Artificialidad (Clásico revisitado número 24)
Resulta que da igual que Deckard sea o no un replicante, que haya soñado con unicornios o que Orión sea simplemente un restaurante taiwanés en la esquina Balmes con Provença. Me es indiferente. Lo que no entiendo es que queden sólo nueve años para 2019 y que en Los Ángeles los coches sigan rodando por el asfalto y no levanten ni unos pocos centímetros del suelo. Mucho tendrá que espabilar la ciencia en la próxima década, y no están los tiempos para experimentos. Tampoco he visto aquel anuncio de la japonesa –aunque para eso todavía hay tiempo– ni sé qué coño es eso de las colonias exteriores. Sólo sé que existo. Soy un Nexus 6.
Me lo ha dicho el médico.
Llegó a esa conclusión cuando, tras ver los análisis de sangre y tomarme la tensión, se dio cuenta de que algo fallaba. No le hizo falta ni el test Voight-Kampff, claro que eso todavía no existe. Mi médico es bastante listo.
Tampoco es que me haya dicho que soy un Nexus 6 así, por las buenas. Dio muchos rodeos. Se ve tuvo pacientes que no se lo tomaron bien, y tenía miedo de que a mí me pasara lo mismo, y empezó a hablar de fechas de caducidad, de empatía, de animales y de no sé qué gaitas.
Le dije gracias, doctor, y salí entusiasmado de la consulta, con los ojos sorprendidos del médico en la nuca. No entendió que eso de los cuatro años de vida son más que suficientes y que a la mierda el gimnasio, las l-casey inmunitas y lo de dejar de fumar. Lo mejor de todo es que estoy escribiendo un discurso que dejará corto eso de las lágrimas en la lluvia. Nunca pensé que la artificialidad sentara tan bien.