lunes, 4 de mayo de 2009

Vocación


El punto de libro está harto de ser punto de libro. Y más en esta primavera, tan insulsa, tan de tercera copa, tan de gato panza arriba y de cabina sin cristales, que lo mismo le da estar en unos relatos de Bukowsky que en una antología poética de Huidobro. O de Rubén Darío, que ya es decir. Lejanos quedan aquellos tiempos de recién salido de la imprenta, con los colores lozanos y el papel rígido y oloroso, cuando le colocaron en un ejemplar de Crónica de una muerte anunciada (edición Casa de las Américas) y memorizó aquello de Gil Vicente de La caza de amor es de altanería. Propiedad de lector voraz pero poco constante, pasó rápidamente a ocupar el espacio entre la página 132 y 133 de Luz de agosto (traducción de Pedro Lecuona para la editorial Goyanarte), y ahí quedó durante un par de años, calentito y feliz. Hasta que llegó ella, con sus novelas románticas, con su rímel de ladrillos y su cómo quieres que te quiera, y D.H. Lawrence fue lo mejor en siete ásperos meses. Le resulta extraño recordar el verano aquel de cuadernos Santillana o las semanas que pasó camuflado en una pila de apuntes de derecho mercantil, donde aprovechó para actualizar sus conocimientos de las legislaciones autonómicas. Los últimos años, sin embargo, han acabado de quemarlo, han sido demasiado duros, con tanta memoria de waterpolista, tanta novela histórica, tanto código renacentista, tanto Zafón. Por eso el punto de libro está harto de ser punto de libro. Al menos en estos libros.

Ahora va a hacer un máster en Literatura comparada. Con la crisis y el lamento alrededor, no es seguro que le sirva de algo, que sobre el serrín construir es complicado. Pero él lo va a hacer, le da igual, y, como los másters van caros y los ingresos de un punto de libro son más bien exiguos, ha pedido un crédito su amigo Jaume Roure, que trabaja en La Caixa. Hasta este punto ha llegado el punto de libro, inevitable escribirlo. Pero lo ha hecho para no renunciar a su elección de vida, que en un objetivo alcanzable y coherente reside el éxito, le ha dicho su coach.

Y que ya bastante hizo antaño dándole la espalda a su auténtica vocación. Eso, por supuesto, ni se plantea resucitarlo, ya no hay marcha atrás. Va viejo, demasiados años dedicado a lo mismo, cómo renunciar. Además, ¿quién carajo se creería ahora que es un posavasos?

8 comentarios:

Liliana G. dijo...

Excelente relato y magristral el remate. Sos mi ídolo Fernando.
Como ya abusé del pobre punto de blog, dejo el final abierto por si se cuela alguna exclamación
Muchos besos sin puntos ni comas

Fauve, la petite sauvage dijo...

¡Ay, por favor! ¡Que resucite!

Fauve, la petite sauvage dijo...

...que ya es decir ;-)

Mariana Eguaras dijo...

Genial Fer! me encantó este relato, especialmente por conocer algunos de los puntos de partida que han servido de disparador para escribirlo :-))
Pobre punto de libro, qué dura su vida errante entre libros... ¿acaso es como la vida misma?

JUACO dijo...

Siempre será el eterno perdedor el punto del libro...Menos el punto y final,claro,que si es de una buena novela,no tan insípida como esta primavera....estará orgulloso de ser punto.
Un saludo.

Ylka Tapia (Malalua) dijo...

Cada texto a mejor, sinceramente, me sorprendes...

Liliana G. dijo...

Fernando, en mi blog está Papirando Nº 3, la podés bajar de allí para leer tu texto.
¡¡Muchas gracias!!
Besotes.

Sofía B. dijo...

¿Posavasos? Claro quien lo va a creer si al menos dijera ahora que es agujero negro...

Besos

 
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