la nota en el lugar original, se sacudió el vestido y apretó el interruptor de la luz, dejando la habitación a oscuras.
Al final, puedes correr el riesgo de creértelo.
"Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo la cabeza: hijo mío
no sirves para nada.
Después me fui al colegio
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño
no sirves para nada.
Vino luego la guerra
la muerte –yo la vi-
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo:
no sirves para nada.
Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
cambió de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.
En la calle en las aulas
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes
me perseguía siempre
la triste cantinela:
no sirves para nada.
De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo y era alegre:
no sirves para nada.
Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña a la que a veces digo
también con alegría:
no sirves para nada".
José Agustín Goytisolo,No sirves para nada
Y llegó uno de esos días sin sentido, de ésos en los que nos levantamos sin saber por qué ni para qué. “¿Es esto tener una depresión?”, te preguntas sin ningún criterio médico donde apoyarte, y buscas argumentos para creer que sí, que estás deprimido y que deberían darte la baja laboral para revolcarte un rato más en la cama.
- …
¿Tiene usted idea de cuántos granos de arena hay en una playa? No le estoy hablando del desierto, le estoy hablando de una playa, un conjunto de arena mucho más pequeño, que quizás sea abarcable con unos cuantos camiones. Pero aún así son infinitos, seguro. De esta forma me siento, como alguien que tiene que contar todos esos granos de arena un día tras otro y que nunca comprende que esa tarea es imposible.
- …
Usted me está escuchando, toma notas en su cuaderno de rayas, mira el reloj, y, cuando acabe el tiempo, me despedirá, se quitará los tapones de los oídos, se lavará las manos y se irá a sonreír a su esposa, incluso con el convencimiento de que yo sigo contando los granos de arena de esa playa. ¿Para qué sirve tener sed? Bebemos para no tenerla, aun a sabiendas de que después tendremos que ver más y más veces. ¿Para qué nos vamos si tenemos que volver de nuevo dentro de un rato? ¿Por qué me levanto si me voy a tener que acostar? ¿Por qué el tiempo pasa tan deprisa?
- …
Puntos suspensivos… ¿Eso es todo? Como al lobo estepario, me aparecen revueltos el dolor y el placer, lo antiguo y lo nuevo, el temor y la alegría. Me da por correr por las calles, y luego me paro si llueve y me quedo mirando al vacío para esperar a que todo se detenga. Pero, como mucho, hay un golpe y salta en astillas. Y Mozart no me está esperando.
- En efecto, no es Mozart; es Brahms. Pero, salvo ese pequeño detalle, lo veo mucho mejor que la semana pasada. Enhorabuena. Esa crisis del 29 está superada, sin duda. Nos vemos el martes que viene.
“Soy un pecho. Un fenómeno que me han descrito de diversas maneras, como ‘un influjo hormonal masivo’, ‘una catástrofe endocrinopática’ o ‘una explosión hermafrodítica de cromosomas’, tuvo lugar en mi organismo entre la medianoche y las cuatro de la madrugada del 18 de febrero de 1971 y me convirtió en una glándula mamaria sin ninguna relación con ninguna forma humana, como sólo podría aparecer, habría pensado uno, en un sueño o una pintura de Dalí. Me dicen que ahora soy un organismo con la forma general de un balón de fútbol norteamericano o de un dirigible; dicen que tengo una consistencia esponjosa, peso setenta y tres kilos (antes pesaba setenta y cinco) y que sigo midiendo metro ochenta de altura”.
