Promesa
Hace unos días prometió volver a escribir cosas alegres, que tenía revueltas a las letras de tanta mudanza de soledades. Así que se colocó una sonrisa pasajera de esas que venden a cuatro duros en las ferias y ya de paso se compró media docena de churros, unos trocitos de coco y algodón de azúcar.
[El algodón de azúcar nunca le había gustado, pero le habían dicho que iba bien para espantar tristezas: se ve que al tragarlo acaricia el esófago y acaba animando las entrañas]
Se sentó delante del ordenador y comenzó por las perdices. Qué bien, qué feliz es la gente cuando acaban los cuentos. Y se acabó contagiando - quizás fue el algodón de azúcar - y comenzó una historia sobre personas que se querían y sobre sentidos por todas partes. Y tan poco pensamiento que no había por ahí ni resto de nostalgias. Empezaba en un pueblo con mar y sin fábricas, donde todos los peces eran afortunados y había un cine en cada esquina. Y no programaban películas de la Coixet. Los niños jugaban en la calle. No había ambulancias. La gente silbaba todo el tiempo y se saludaba quitándose el sombrero y sólo se fumaba en pipa. Llovía cada día, pero sólo por la noche y en el campo. De la Historia todo el mundo se acordaba, incluso de las revoluciones, porque siempre habían salido bien. Los coches no hacían ruido; sólo vibraban y hacían cosquillas en la piel y los transeúntes se reían. Tampoco echaban humo, igual que las chimeneas, que sólo adornaban los tejados, sujetaban las gaviotas y poco más.
Luego se puso en la historia, porque en primera persona estaba más cómodo y porque pensó que así se animaría y dejaría de respirar hondo y de escucharse. Comenzó a caminar por ese pueblo, fumando en pipa y saludando a la gente con el sombrero, riéndose con los coches y viendo la fruta de las tiendas, tan bien colocada. Silbaba. Miró hacia arriba y había muchas cosas para mirar, no sólo las chimeneas con las gaviotas. Luego miró para abajo y se fijó en sus zapatos. Corrían. Seguían corriendo también en este pueblo y en esta historia.
Pero había prometido volver a escribir cosas alegres, así que renunció a pensar por qué corría y de qué huía o qué buscaba. Y siguió fumando en pipa.
12 comentarios:
El algodón de azúcar es la alquimia de la perfecta felicidad.
El algodón de azúcar es como la felicidad una vez que te empalaga el alma se acaba.
Un abrazo,Fernando
José Roberto Coppola
Quizá no corría para escapar, tan solo le gustaba avanzar más deprisa
Un beso
Corría hacia mi casa a tomar un chocolate con churros y charlar un rato.
No se puede caminar sobre el agua, sobre los sentimientos, tampoco.
Somos lo que somos en cada momento, hemos de dejarnos espacio. Ya pasará y vendrá otra cosa.
Un beso Fernando.
No sabes como me ha gustado Fluorescencia!!!!, que gozada, leerlo, verlo y escucharlo!!!. Gracias, gracias a todos los que lo habéis hecho.
¿Hay alguna diferencia entre escapar e ir más deprisa?
Pero la pipa acaba por apagarse y el show de Truman termina mientras que los zapatos siguen corriendo.
unas nubecitas de azúcar
http://artfromtheoutskirts.today.com/files/2008/09/cottoncandyclouds.jpg
:)
la pintura es de Will Cotton...
Will ¿algodón? ¿será de azúcar también?
:)
Jejeje, como siempre, una fantástica narración. Fíjate si es fantástica que, mientras la leía, yo también paseaba por el pueblo saludando a la gente y silbando, eso sí, sin parar de correr y sin mirar atrás...
Un saludo.
Me ha recordado a una de esas pesadillas expresionistas, con líneas torcidas y colores exagerados...
Besos!
¿Huía de la realidad o escapaba de su historia?
Estupendo Fernando, sin lugar a dudas un relato para leer entre líneas y con la razón en alerta...
Un beso grande, amigo.
Sï hay diferencia, quien corre deprisa va a donde quiere, el que huye va a donde no quiere...Por cierto, ¿qué deseo inconsciente cumple la pipa...? jajaja
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