Propósito (II)
Ya sé cuál es mi propósito de año nuevo, y no obedece a ninguna lógica hot o revolucionaria, a las rigideces burocráticas, a paradigmas indescifrables o a anacrónicas resonancias mentales. Es un propósito que deja atrás las humedades microscópicas y las estalactitas, que le da igual no hacer la compra o dejar de limpiar el grifo del lavabo con el antical.
Mi propósito del año nuevo no implica revisar credos, realizar transferencias o hacer abdominales. Pasa de sacar la basura y de arreglar el aire acondicionado, de irse a dormir antes de las doce y de desayunar fruta, cereales y jalea real. Incluso prescinde de rebeldías y de órbitas inflexibles, de leer ensayos filosóficos y de integrarme en las vanguardias artísticas.
Tampoco va de hacer flash-backs o de entrar en circuitos hedonistas.
Y no suscitará indignación ni se revelará como mecánico o totalitario, porque no tiene nada que ver con el humo ni con la era del consumo ni con épocas apocalípticas ni con uniformización de comportamientos; ni siquiera con tomar iniciativas, informarme, criticar la calidad de los productos, hacerme análisis de sangre o mantenerme joven.
2011 sólo es para jugar contigo.