Philip Roth, El pecho
Mi experiencia viajera de agosto, teñida de pérdida de maletas, retrasos interminables y registros vejatorios, me obliga a ser insistente en el asunto aeroportuario (remember: Ícaro): con respeto hacia los presos de Guantánamo, en el aeropuerto -y, por extensión, en el avión- los derechos humanos no existen. Os dejo con las palabras de Michel Houellebecq:
“Coger un avión actualmente, sea cual sea la compañía o el destino, equivale a que a uno lo traten como a una mierda durante toda la duración del vuelo. Encogido en un espacio insuficiente, cuando no ridículo, del que es imposible levantarse sin molestar a los vecinos de asiento, a uno le reciben de entrada con una serie de prohibiciones que las azafatas se encargan de anunciar enarbolando una falsa sonrisa. En cuanto subimos a bordo, lo primero que hacen es apoderarse de las cosas de todo el mundo para encerrarlas en los portaequipajes, y nadie vuelve a tener acceso a ellas, bajo ningún pretexto, hasta el aterrizaje. Durante todo el vuelo, se las arreglan para multiplicar las medidas vejatorias e inútiles, haciendo que cualquier desplazamiento, por no decir cualquier acción, resulte imposible, salvo las que entran en un catálogo restringido: degustación de refrescos, vídeos norteamericanos, compra de productos libres de impuestos. La sensación constante de peligro y la inmovilidad forzada en un espacio limitado provocan un estrés tan intenso que algunos pasajeros han muerto por culpa de una crisis cardiaca durante vuelos de larga duración. La tripulación se las apaña para aumentar al máximo el estrés al prohibirnos combatirlo con los medios familiares. Nos vemos privados de cigarrillos y de lectura y, cada vez con más frecuencia, de alcohol”.
Plataforma, Michel Houellebecq
- Hola, mi amor. ¿Te vienes arriba?
- No contigo, querida– lo dije sin intensidad, pero con una expresión de asco en la cara. Ella respondió sin la ternura anterior y se fue de mi lado, tambaleándose, arrastrando su barriga amorfa. En la distancia me propinó un cabezazo de realismo con el dedo corazón. Vacié el refresco en la copa y la removí; de forma idiota, ya que parte del líquido se derramó sobre mi mano derecha.
- Cuidado, que se te va a caer. Déjame.
Era ella. La había visto alguna vez más, en mi cabeza, durante las masturbaciones, cuando la obligaba a ponerse de lado para concentrarme en sus caderas, gruesas, redondas, con el tacto de una catarata de terciopelo. Hoy llevaba los ojos envueltos en sombra verde, los pómulos en rugosidad morada y tenía la sonrisa arañada por el gris y el amarillo. Su belleza era más burda ahora que se había materializado desde el recuerdo, como el eco de un tren. En su mirada, sin embargo, sólo parecía haber acumulado olvido. Se acercó un poco más, cogió mi mano, empapada por la ginebra y la tónica, y la chupó, recreándose en el espacio entre los dedos.
- Deberías tener más cuidado, guapo. Aquí las copas son muy caras– me dijo.
Me había dejado su olor a saliva agria en la mano. El mismo olor. Siempre el mismo olor a acero frío. Aprendí a amar ese olor.
- ¿Cómo te llamas, guapo?
Tenía algo dulce e irresistible en la voz. Miré su cuello. Lejos de apiadarme, se me apareció como un animalito desvalido y me excité aún más.
- Para ti, Jack.
- Perdone que le interrumpa –dijo el abogado–. Intentemos no desviarnos, que tengo prisa. Estábamos hablando del régimen de visitas.
Start spreading the news
I'm leaving today
I want to be a part of it, New York, New York
These vagabond shoes
Are longing to stray
And make a brand new start of it
New York, New York
I want to wake up in the city that never sleeps
To find I'm king of the hill, top of the heap
These little town blues
Are melting away
I'll make a brand new start of it
In old New York
If I can make it there
I'll make it anywhere
It's up to you, New York, New York.
I want to wake up in the city that never sleeps
To find I'm king of the hill, top of the heap
These little town blues
Are melting away
I'll make a brand new start of it
In old New York
If I can make it there
I'll make it anywhere
It's up to you, New York, New York.
Nos vemos a mi vuelta, si consigo salir con vida de los aeropuertos.
Siempre me ha fascinado – a veces de forma positiva, a veces de forma negativa– la pasión del ser humano occidental por viajar. Basta pararse y sacar una foto. El hombre desea volver al Neolítico, abandonar la formación de poblados estables agrícolas y ganaderos y recuperar su condición salvaje de cazador-recolector. De sedentarios a nómadas. Es el nacimiento del hombre-maleta, que renuncia a esperar a la muerte habiendo conocido un solo lugar y mueve los brazos para que le rescaten de su sitio, que huye antes de ser cadáver y se transporta en el tiempo y en el espacio como necesidad. Y se pone alas de cera y vuela hasta el sol para luego caer al mar y ahogarse. Sobrevive para seguir viajando y construye templos imperfectos y ásperos a Hermes en forma de inmensos hangares. Sueña con peregrinaciones por pasillos fríos repletos de cintas que inutilizan las piernas. Pura arrogancia; una impertinencia ambulante que merece ser castigada por sus semejantes condenando a este inestable emigrante a ser protagonista de una película neorrealista (italiana, por supuesto) ambientada en un aeropuerto. Como aquí y ahora.
