Año nuevo
Ese 31 de diciembre al año no le salió de las gónadas acabarse. Era más bien poco espiritual y eso de las tradiciones lo consideraba opuesto a toda evolución, por lo que el argumento histórico no sirvió para convencerlo. Que no iba a terminarse, que no quería, y ya eran más de las once de la noche. Y no iba a dar el calendario a torcer.
Otros años se habían cerrado fetén –siempre quise utilizar esa palabra– con eso de las uvas y el último anuncio y los especiales de Martes y 13, pero, ciertamente, los recientes habían sido más bien sosos. Un tragarse la cena y repartir besos al aire bastante regular, con poca alma, carácter y fuerzas, sin el instinto de aniquilación y de pasión por la novedad de otros tiempos. Será cosa de los videojuegos, de tanto programa de testimonios o de los móviles con conexión a Internet, quién sabe. La cuestión es que el año no quería acabarse, y ni recurso a la lógica temporal ni gaitas.
Así que dieron las doce campanadas, con los cuartos y todo eso, y los chillidos y los atragantamientos. Y luego los besos al aire y las felicidades impertinentes. Pero, a pesar de que la gente disimulara, afuera el año no se había acabado. Y nada que hacer, porque ahí ponía eso de 32 de diciembre que nos dejó bastante fríos a todos, que nos cayó mal el vodka con naranja y los saltos de esquí no fueron lo mismo.
Lo peor fueron los días posteriores, cuando aquello seguía un curso antinatural un poco impermeable, y se llegó al 40 de diciembre, y ahí todos con cara de tontos y sin muchas energías ya. Y sin saber qué hacer con los nuevos calendarios, con las agendas electrónicas, con todas las cosas más importantes.
No era cosa de detener el tiempo, que a todo se acostumbra uno, y arrancó la décima quincena del mes y comenzaron a venir los calores y el año no se acababa. Los expertos decían que aquello se había enquistado, que no había nada que hacer.
Hubo que recurrir a métodos violentos, entiéndanlo. Fue necesario el maquiavelismo.
Les juro que no sufrió. Que pasó muy rápido. Un tiro en la cabeza y listos. Estarán conmigo en que la tontería ya le había durado mucho. Que fue un mal menor.
¿No?