- Le estamos pidiendo que coopere, nada más. Si nos ayuda, le dejaremos ir. Can you hear me? Can you see me? El pasaporte, por favor. La tarjeta de embarque, en los dientes. Los líquidos, en la bolsa de plástico. Vuelo de Lufthansa jotakacuatrocientoscincuentayseis con destino Frankfurt. Puerta becuarentaydos. Flight Lufthansa yikeiforjandredanfiftysix, destination Frankfurt. Gate number bifortytu ¿Ahí lleva un ordenador? Descálcese y enséñeme los pies. Aquí, los zapatos. Die you bastard ¿Algo que declarar? Fuck off. Abra la maleta. Come on, motherfucker. Desnúdese.
“Me han dicho alguna vez o lo leí en alguna parte – lo recuerdo ahora – que durante la infancia nos hacemos treinta y tres preguntas por hora y que, con el paso del tiempo, cada vez nos preguntamos menos cosas, porque las respuestas están ahí, pensadas por otros y dispuestas a ser adoptadas por nosotros antes de que ni siquiera se nos ocurra cuestionar el cómo y el porqué de lo que nos rodea y nos tiene acorralados. De este modo, acabamos conformándonos con la seguridad de las respuestas ajenas sintiéndonos vencedores cuando en realidad deberíamos luchar por mantener el riesgo constante de las preguntas privadas.
Sí, se nos educa para ser débiles, pero para cuando lo comprendemos ya es demasiado tarde. Alcanza con mirar fotos de niños que alguna vez fueron y compararlas con las fotos de adultos que estos niños resultaron ser para que nos invada una sensación de triste extravío, de resignado desconcierto ante lo imposible de recuperar. Esta boca y esta nariz pueden llegar a coincidir con aquella nariz y aquella boca; pero algo se ha quedado para siempre en el camino: el brillo desafiante de una mirada, la curva cruel de una sonrisa pura y bestial, la estatura perfecta y la silueta aerodinámica, óptima e inasible para alcanzar la mejor velocidad cuando se corre pero nunca se huye. Felices enanos perfectos que, misteriosamente, aparecen anacrónicamente adultos en esos brillantes papeles viejos”.
En un primer momento pensé en poner el vídeo del testamento de Franco (que puede estar muy contento de cómo se están desarrollando las cosas por aquí), pero seguro que los de El Jueves prefieren que nos tomemos con humor la noticia del secuestro de su último número.
No había cepillo de dientes.
Había cepillos de dientes.
Junto a su cepillo –verde, cerdas rojiblancas, lotengoquecambiar–, había un cepillo extraño –rojo, cerdas blancas, demasiado nuevo– que miraba rabioso. Con furia quebrantahuesos y un movimiento de máquina trituradora, abandonó su letargo de cepillo, se enderezó aún más y sepultó, con movimientos verticales de barrido, la durmiente placidez del cepillo verde. Una muerte instantánea: sólo quedaron trozos de plástico y cerdas desperdigadas. Él, todavía al borde de la noche, se frotó los ojos, se rascó el muslo.
Le vino un cosquilleo al cuello. El cepillo rojo sonreía, clavado en su yugular.
Algunas despedidas son tan dulces como la miel...
“117 EXT.
Bob gets out and rushes down the streets to where he saw
Music blasts from speakers on the streets, and there is some promo going on with GIRLS handing out little cologne samples. Bob looks around for her, but only sees dark hair, umbrellas, and super tan JAPANESE KIDS.
In the distance an umbrella moves to reveal
BOB
But she can’t hear him over the loudspeaker. He rushes to her.
C.U. she turns and we see she is crying.
The music swells. He embraces her, holding her close to him in the crowd.
BOB
He kisses her, hugs her good-bye.
BOB
He holds her close.
CUT TO:
She smiles at him, and is lost in the crowd.
Bob gets into his car.
CUT TO:
Sofia Coppola. Lost in translation